Un nutrido y peligroso
fuego cruzado se abate en los últimos días sobre el Elíseo. Desde la
otra ribera del Rhin, desde la otra orilla del Canal de la Mancha, las baterías
de la ortodoxia prusiana y el catecismo neoliberal disparan proyectiles de gran
calibre sobre la política económica del presidente francés, François Hollande.
Demasiado prudente, demasiado blanda, demasiado socialdemócrata para los gurús
de la City y el Bundesbank. ¿Francia, el nuevo eslabón débil de la zona euro?
¿el cáncer que puede arrastrar a Europa al abismo? Los adjetivos van cargados
de intención y de veneno. Pero los hechos –un crecimiento del 0,2% en el tercer
trimestre, el mismo que Alemania, mientras la recesión se extiende por los países
que aplican la austeridad a rajatabla– desmienten por ahora estos negros
augurios.
Dos portadas periodisticas ilustran este estado de opinión.
El viernes, el semanario británico The Economist,
profeta del libre mercado y martillo de herejes keynesianos, dedicaba un amplio
dossier a la situación económica de Francia con una provocadora imagen en
primera: un hatillo de baguettes dispuestas como
cartuchos de dinamita, sujetas con una banda tricolor y con una mecha encendida
bajo el título “La bomba de relojería en el corazón de Europa”. De forma
análoga, el diario alemán Bild abría el 31 de octubre su
segunda página con el siguiente interrogante: “¿Es Francia la nueva Grecia?”.
Menos sensacionalistas, pero no más indulgentes, los cinco
miembros del Consejo Alemán de Expertos Económicos –que asesora el Gobierno
federal– han expresado también su inquietud por la situación económica en
Francia. “El problema más serio de la zona euro en este momento ya no es
Grecia, España o Italia, sino Francia, pues no ha emprendido nada para
restablecer verdaderamente su competitividad y va incluso en la dirección
opuesta”, ha comentado al respecto uno de ellos, Lars Feld.
Elevada deuda pública, crecimiento económico átono, pérdida
de competitividad, déficit exterior abisal... Los síntomas del mal francés son
de todos conocidos y se arrastran desde hace años. Pero lo que los dedos
acusadores señalan –desde fuera, pero también desde dentro– es la aparente
pasividad de François Hollande y su resistencia a acometer reformas
estructurales en profundidad, confiando en una incierta recuperación general de
la economía mundial en 2013...
Sin embargo, la severidad de algunos de estos juicios son
anteriores a un hecho fundamental: el Pacto de Competitividad presentado por el
presidente francés el pasado 6 de noviembre, que sigue el grueso de las
recomendaciones del informe elaborado por el ex presidente de EADS Louis
Gallois y que prevé rebajar en 20.000 millones de euros las cargas sociales
sobre las empresas.
La medida, que se aplicará a través de la fórmula de
desgravaciones fiscales, no empezará a tener efectos hasta 2014, año en que
entrará asimismo en vigor un aumento del IVA –del 19,6% al 20% el tipo general,
y del 7% al 10% el reducido– para financiar la mitad de esta pérdida de
ingresos. La otra mitad se obtendrá a partir del recorte del gasto. Que la
patronal, Medef, y el diario Le Figaro, el gran portavoz
de la derecha, hayan aplaudido esta medida –anunciada pero nunca llevada a cabo
por Nicolas Sarkozy durante cinco años de mandato– dan la medida de su calado.
Si Hollande, para quien más importante que ir rápido es
ofrecer una perspectiva clara y estable, ha decidido esperar un año ha sido
para no penalizar aún más el consumo –tradicional motor de la economía
francesa– después del choque fiscal previsto para 2013: un total de 20.000
millones adicionales en impuestos –a añadir a los 7.000 ya aprobados en 2012–
con el objetivo de reducir el déficit el año que viene al 3% sin entrar a saco con
los recortes. De hecho, los 10.000 millones de reducción del gasto público
previstos en 2013 no son tanto un recorte real como virtual (es la progresión
normal que debería haber tenido el presupuesto siguiendo la inflación)
Hollande y su equipo económico consideran –con razón o sin
ella, el tiempo lo demostrará– que el aumento de la presión fiscal tiene un
efecto inmediato menos recesivo que al recorte del gasto público, que tan
devastador está siendo en países como Grecia, Portugal, España o Italia. Prefieren,
pues, subir impuestos de entrada y dejar para más adelante los recortes más
fuertes. Su apuesta sólo sera exitosa si logran que el año que viene se cierre
con un crecimiento del 0,8%.
La otra gran reforma económica que está sobre la mesa es la
reforma del mercado del trabajo, con el fin de hacerlo más flexible a cambio de
una mayor seguridad para los trabajadores. Hollande ha dado aquí prioridad al
diálogo social –“A algunos les parecerá una pérdida de tiempo, pero en realidad
nos hará ganarlo”, ha dicho– y la patronal y los sindicatos han empezado ya a
abordar las negociaciones. Sólo si los interlocutores sociales fracasan, el
Gobierno legislará por su cuenta.
Con su política de rigor presupuestario, la reducción de las
cargas sociales a las empresas y la reforma laboral, Hollande está dando un
giro copernicano, decididamente reformista y socialdemócrata, que rompe con la
tradición izquierdista del socialismo francés. Una auténtica revolución.
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