Cuando los ecos
de la batalla fratricida que enfrenta a Jean-François Copé y François Fillon
por el liderazgo de la derecha francesa se hayan extinguido, la Unión por un
Movimiento Popular (UMP) asemejará un campo de ruinas. Francia asiste
estupefacta e incrédula, minuto a minuto, al violento desgarramiento del gran
partido de la derecha, fundado por Jacques Chirac en el 2002 con el fin de
superar para siempre las luchas de clanes. Lo que el diario conservador Le Figaro no ha dudado en calificar de “suicidio en
directo”. Cuando termine la guerra, que ayer se había reanudado de nuevo tras
una equívoca tregua, la UMP habrá dejado en el campo de batalla toda su
credibilidad, y deberá iniciar un arduo camino de reconstrucción. Eso en el
mejor de los casos. En el peor, se romperá en dos.
En un mes, según pone de relieve un sondeo de TNS Sofres
difundido ayer, la mala imagen de la UMP entre los franceses se ha disparado
hasta el 62% (+7), mientras la buena ha caído al 27% (-8). Los dos duelistas –como ya han sido rebautizados irónicamente en
alusión al obsesivo enfrentamiento de los protagonistas de la película de
Ridley Scott– van a salir también desplumados del envite: entre los
simpatizantes de la UMP, la popularidad de Fillon ha retrocedido al 70% (-10) y
la de Copé al 44% (-17). Ya se lo advirtió el martes el ex presidente francés,
Nicolas Sarkozy, cuando logró forzarles a una frágil entente: de seguir así,
les recordó, no sólo el partido sufrirá, sino también su propio capital
político, y sus opciones de presentarse a las elecciones presidenciales del
2017 se verán arruinadas.
Como si nada. De nada habrán valido las desesperadas
gestiones del que fuera primer presidente de la UMP, Alain Juppé, admitido como
mediador la semana pasada; de nada las severas admoniciones de Nicolas Sarkozy;
ni los dramáticos llamamientos de una cincuentena de parlamentarios no
alineados –encabezados por Bruno Le Maire y Nathalie Kosziusko-Morizet–
reclamando un arreglo. Copé y Fillon extinguieron ayer la única posibilidad que
había sobre la mesa para encontrar una solución, al dar por rota toda
negociación sobre la organización de un referéndum interno para decidir si debe
repetirse la elección de presidente del partido. ¿Es que queda ya otra opción?
La celebrada el pasado día 18, en la que salió oficialmente elegido Copé, no
sólo es contestada por Fillon, sino que nadie cree ya que pueda servir para
sostener un nuevo liderazgo.
Cincuenta diputados y un centenar de senadores de la UMP
reclamaron ayer la convocatoria de una nueva votación. Mientras, desde la base,
seis federaciones del Este de Francia se proponen hacer votar a sus militantes
una moción en favor de la unidad y contra “la guerra de los jefes”.
El martes por la noche, la solución del referéndum –puesta
sobre la mesa por Sarkozy– había sido aceptada por ambos
campos. Pero cada cual pretendió imponer al otro condiciones inaceptables. El
desencadenante de la ruptura fue la decisión de Fillon de mantener, contra
viento y marea, su iniciativa de crear un grupo parlamentario disidente –Reagrupamiento-UMP–
en la Asamblea Nacional, integrado por una setentena de sus seguidores. Se trataba de un elemento de presión, una demostración de
fuerza para negociar con ventaja las condiciones del referéndum. El propio
Fillon había asegurado que el grupo se disolvería en cuanto se llegara a un
acuerdo.
Pero para Copé, que más que instalado se ha encastillado en
la presidencia de la UMP, el desafío de Fillon era inaceptable. Era “cruzar la
línea roja”. Consumado el gesto anteanoche, ayer a primera hora Copé dió por roto
el diálogo, para revenir después y fijar un plazo –hasta las 15 horas– para que
el grupo fuera disuelto. “No aceptamos ultimátums de nadie”, respondieron los
de Fillon. Pasaban quince minutos de las tres de la tarde cuando la número dos
de Copé y secretaria general del partido, Michèle Tabarot, emitió la sentencia
definitiva: “La negociación se acaba aquí”.
Las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas van a
resultar cruciales. François Fillon deberá decidir hasta dónde lleva su
desafío. La consolidación del grupo disidente podría acabar privando a la UMP,
ya en situación económica delicada, de una parte de la financiación pública a
la que tiene derecho en función del número de diputados. Si el ex primer
ministro da ese paso, abriría el camino a la secesión. Pero ¿quién le seguiría?
En su propio campo han empezado a aparecer las primeras muestras de incomodidad
y desfallecimiento.
La extrema dureza del enfrentamiento entre Jean-François
Copé, de 48 años, y François Fillon, de 58, es la propia de una lucha
desesperada por hacerse con el control de la UMP como paso previo para intentar
el asalto al Elíseo dentro de cuatro años y medio. Pero detrás de esta guerra
de personas hay también dos líneas políticas que se enfrentan.
La contestada victoria de Copé, reforzada por el triunfo de
la moción La Francia Fuerte, implicaría, caso de consolidarse, la confirmación
del giro estratégico dado por Nicolas Sarkozy a partir del 2011. Inspirado por
los consejos de uno de sus más controvertidos asesores, Patrick Buisson, un
hombre surgido de la extrema derecha, el ex presidente francés viró hacia al
populismo identitario, agitando el miedo al islam y la inmigración. Frente a
Copé, adalid de esta nueva “derecha desacomplejada”, Fillon representa a una
derecha más moderada y liberal, más centrada.
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