Christine Lagarde, que en los últimos diez días ha visitado las capitales de los tres grandes países emergentes en busca de un respaldo amplio a su candidatura –Brasilia el 30 de mayo, Nueva Delhi el 7 de junio, Pekín el 9–, acudió ayer a Lisboa aprovechando una reunión del Banco Africano de Desarrollo. Y no se fue con las manos vacías. Los ministros de Economía de la República Democrática de Congo y de Costa de Marfil, Matata Mapon y Charles Koffi Diby, anunciaron el apoyo del África subsahariana a la candidatura de Lagarde, quien ya había recibido el respaldo de Marruecos, Chad y Guinea.
África no presentará ningún candidato propio, después de que el principal favorito, el ministro de Planificación de Sudáfrica, Trevor Manuel, confirmara ayer su renuncia a presentar su candidatura. Los sudafricanos habían tanteado –sin éxito– la posibilidad de que Manuel recibiera el respaldo de los otros miembros del BRICS –Brasil, Rusia, India y China–. Lo cierto es que los países emergentes, que reclaman al unísono mayor peso en el FMI, no han logrado ponerse de acuerdo sobre un nombre común.
Ni siquiera el mexicano Carlos Carstens parece en disposición de atraerse su respaldo, percibido al parecer como demasiado próximo a Washington. Carstens, que ayer se encontraba en Nueva Delhi –donde pidió una elección basada exclusivamente en el mérito–, sólo ha conseguido hasta ahora el apoyo de una docena de países latinoamericanos, entre los que no están los dos grandes: Argentina y Brasil.
Christine Lagarde, en cambio, parte con la aplastante ventaja de contar con el apoyo unánime y explícito de la Unión Europea –reacia a aceptar un director del FMI no europeo, en plena tormenta monetaria–, y el respaldo implícito de Estados Unidos y de Rusia, que le dieron su luz verde durante la cumbre del G-8 celebrada los pasados 26 y 27 de mayo en la población francesa de Deauville. A diferencia del resto de países de los BRICS, los rusos han elogiado públicamente a Lagarde, dejando clamorosamente solo al tercer candidato en discordia: el presidente del Banco Central de Kazajstán, Grigori Martchenko.
La única sombra que planea sobre Lagarde, cuya competencia y dotes de negociación, es unánimemente reconocida, es interior: la amenaza de ser sometida en Francia a una investigación judicial por presunto abuso de poder por su papel en el arbitraje que resolvió el litigio entre el empresario Bernard Tapie y el Estado francés –en tanto que heredero subsidiario del Crédit Lyonnais– por la venta de Adidas. El Tribunal de Justicia de la República aplazó ayer una decisión sobre este asunto al próximo 8 de julio.
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