En 1981, con
François Mitterrand, y en 1997, con Lionel Jospin, los socialistas franceses
abrieron la puerta a una regularización masiva de inmigrantes extranjeros en
situación irregular. No sucederá lo mismo en el 2012 con François Hollande. El presidente
francés ya lo había advertido durante la campaña electoral y ayer el Consejo de
Ministros lo confirmó, al aprobar una circular oficial con las nuevas reglas
para regularizar –individualmente, caso por caso– a los simpapeles que
demuestren arraigo en Francia.
Los nuevos criterios, que el ministro del Interior, Manuel
Valls, calificó de “exigentes y justos”, suavizan algunos de los requisitos
vigentes hasta ahora y endurecen otros. Y, sobre todo, clarifican
definitivamente las lagunas que existían hasta ahora y establecen las mismas
reglas para todo el territorio nacional, en lugar de dejarlas a la
interpretación de los prefectos. Pero en lo fundamental mantienen la misma
línea restrictiva que en materia de inmigración había aplicado Nicolas Sarkozy en
los últimos años. Su objetivo es también el mismo: no sobrepasar la cifra de
30.000 regularizaciones al año. Sólo una parte de los entre 300.000 y 500.000
simpapeles que se calcula que hay en Francia podrán beneficiarse de estas
condiciones.
La “firmeza” en el “control de los flujos migratorios” y la
“lucha contra la inmigración ilegal” evocada ayer por el Gobierno socialista
enlaza directamente con la herencia del ex presidente francés, quien no porque
sí tentó en su día a Manuel Valls con asumir la cartera de Interior con él. El
ministro, que fue alcalde en la banlieue sur de París
–en Evry– y conoce a la perfección las inquietudes de los franceses ante el
fenómeno de la inmigración y el problema de la seguridad, siempre ha mantenido
un discurso de firmeza en ambos terrenos, que lo ha situado en el ala derecha
del Partido Socialista. Pero sus ideas, avaladas por François Hollande, son hoy
las del Gobierno.
Si un acento diferente puede percibirse es en la voluntad
expresada por el Ejecutivo de abordar el problema de la inmigración con
“responsabilidad” pero evitando toda utilización populista –algo de lo que
Sarkozy no sabía privarse– y dando un “tratamiento humano” a las situaciones
personales más difíciles.
La circular aprobada ayer por el Consejo de Ministros
establece como requisito general –salvo alguna excepción– la permanencia en
Francia durante al menos cinco años como condición de partida para poder
aspirar a obtener un permiso de residencia.
En el caso de los inmigrantes por motivos de trabajo –la
mayoría–, deberán demostrar haber trabajado al menos 18 meses en los últimos
dos años, o 30 meses en los últimos cinco, y presentar un contrato de trabajo o
promesa de empleo. Sólo quienes hayan trabajado en periodos importantes –dos
años como mínimo– podrán acogerse al mismo trato si llevan al menos tres años
en el país. Con Sarkozy, se pedía también un mínimo de cinco años de
permanencia en Francia y 12 meses con el mismo empleador.
Los inmigrantes simpapeles podrán asimismo pedir la
regularización si tienen hijos escolarizados desde al menos tres años (incluido
el nivel preescolar). Con la derecha, en el 2006, se pedían sólo dos años de
residencia y un año de escolarización, pero eso duró poco y luego quedó al
albur de la autoridad administrativa. Las asociaciones en defensa de los
inmigrantes han criticado las restricciones en este capítulo.
Más suave es, en cambio, la condición que se impone a los
cónyuges en situación irregular, a quienes se exige cinco años de presencia en
Francia y 18 meses de vida en común (antes eran cinco años), además de
demostrar recursos suficientes para vivir. Los jóvenes de 18 años, por su
parte, podrán acceder a la regularización si han llegado al país antes de
cumplir los 16 (antes la barrera estaba en los 13 años)
El Gobierno anunció la presentación, durante el segundo
trimestre del 2013, de un proyecto de ley para instaurar permisos de residencia
plurianuales para determinados tipos de inmigrantes regulares. Antes, durante
el primer trimestre, se organizará un debate monográfico dedicado al tema de la
inmigración en el Parlamento, que a partir de ese momento se repetirá
anualmente. Es sí, con voz pero sin voto.
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