Para haber aparecido durante semanas y semanas como el adalid del rigor económico –con la promesa de llevar el déficit público al 0% en 2017 y aumentar, eso sí, de forma más justa y equitativa, los impuestos-, François Hollande se descolgó en la recta final con la promesa de crear en cinco años 60.000 empleos –los que Nicolas Sarkozy ha suprimido- en la educación nacional, un guiño descarado a una de las bases electorales de los socialistas. La primera secretaria del PS, Martine Aubry, no ha sido benevolente con la iniciativa, lo mismo que con la otra bandera de su antecesor al frente del partido: la instauración de un “contrato-generación”, que promete exonerar de cargas sociales a las empresas que contraten a un joven manteniendo a la vez a un senior.
Martine Aubry, cargo obliga, ha sido la más ortodoxa, la más escrupulosamente respetuosa con el programa electoral socialista, que pasa por ser uno de los éxitos de su jefatura. La creación de contratos subvencionadosa los jóvenes –una vieja receta ya aplicada cuando era ministra de Lionel Jospin-, la refundación de la escuela y el abandono programado de la energía nuclear constituyen algunas de sus prioridades.
Siempre dispuesta a desconcertar a sus adversarios, Ségolène Royal ha recuperado algunas de las ideas lanzadas durante la campaña de 2007 –como el encuadramiento militar de los jóvenes delincuentes, ¡asumido ahora incluso por Sarkozy!- y ha puesto sobre la mesa algunas nuevas, tanto o más osadas, como la prohibición de los “despidos bursátiles”, esto es, los que no tengan una justificación económica, o el bloqueo de los precios de la gasolina y de cincuenta productos de primera necesidad.
Dejando aparte el caso particular del presidente del satélite Partido Radical de Izquierda (PRG), Jean-Michel Baylet –el único aspirante no socialista, que se ha permitido además criticar el programa del PS-, en los dos extremos del arco ideológico se han situado los dos candidatos de la nueva generación socialista: Arnaud Montebourg y Manuel Valls.
Montebourg es quien ha mostrado la mayor originalidad. Con un discurso decididamente de izquierdas y elevadas dosis de populismo, el padre de las elecciones primarias en el PS ha sabido cómo tocar la fibra de las clases populares, deseosas de escuchar que el poder político va a imponer su autoridad a los bancos –a través de la entrada del Estado en los consejos de administración con derecho de veto-, a enfrentar la competencia desleal de China instaurando el proteccionismo a nivel europeo, y a refundar sistema democrático con la creación de la VI República. Convincente y seductor, Montebourg ha puesto sus cualidades políticas y telegénicas al servicio de su proyecto de “desglobalización”.
Frente a Montebourg, señalado violentamente con el dedo por éste por sus planteamientos “derechistas”, el barcelonés Manuel Valls –el único candidato naturalizado francés- ha asumido sin complejos su papel de representante de lo que él llama una “izquierda realista”. Sus propuestas –lucha prioritaria contra el déficit, derivación de las cargas sociales que pagan las empresas al IVA, refuerzao de la presencia policial en los barrios difíciles, instauración de cuotas de inmigrantes…- son las que más abiertamente chocan con las tradiciones ideológicas del PS.
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