Seis meses, ni un día más, ha durado la paz –una paz armada, por lo que se ve– entre las dos principales accionistas del grupo francés L’Oréal. Liliane Bettencourt, de 88 años, heredera del fundador del gigante de la cosmética, y su hija, Françoise Bettencourt-Meyers, de 57, vuelven a verse las caras en los tribunales. La causa de este nuevo enfrentamiento es muy parecida a la que desencadenó las primeras hostilidades, en 2007, sólo los personajes han cambiado: la hija acusa al nuevo entorno de la multimillonaria –con una fortuna de 14.500 millones de euros, la mujer más rica de Francia– de aprovecharse de la senilidad de su madre para sacarle el dinero.
Françoise Bettencourt-Meyers presentó el lunes ante la juez de tutelas de Courbevoie (alrededores de París) una demanda para que se retiren los poderes al abogado de la propietaria de L’Oréal, Pascal Wilhem, que según avanzó ayer el diario Le Monde habría convencido presuntamente a Liliane Bettencourt de invertir una fuerte suma de dinero –143 millones de euros– en el holding empresarial de otro de sus clientes, el hombre de negocios Stéphane Courbit, especializado en el sector audiovisual. La demanda, que esta vez va firmada también por los dos nietos de la multimillonaria –Jean-Victor y Nicolas Meyers, ajenos a la primera guerra familiar–, acusa asimismo al nuevo entorno de la multimillonaria de aislar a la mujer de su familia.
El enfermero de la anciana, Alain T., se emplearía supuestamente en restringir y controlar las visitas de Françoise Bettencourt-Meyeres a su madre en el domicilio de Neuilly-Sur-Seine.
La juez de Courbevoie, Stéphanie Kass-Danno, podría decicir someter a tutela judicial a la multimillonaria, quien ya en marzo había alertado sobre la “imposibilidad \[de Liliane Bettencourt\] de ocuparse de sus intereses”, a causa del hecho de que sus “facultades cognitivas están netamente alteradas por una enfermedad cerebral”. Así lo exponía la juez en una comunicación enviada al Tribunal de Casación en la que preguntaba si podía proseguir la instrucción del caso después de que la hija desistiera de una primera demanda de tutela judicial presentada en octubre del 2010.
La primera guerra de las Bettencourt, iniciada en 2007, fue desencadenada por las prodigalidades de la multimillonaria con un controvertido personaje, el fotógrafo François-Marie Banier, a quien había hecho regalos por cerca de 1.000 millones de euros. Las dos mujeres, madre e hija, acabaron firmando la paz el pasado mes de diciembre. A cambio de retirar todas sus demanda judiciales, Françoise Bettencourt-Meyers logró que Banier renunciara a dos suculentos seguros de vida en su favor y se alejara de la multimillonaria. Lo mismo que el hasta entonces administrador de su patrimonio, Patrice de Maistre. Liliane Bettencourt aceptó asimismo someterse a la protección –una especie de tutela privada– de su abogado, Pascal Wilhem, en el caso de que en un futuro se viera imposibilitada de ejercer sus funciones al frente de L’Oréal.
Curiosamente es, pues, el encargado de proteger a Liliane Bettencourt el que es acusado ahora de actuar como depredador.
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