La Place du Tertre
–literalmente, plaza de la colina–, en lo alto de la loma de
Montmartre, suscita en el visitante primerizo un sentimiento ambiguo. El lugar,
con sus pintores y sus tradicionales cafés y bistrots, retrotrae a aquel tiempo
en que los impresionistas hicieron de este rincón popular de París el centro de
la bohemia mundial. Y por ello mismo desprende una imagen de artificialidad.
Pero en esta equívoca imagen es donde reside precisamente el encanto de la
plaza, el espíritu parisino que turistas de todo el mundo vienen a buscar por
millones.
Ahora, este precario ecosistema se ve amenazado con la
proyectada apertura, en la embocadura de la plaza, de un café de la cadena
norteamericana Starbucks, quintaesencia de la uniformización de las costumbres
y la estandarización de los gustos.
Las asociaciones y vecinos del barrio han empezado a
movilizarse para tratar de impedir la apertura del nuevo establecimiento, que
se ha hecho con el traspaso de un viejo local tradicional, Au
Pichet du Tertre, cerrado hace tres meses. “La cadena Starbucks no
pega nada con el ambiente y la imagen de Montmartre, un barrio popular, muy
parisino”, subraya Mathieu Vrinks, portavoz de la asociación Paris Fierté
(París Orgullo), una de las entidades junto con la Asociación de Comerciantes
del Alto-Montmartre que organizan la movilización.
Los opositores a Starbucks han repartido panfletos y
preparan una concentración de protesta para el día 20. También han apelado al
ayuntamiento del distrito, para tratar de convencerle de que intervenga y
–ejerciendo su derecho preferente– adquiera los derechos sobre el local e
impida lo irreparable. Hasta ahora, sólo han recibido silencio como respuesta.
Un lluvia fina, pero persistente, barre la Place du Tertre
en esta mañana de invierno. Apenas hay turistas y sólo un puñado de pintores,
entre la esperanza y el desafío, mantiene en pie sus atriles. Jean-Marc y José
Luis –este último, de origen malagueño–, que aseguran ser los más veteranos de
la comunidad de artistas, echan pestes de la proyectada apertura de un café
Starbucks, que juzgan un paso más en la “degradación” del barrio. “Eso quitará
el encanto a la plaza”, opina José Luis. Su camarada es más radical. “La
decadencia es inexorable –dice Jean-Marc–. Está lleno de galerías que venden
reproducciones hechas en China, los cafés sirven una comida infecta... Sólo
cuenta el dinero, ¡la pasta!”.
En el viejo local de Au
Pichet du Tertre nada parece moverse. No hay obras a la vista,
tampoco ningún cartel. En el interior el tiempo parece haberse detenido y en la
veterana barra de madera siguen perfectamente alineadas las tradicionales
jarras –pichets– para servir el vino. En el exterior, tras
un cristal resquebrajado por un golpe de ira, puede leerse aún la carta de
comidas y bebidas. Un himno a la ambivalencia: la oferta estrella, por 12,50
euros, era el Menú Hamburguer. Eso sí, la carne era de origen francés
garantizado. Y de postre había crêpe...
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