Los cerca de
300.000 militantes de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el gran partido
de la derecha francesa, tienen hoy en sus manos decidir la persona que liderará
sus filas en la era post Nicolas Sarkozy. Según quien salga elegido en las
elecciones internas de hoy y –sobre todo– con según qué resultado, el ex
presidente francés podría tener alguna posibilidad de intentar un retorno cara
a las elecciones presidenciales del 2017 o bien quedar definitivamente
amortizado. Más allá de sus declaraciones públicas, los dos principales
contendientes, el ex primer ministro François Fillon y el actual secretario
general del partido, Jean-François Copé, se juegan sus posibilidades de
intentar el asalto al Elíseo dentro de cinco años. Una ambición que ambos
comparten a media voz.
La presidencia de la UMP, vacante desde que Sarkozy accedió
al Elíseo en el 2007 –el cargo quedó entonces temporalmente congelado–, es la
plataforma que el ex presidente utilizó para catapultarse después a la
presidencia de la República. Sus émulos pretenden hacer lo mismo. Jean-François
Copé, que hace tres años se hizo con la secretaría general –ejerciendo desde
entonces como una suerte de capataz– tiene en su favor el control del aparato,
pero su rival parece contar con el favor de la opinión.
Todos los sondeos realizados hasta ahora, sin excepción, dan
como claro favorito a Fillon. El exprimer ministro de Sarkozy, con quien
aguantó cinco años al frente de Matignon –sólo Georges Pompidou estuvo tanto
tiempo–, es percibido por el conjunto de los electores de derecha como el
hombre más capaz para dirigir el partido y el Estado, así como de derrotar al
presidente actual, el socialista François Hollande. De este modo piensa el 67%
de los simpatizantes de la UMP, frente a un 32% que prefiere a su rival, según
una encuesta de BVA difundida el viernes por i-Télé.
Ahora bien, los electores de la UMP son una cosa y los
militantes otra. Y nadie sabe lo que realmente piensan. El nivel de
participación que puede haber hoy estambién un misterio. Hasta ahora, los
militantes de la UMP sólo habían sido llamados a las urnas para plebiscitar al
líder de turno.
Los fillonistas se han empleado a fondo estas últimas
semanas en promover una participación lo más amplia posible, en la confianza de
refrendar las previsiones de los sondeos, mientras Copé ha jugado a fondo la
baza de su condición de secretario general para presentarse como el candidato
legítimo de los militantes.
La batalla ha sido ruda, sobre todo en los últimos siete
días, con un vivo intercambio de acusaciones. “Estos últimos días, he sido muy
atacado, injuriado incluso”, se quejó Jean-François Copé en un mitin celebrado
en París. “He recibido unos cuantos golpes y me he esforzado todo lo posible en
no devolverlos. Comprendo que no se comparta mi línea política, pero pido que
se la respete”. añadió. Con el atrevimiento que le es propio, Copé ha llegado a
alertar a sus seguidores del riesgo de fraude, cuando él está de hecho al
frente del partido...
François Fillon le replicó en una entrevista radiofónica sin
paños calientes: “Reconozca que es un poco irritante pasar por un agresor
cuando uno es una víctima. Lo que yo constato, simplemente, es que después de
haber sido el jefe de la mayoría durante cinco años, desde hace seis meses he
tenido que enfrentarme permanentemente a la hostilidad de la dirección de mi
partido”.
Más allá de sus diferencias de personalidad y de estilo,
Copé y Fillon no presentan grandes diferencias ideológicas. A no ser –y aquí
radica el quid de la eleccion– en el acento del discurso, más radical en el
primer caso, más moderado en el segundo. Copé, autoerigido en el escudero de
Sarkozy, ha adoptado la línea derechista radical del ex presidente durante su
campaña electoral.
Profeta de una “derecha desacomplejada”, Copé promete una
oposición de “resistencia” al poder socialista incluso en la calle –lo que
opone a la moderación de su rival, calificado por su supuesta blandura de
“Hollande de derecha”–, y utiliza de forma descaradamente demagógica el miedo
al islam, denunciando ya sea al “racismo anti-blanco” en las banlieues, ya sea las imposiciones de los musulmanes al
resto de los ciudadanos, con la célebre anécdota –¿apócrifa?– del chaval al que
robaron el pan con chocolate por no respetar el ramadán.
Frente a él Fillon se presenta con su aura de hombre
prudente y mesurado, conciliador, en la mejor tradición chiraco-gaullista. “Las
elecciones se ganan en la derecha, pero también en el centro e incluso en la
izquierda”, ha declarado casi como un reto. Los centristas que aún no se han sumado a la nueva Unión de
los Demócratas e Independientes (UDI) de Jean-Louis Borloo esperan a ver el
resultado. Para quedarse... o salir corriendo.
LOS CANDIDATOS
François Fillon y Jean-François Copé pertenecen a dos
generaciones diferentes, pero sus carreras políticas han sido paralelas. En
ambos, su sarkozysmo es reciente.
François Fillon
Exprimer ministro, 58 años
Ministro con Balladur, Juppé y Raffarin, François Fillon ha
jugado durante cinco años el papel de segundo de a bordo de Nicolas Sarkozy al
frente del Gobierno. Casado en 1980 con la galesa Penelope Clarke, tiene cinco
hijos.
Jean-François Copé
Secretario general UMP, 48 años
Ministro en el Gobierno de Raffarin, Jean-François Copé
procede del chiraquismo. En el 2010 se hizo con el mando del aparato de la UMP.
Casado en segundas nupcias con Nadia d’Alincourt, tiene cuatro hijos.
Consagración oficial de las corrientes
Los estatutos de la UMP reconocen desde su fundación, en
2002, el derecho a constituir corrientes internas o “movimientos”, pero hasta
ahora nunca se había traducido en la realidad. En el congreso de hoy, por
primera vez seis mociones concurren para testar sus apoyos internos y obtener
una representación proporcional en los órganos de dirección. El ex primer
ministro Jean-Pierre Raffarin –corriente “Humanista”– y el ex ministro Laurent
Wauquiez –“Derecha Social”– encabezan los movimientos más moderados, junto a
Michèle Alliot-Marie, cabeza de cartel de los gaullistas. Otras dos mociones
–la Derecha Popular y la Derecha Fuerte– reivindican la línea dura encarnada al
final de su mandato por Nicolas Sarkozy.
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