domingo, 18 de noviembre de 2012

Fuego cruzado sobre Francia


Un nutrido y peligroso fuego cruzado se abate en los últimos días sobre el Elíseo. Desde la otra ribera del Rhin, desde la otra orilla del Canal de la Mancha, las baterías de la ortodoxia prusiana y el catecismo neoliberal disparan proyectiles de gran calibre sobre la política económica del presidente francés, François Hollande. Demasiado prudente, demasiado blanda, demasiado socialdemócrata para los gurús de la City y el Bundesbank. ¿Francia, el nuevo eslabón débil de la zona euro? ¿el cáncer que puede arrastrar a Europa al abismo? Los adjetivos van cargados de intención y de veneno. Pero los hechos –un crecimiento del 0,2% en el tercer trimestre, el mismo que Alemania, mientras la recesión se extiende por los países que aplican la austeridad a rajatabla– desmienten por ahora estos negros augurios.

Dos portadas periodisticas ilustran este estado de opinión. El viernes, el semanario británico The Economist, profeta del libre mercado y martillo de herejes keynesianos, dedicaba un amplio dossier a la situación económica de Francia con una provocadora imagen en primera: un hatillo de baguettes dispuestas como cartuchos de dinamita, sujetas con una banda tricolor y con una mecha encendida bajo el título “La bomba de relojería en el corazón de Europa”. De forma análoga, el diario alemán Bild abría el 31 de octubre su segunda página con el siguiente interrogante: “¿Es Francia la nueva Grecia?”.

Menos sensacionalistas, pero no más indulgentes, los cinco miembros del Consejo Alemán de Expertos Económicos –que asesora el Gobierno federal– han expresado también su inquietud por la situación económica en Francia. “El problema más serio de la zona euro en este momento ya no es Grecia, España o Italia, sino Francia, pues no ha emprendido nada para restablecer verdaderamente su competitividad y va incluso en la dirección opuesta”, ha comentado al respecto uno de ellos, Lars Feld.

Elevada deuda pública, crecimiento económico átono, pérdida de competitividad, déficit exterior abisal... Los síntomas del mal francés son de todos conocidos y se arrastran desde hace años. Pero lo que los dedos acusadores señalan –desde fuera, pero también desde dentro– es la aparente pasividad de François Hollande y su resistencia a acometer reformas estructurales en profundidad, confiando en una incierta recuperación general de la economía mundial en 2013...

Sin embargo, la severidad de algunos de estos juicios son anteriores a un hecho fundamental: el Pacto de Competitividad presentado por el presidente francés el pasado 6 de noviembre, que sigue el grueso de las recomendaciones del informe elaborado por el ex presidente de EADS Louis Gallois y que prevé rebajar en 20.000 millones de euros las cargas sociales sobre las empresas.

La medida, que se aplicará a través de la fórmula de desgravaciones fiscales, no empezará a tener efectos hasta 2014, año en que entrará asimismo en vigor un aumento del IVA –del 19,6% al 20% el tipo general, y del 7% al 10% el reducido– para financiar la mitad de esta pérdida de ingresos. La otra mitad se obtendrá a partir del recorte del gasto. Que la patronal, Medef, y el diario Le Figaro, el gran portavoz de la derecha, hayan aplaudido esta medida –anunciada pero nunca llevada a cabo por Nicolas Sarkozy durante cinco años de mandato– dan la medida de su calado.

Si Hollande, para quien más importante que ir rápido es ofrecer una perspectiva clara y estable, ha decidido esperar un año ha sido para no penalizar aún más el consumo –tradicional motor de la economía francesa– después del choque fiscal previsto para 2013: un total de 20.000 millones adicionales en impuestos –a añadir a los 7.000 ya aprobados en 2012– con el objetivo de reducir el déficit el año que viene al 3% sin entrar a saco con los recortes. De hecho, los 10.000 millones de reducción del gasto público previstos en 2013 no son tanto un recorte real como virtual (es la progresión normal que debería haber tenido el presupuesto siguiendo la inflación)

Hollande y su equipo económico consideran –con razón o sin ella, el tiempo lo demostrará– que el aumento de la presión fiscal tiene un efecto inmediato menos recesivo que al recorte del gasto público, que tan devastador está siendo en países como Grecia, Portugal, España o Italia. Prefieren, pues, subir impuestos de entrada y dejar para más adelante los recortes más fuertes. Su apuesta sólo sera exitosa si logran que el año que viene se cierre con un crecimiento del 0,8%.

La otra gran reforma económica que está sobre la mesa es la reforma del mercado del trabajo, con el fin de hacerlo más flexible a cambio de una mayor seguridad para los trabajadores. Hollande ha dado aquí prioridad al diálogo social –“A algunos les parecerá una pérdida de tiempo, pero en realidad nos hará ganarlo”, ha dicho– y la patronal y los sindicatos han empezado ya a abordar las negociaciones. Sólo si los interlocutores sociales fracasan, el Gobierno legislará por su cuenta.

Con su política de rigor presupuestario, la reducción de las cargas sociales a las empresas y la reforma laboral, Hollande está dando un giro copernicano, decididamente reformista y socialdemócrata, que rompe con la tradición izquierdista del socialismo francés. Una auténtica revolución. 


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