En Clichy-sous-Bois y Montfermeil, donde prendió la protesta hace seis años –a raíz de la muerte accidental de dos muchachos perseguidos por la policía-, los investigadores han constatado la presencia de unos síntomas de islamización más acusados que lo que otros estudios y sondeos ofrecen para el conjunto de los suburbios de Francia.
Las personas encuestadas –dos terceras partes de las cuales son de confesión musulmana- expresan en general, según el estudio, una piedad religiosa “exacerbada por el aislamiento geográfico y la adversidad social”. Uno de los síntomas más llamativos de esta deriva es la “explosión del mercado halal” y la paralela deserción de los niños de las cantinas escolares –un espacio de integración social, subrayan- por este motivo. Si los primeros inmigrantes llegados a Francia sólo pedían que no dieran de comer cerdo a sus hijos, éstos –llegados a la edad adulta- han aumentado sus exigencias. Otro síntoma: la mayoría expresa su oposición a un matrimonio con un no musulmán.
El propio relato que los habitantes de Clichy y Montfermeil hacen hoy de los sucesos de 2005 ha sido teñido con elementos de tipo religioso que en aquel momento no eran en absoluto evidentes. Así, es dado como desencadenante de las protestas el lanzamiento de una granada lacrimógena en la mezquita de Clichy, en plena plegaria, por los antidisturbios de la policía. La historia, reescrita.
Uno de los factores particulares que apunta el estudio para explicar esta deriva es el activo trabajo de proselitismo del movimiento tabligh, que empezó a instalarse en los barrios en los años ochenta y que se ganó una legitimidad al conseguir la erradicación de las drogas duras y promover la regeneración moral de los jóvenes a través de una práctica rigorista del islam. Los predicadores lograron lo que la policía –de la que existe más demanda, pero con la que se constata un “divorcio”- no consiguió.
Son justamente la debilidad, las deficiencias, de la República las que favorecen este crecimiento de la religión en la vida pública y social. Y no sólo en materia de seguridad. El primer problema se produce en la escuela. Con un elevado nivel de fracaso escolar –en Francia, cada año abandonan el sistema 150.000 jóvenes sin diploma, la mayoría en las banlieues-, los habitantes de los barrios viven ahí su primera frustración y alimentan sus primeros resentimientos. Percibida como la llave de la ascensión social, el hecho de que la mayoría de los alumnos sean orientados hacia líneas de formación profesional menos valoradas es recibido como una discriminación. “La figura del consejero de orientación es más odiada que la del policía”, constata el estudio.
Mal formados, estigmatizados por su origen, su confesión y su vecindario, alejados geográficamente de los focos más dinámicos del mercado de trabajo, el elevadísimo nivel de paro de los jóvenes de las banlieues -43%- bloquea toda posibilidad de integración. El resentimiento, sin embargo, es aún mayor entre aquellos titulados que no encuentran trabajo y que “devuelven el estigma que sufren en un rechazo radical de Francia y sus valores”, acompañado muchas veces por una “afirmación de los valores islámicos”.
El tocho no basta
Los barrios fronterizos de Clichy-sous-Bois y Montfermeil se parecen hoy poco a los del año 2005. El Estado francés ha pasado por allí y ha sustituido las viejas torres de los años sesenta por nuevos edificios residenciales, además de construir una nueva comisaría. Un total de 600 millones de euros han sido invertidos en este rincón de la banlieue este de París, del total de 40.000 millones movilizados por el Programa de Renovación Urbana de 2003. Mucho dinero se ha volcado en los suburbios, sin que los resultados estén a la altura. “La renovación urbanística por sí misma no es suficiente para segurar la cohesión y el desarrollo”, constata el estudio. Los esfuerzos públicos de los últimos treinta años han chocado con esta realidad: el tocho no basta.
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