Yaacov
Monsonego, director de la escuela judía Ohr Hatorah de Toulouse –nuevo nombre
adoptado por el centro para olvidar el de la tragedia, Ozar Hatorah–, no pudo
reprimir los sollozos al evocar ayer la matanza cometida por el terrorista
islamista Mohamed Merah el pasado 19 de marzo, cuando acabó con la vida de un
profesor y tres niños de corta edad. Entre ellos estaba su hija de ocho años, a
quien el asesino persiguió hasta el patio y remató en el suelo. “Ese lunes
negro solté la mano de mi pequeña hija Myriam y dos minutos más tarde era
ejecutada fríamente, simplemente porque era judía”, dijo con la voz quebrada. Y
añadió: “Lo que sucedió ese día pulverizó mi vida de hombre y de padre”. Hoy el
colegio y el liceo llevan el nombre de la pequeña.
Una viva emoción presidió a primera hora de la tarde de ayer
el homenaje celebrado en la escuela a las víctimas del 19 de marzo –el rabino
Jonathan Sandler, de 30 años, sus hijos Arieh y Gabriel, de 5 y 4, y Myriam
Monsonego– y, por extensión, a las otras tres víctimas de Merah: los soldados
franceses Imad Ibn-Ziaten, Abel Chennouf y Mohamed Legouad, integrantes de
unidades que han combatido en Afganistán. Pero la inédita y simbólica presencia
del presidente francés, François Hollande, y del primer ministro israelí,
Benjamin Netanyahu, le confirió además un hondo significado político.
Hollande pronunció un discurso firme y comprometido, con el
que intentó tranquilizar a los judíos franceses, cada vez más inquietos ante el
aumento de los actos antisemitas. “Los judíos de Francia deben saber que la
República hará todo para protegerles. La garantía de su seguridad es una causa
nacional”, proclamó con solemnidad el presidente francés, quien prometió
combatir el antisemitismo en todos los frentes: “Será atajado en todas sus
manifestaciones, las palabras como los actos. Será hostigado en todas partes,
incluido detrás de todas las causas que le sirven de pretexto o de máscara.
Será perseguido por todas partes donde sea difundido, en particular en las redes
sociales que conceden el anonimato al odio”.
En los últimos meses, y al calor del atentado de la escuela
Ozar Hatorah, los actos antisemitas se han multiplicado por todo el país. El
más grave desde entonces –con un herido leve– fue el ataque con una granada, el
pasado 19 de septiembre, contra un colmado kosher en Sarcelles –norte de
París–, detrás del cual la policía descubrió, y desmanteló, a un grupo de
islamistas con intenciones terroristas.
En un francés perfecto –lengua que utilizó al principio de
su discurso, proseguido después en hebreo–, el primer ministro de Israel
agradeció el gesto del presidente francés de acompañarle a Toulouse, una
decisión que Hollande tomó esta misma semana. “El hecho de que estemos hoy aquí
juntos, uno al lado del otro, quiere decirlo todo”, afirmó Benjamin Netanyahu,
quien –subrayando las diferencias entre hoy y los años cuarenta del siglo
pasado– elogió el “espíritu de la Resistencia” encarnado por el presidente de
la República.
Hollande admitió en su intervención la existencia de
“fallos” en los servicios de información, que impidieron detectar antes la
peligrosidad de Mohamed Merah y evitar sus crímenes, y prometió dar a conocer
“toda la verdad”. Un severo informe de la Inspección General de la Policía
Nacional dado a conocer la semana pasada ha constatado deficiencias a todos los
niveles, tanto en el seguimiento como en la evaluación de la peligrosidad
potencial del terrorista (véase La Vanguardia del pasado
24 de octubre). Según el diario Le Monde, los agentes
locales de la Dirección General de Información Interior (DCRI) en Toulouse
culparon ante el juez a sus superiores de no haberles escuchado.
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