Hasta ahora, Jacques Chirac se había guardado de emitir cualquier juicio negativo sobre Nicolas Sarkozy. Publicado en 2009, el primer tomo de sus memorias –“Cada paso debe ser un objetivo”– fue un ejemplo de extrema benevolencia hacia el actual presidente francés. Chirac prefirió pasar suavemente sobre uno de los episodios más espinosos de su relación: la traición de Sarkozy en 1995, cuando decidió apoyar al entonces primer ministro Édouard Balladur, en su contra, en su fallida carrera al Elíseo. En el segundo tomo de sus memorias –“La etapa presidencial”–, que sale mañana a la venta, la magnanimidad se ha acabado.
Nada hay de vengativo en las palabras de Jacques Chirac, según se desprende de los fragmentos del libro que avanzaron ayer algunos medios de comunicación franceses. Pero a sus 78 años, el ex presidente de la República parece igualmente decidido a dejar a la posteridad, negro sobre blanco, su sincera opinión sobre su sucesor en el Elíseo. Y el retrato que destilan sus páginas es afilado. “Nervioso, impetuoso, desbordante de ambición, no duda de nada y menos aún de sí mismo”, enjuicia el ex presidente francés sobre Sarkozy, a quien profesa una profunda desconfianza.
Chirac rememora las razones que le llevaron tras su reelección en 2002 a descartarle como primer ministro. “No subestimo sus cualidades: su fuerza de trabajo, su energía, su sentido táctico, sus talentos mediáticos, que hacen de él, a mi juicio, uno de los hombres políticos más dotados de su generación”, recita el ex presidente, quien añade aún en su favor “su dinamismo, su insaciable apetito de acción”. Pero detrás de esta brillante faz, Chirac observa también un inquietante reverso: “La confianza no se decreta, pero es imperativa. Y subsisten demasiadas zonas de sombra y de malentendidos entre Nicolas Sarkozy y yo”, explica, mientras expresa grandes dudas sobre la lealtad de su pupilo: “El riesgo sería encontrarme confrontado rápidamente a un jefe de Gobierno dispuesto a afirmar su autonomía, a discutirme incluso mis prerrogativas, sin prohibirse aparecer ya como aspirante a mi sucesión”, afirma.
El comportamiento posterior de Sarkozy como ministro del Interior acabaría dándole la razón. “Tiene una cualidad innegable: avanza siempre al descubierto. Sus ambiciones presidenciales devinieron rápidamente transparentes, apenas llegado a la plaza Beauvau [sede del Ministerio]”. Más allá de la confianza personal, el ex presidente subraya también la existencia de una fractura ideológica entre él y Sarkozy: “No compartimos probablemente la misma visión de Francia”.
Chirac repasa asimismo en su libro las ofensas recibidas del actual presidente de la República. Tanto las comprobadas como las supuestas. Entre las primeras se encuentra la burla pública de Sarkozy sobre la afición de Chirac por el sumo y las tradiciones japonesas –que estuvo a punto de costarle el cargo, según confiesa el ex presidente–. Entre las segundas, la sospecha de que fue el entonces ministro del Presupuesto quien en 1995 movió el asunto de los terrenos de Vigneux-sur-Seine para ensuciar la reputación de la familia de su esposa y, en última instancia, la suya. La última estocada fue cuando Sarkozy evitó toda referencia a Chirac en su toma de posesión en 2007. “En el fondo, eso me dolió”, confiesa.
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