Premio Príncipe de Asturias 2010 de Comunicación y Humanidades, el sociólogo francés Alain Touraine (Hermanville-sur-Mer, 1925) es un profundo conocedor de la sociedad industrial y el mundo del trabajo. En su último libro, Después de la crisis (Paidós), analiza las transformaciones sociales que germinan tras la crisis económica y financiera desencadenada a partir del 2007.
La economía mundial da signos de recuperación. ¿Es eso realmente la salida de la crisis?
En el plano puramente económico, no hemos salido verdaderamente del estancamiento. En Estados Unidos, la capacidad de creación e innovación es tan importante que se puede hablar de elementos de arranque. Pero en Europa, el único país que está saliendo es Alemania, donde han tenido la inteligencia de mantener la sociedad industrial. La situación en Francia, en Italia, no es brillante. En España, hay un 21% de paro... Y hay tres países en situación difícil. ¿Se puede hablar de salida de la crisis con los casos de Grecia, Irlanda y Portugal?
Pese a todo, la situación no es tan dramática como la que se produjo tras el crack del 29.
Ciertamente, hemos evitado 1929. Hemos conseguido, pese a las dificultades, hacer algo para salvar la zona euro. Y los países europeos, salvo excepciones, han entendido que encerrarse, cerrar las fronteras como propone en Francia Marine Le Pen, sería una catástrofe, que abandonar el euro no es una solución. Hemos evitado lo peor. Pero no se puede decir que las cosas se han recuperado. Y esto pasa en un mundo que está en pleno crecimiento: América Latina, India, Corea, China… incluso África.
¿La hegemonía mundial se está desplazando con la crisis?
El gran fenómeno es el desplazamiento hacia los países nuevos. Es el hecho más importante. Los americanos han perdido mucha influencia, pero los europeos todavía más. Hoy no cabe imaginar a Europa como un elemento fundamental de la economía mundial. No hemos salido, no salimos, de la crisis porque no podemos salir sin un cambio cualitativo, profundo, cultural, político, social… y estamos muy lejos. Abordamos pequeños problemas con enormes dificultades.
¿Es un declive inevitable?
Nada es inevitable. Aunque hay que entender que salir de la crisis implica cambiar de visión, cambiar de paradigma, de representación de un tipo societal nuevo. Lo que es extremadamente difícil. En el siglo XIX, en Europa - Inglaterra aparte-el pensamiento industrial tuvo muchas dificultades para imponerse.
No encontramos el camino...
En Europa, y esto es algo extraordinario, han desaparecido los actores sociales y políticos. En la derecha no hay nada nuevo. El único cambio es la penetración de las ideas de la extrema derecha. El único movimiento importante hoy en Europa es la xenofobia. Y la izquierda está en retroceso. El problema fundamental es que los actores de la sociedad industrial han desaparecido y no han sido reemplazados. La extrema derecha es un contra-actor. Estamos en un continente sin actores. En un mundo vacío donde no hay grandes movimientos sociales. En la Europa de los últimos años había movimientos de cierta importancia, vinculados a la deslocalización industrial, al cierre de empresas. Después del inicio de la crisis en 2007 se terminó, porque la gente está en una situación mucho más difícil.
Usted habla en su libro del silencio de las víctimas de la crisis. ¿A qué lo atribuye?
No tengo respuestas suficientes. Pero es el problema más importante. La gran cuestión son los dominados, el pueblo, los trabajadores. Las fuerzas de oposición ya no son los trabajadores.
En España han roto ese silencio los indignados.
La ausencia de respuesta de los países europeos a la crisis ha comportado una crisis política. Los electores, sobre todo los jóvenes instruidos, tienen la conciencia de que se encuentran frente a un vacío político. En varios países, y no sólo en España, ha habido movimientos parecidos de ruptura. No se trata en absoluto de revolución, sino de la conciencia de no estar ya representados. El movimiento español parece una manifestación desesperada de una izquierda abandonada y engañada. Estos movimientos reclaman con urgencia nuevas proposiciones del sistema político. Es la ausencia de propuestas para salir de la crisis la que causa la indignación.
Si ya no son los trabajadores la principal fuerza de oposición, ¿quién puede serlo?
Ésa es la gran cuestión… Se puede responder de tres maneras. Se puede decir, de entrada, que en este mundo global la única respuesta con sentido debe ser mundial, es decir, ecologista. Aquí hay una capacidad de acción incontestable. La segunda es la respuesta a la mundialización. Pero los altermundialistas, que se han movilizado formidablemente, no tienen ningún asidero político. Es un movimiento de opinión que no deviene movimiento político. En tercer lugar, yo había formulado la hipótesis, que se ha revelado errónea, de que entre las principales fuerzas estaría el feminismo. No se ha producido.
Sostiene en su libro que ya no hay lucha de clases.
Estamos en un mundo donde hay una especie de descomposición de lo económico y lo social. En el mundo de lo subsocial está el tema de la ecología y de la desigualdad económica, y por encima, el problema de los derechos morales, de la igualdad, de la lucha contra la xenofobia. Hemos salido de la época que estaba dominada por las categorías sociales. Estamos más allá de lo social. Por eso hablo de una sociedad postsocial, de una situación posthistórica.
¿Los nuevos combates son, pues, universales?
¿Qué puede ser movilizador? No digo qué gente, sino qué temas ¿qué puede hacer salir a la gente de su casa? Esta es la cuestión que planteo en el libro y que, si todavía tengo algunos meses, intentaré dar elementos de respuesta en un nuevo libro que será probablemente el último. Creo que lo que es movilizador hoy es el tema de los derechos, un tema moral. Es más un juicio moral que un juicio social. En los siglos pasados hemos combatido por los derechos políticos, por los derechos sociales, por derechos culturales en una cierta medida, por los derechos sexuales… Ahora todo esto se funde en la cuestión de los derechos del ser humano. Hay muchos intelectuales, en particular franceses, que pretenden ser modernos burlándose del derechohumanismo. Son unos imbéciles. La capacidad de movilización en defensa de los derechos es hoy considerable y tomará cada vez más importancia.
¿Las revoluciones árabes responden a este proceso?
Se trata de un acontecimiento fundamental. De repente, toda la construcción política sobre el mundo árabe ha devenido un camelo. La realidad es que hay una gente, que ha hecho estudios y no tiene trabajo, y que quieren una vida política y económica - y perdón por la expresión- a la occidental.
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