La guerra
relámpago desencadenada por Francia en Mali para desalojar a los grupos armados
islamistas que controlaban el norte del país culminó ayer con la toma, por
parte de las fuerzas especiales francesas, del aeropuerto de Kidal, en el
nordeste. Esta ciudad, situada a 1.500 kilómetros
de la capital, Bamako, cerca ya de la frontera con Argelia, era el último feudo
que quedaba en manos de los yihadistas, que al igual que pasó en Gao y Tombuctú
se retiraron antes de la llegada de las tropas francesas. Sólo una tormenta de
arena impidió el despliegue definitivo en la ciudad.
Al ejército francés le habrán bastado tres semanas para
desalojar a los islamistas de las ciudades que habían ocupado en su ofensiva de
la pasada primavera, objetivo para el que Francia no ha escatimado medios. El
ejército francés ha movilizado una docena de cazabombarderos, además de aviones
de reconocimiento y transporte, helicópteros de combate y blindados, y ha
desplegado hasta el momento a 3.500 soldados –incluyendo fuerzas especiales y
paracaidistas–, una cifra que según el ministro de Defensa, Jean-Yves Le Drian,
aumentará todavía en los próximos días con el envío de cerca de 900 hombres más
y una nueva dotación de blindados. La táctica francesa, que algunos
especialistas han comparado con la blitzkrieg del
ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, ha consistido en golpear al
enemigo con intensos bombardeos, facilitados por su monopolio del espacio
aéreo, en manos de los Mirage y los Rafale, seguido de una rápida progresión de
las fuerzas terrestres.
El objetivo de París, pese a haber declarado en un primer
momento que sólo pretendía detener la ofensiva yihadista, era expulsar
rápidamente a los grupos armados de los territorios que habían ocupado hace
cerca de un año y sólo una vez estabilizada la situación pasar a un segundo
plano y dejar que sea la fuerza africana de la Misión Internacional de Ayuda a
Mali de la ONU –, todavía en fase de despliegue, que contará con entre 6.000 y
8.000 soldados– la que tome el relevo.
Si el ejército francés ha logrado un éxito tan rápido se
debe también, en gran medida, a la táctica seguida por los yihadistas, que en
general han preferido retirarse y evitar el choque frontal. “Los islamistas han
aprendido la lección del 2001 en Afganistán, donde Al Qaeda y los talibanes
perdieron a muchos hombres intentado resistir al ejército de Estados Unidos”,
explicó el profesor Mathieu Guidère, especialista de los movimientos islámicos
y enseñante de la Universidad de Toulouse al canal de televisión TF1. Con todo,
no han podido evitar sufrir importantes pérdidas a causa de los bombardeos
aéreos, que expertos militares calculan en cerca de un millar de hombres
–“Hemos matado a muchos”, afirmó el ministro francés de Asuntos Exteriores,
Laurent Fabius en el diario Le Parisien– y dos terceras
partes de su material.
Los islamistas de Ansar al Din y sus aliados de Al Qaeda en
el Magreb Islámico (AQMI) se
han visto forzados a refugiarse en el macizo montañoso de Adrar de Ifoghas, al
norte de Kidal, desde donde tratarán de reconstituir sus fuerzas. Sacarlos de
allí, desde donde pueden organizar acciones de guerrilla y atentados
terroristas, será sin duda mucho menos fácil. Y no será posible que a condición
de contar con el apoyo de la población local. Algo que implica necesariamente
encontrar una solución para el conflicto que enfrenta a Bamako con los tuareg
del norte, cuya rebelión ha sido precisamente el vehículo que ha permitido la
infiltración de los yihadistas en Mali.
París es perfectamente consciente de lo que está en juego.
En el caso de Kidal, que tras la fuga de los islamistas está en manos de las
milicias tuaregs –del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y del
recién creado Movimiento Islámico del Azawad (MIA)–, los franceses han llegado
solos, sin la compañía el ejército maliense, lo que hubiera sido recibido por
los tuaregs, una parte de los cuales reclaman la independencia, como un acto de
beligerancia. Francia, que intenta llegar a un compromiso con los tuaregs
–único medio, a su juicio, de poder acabar con la presencia islamista en la
región–, ha pedido formalmente a las autoridades de Bamako que abra
conversaciones sin más tardanza “con las poblaciones del norte (cargos electos,
sociedad civil) y los grupos armados no terroristas que reconozcan la
integridad territorial de Mali”.
La resolución del histórico litigio que enfrenta al sur de
Mali –negro– con las poblaciones tuareg del norte, y el restablecimiento del
orden constitucional, roto hace un año por un golpe de Estado militar, son dos
condiciones indispensables para que la intervención militar francesa, con el
respaldo internacional, tenga realmente éxito. En principio, París da por buena
la hoja de ruta presentada por el presidente interino, Dioncounda Traoré, que
prevé abrir un proceso de “reconciliación nacional” con algunos grupos armados
y la celebración de elecciones democráticas antes del próximo 31 de julio.
Washington, que antes de que la intervención militar se hiciera inevitable
abogaba ya por una salida negociada al conflicto, ha insistido de nuevo en la
necesidad de abordar un proceso de diálogo urgente.
El MIA, facción escindida de Ansar al Dine que se muestra
dispuesta ahora a una paz negociada, advirtió ayer en un comunicado que no
aceptarán la presencia ni del ejército maliense ni de ninguna otra fuerza
africana –sí , en cambio, de las francesas– mientras no se alcance una “solución
política” para la región.
Detenidos dos posibles cómplices de Merah
La policía francesa detuvo en la madrugada de ayer en
Toulouse a dos hombres de 28 y 30 años, presuntos integrantes de círculos
salafistas de la capital del Alto Garona, por su posible complicidad en los
asesinatos cometidos por el islamista Mohamed Merah en marzo del año pasado.
Merah asesinó a un total de siete personas –tres militares y tres niños y un
adulto de confesión judía– en Montauban y Toulouse antes de ser identificado,
rodeado y muerto por la policía. Los dos sospechosos fueron arrestado en el
barrio tolosano del Mirail, de donde era originario el terrorista. Su
detención, en aplicación de la ley antiterrorista, puede prolongarse hasta
cuatro días.