L’espoir est un scepticisme. C’est douter du malheur un instant.
Paul Valéry
A una persona se le puede quitar todo. Pero no se le puede arrebatar el futuro. No se le puede negar la esperanza. “El fin de la esperanza es el principio de la muerte”, dijo Charles De Gaulle, quien en 1940 se levantó en armas contra el destino. A miles de personas se les está robando hoy el futuro en España. En la calle, sin nada, sepultadas por una deuda imposible, se les impide volver a empezar. Uno puede caer, hincar la rodilla en el suelo. Pero debe tener la oportunidad de poder levantarse otra vez.
La plaga de desahucios en España ha tenido que adquirir proporciones estratosféricas para que por fin los responsables políticos hayan tomado conciencia del drama que golpea a miles de familias, condenadas –por una lógica perversa- a pagar el resto de sus vidas por una vivienda que ya no poseen. La –necesaria e imprescindible- salvación de los bancos y las cajas de ahorros, envenenados por el monstruo de ladrillo que irresponsablemente contribuyeron a crear, no puede ser al precio de tamaña tragedia.
No hace falta irse muy lejos para ver cómo se aborda el mismo problema en otros países. En Francia, de entrada, cada invierno hay una tregua oficial por la cual queda absolutamente prohibido, desde finales de octubre a mediados de marzo, echar a nadie de su casa. Deba lo que deba. Se lo deba a quien se lo deba. Es un parche, sí. Pero no es el único amparo. Mucho más importante y decisivo, la ley prevé un procedimiento para saldar todas las deudas en caso de imposibilidad manifiesta de devolverlas. Una comisión del Banco de Francia es la encargada de estudiar caso por caso y buscar una solución adaptada: reescalonamiento de los pagos, moratoria en el retorno de la deuda o liquidación de todos los bienes del deudor para saldar lo que se pueda. En este último caso, que debe ser avalado por un juez, el resto de la deuda queda oficial y definitivamente borrado. A uno no le queda nada, pero puede empezar de cero.
Mecanismos parecidos existen en Alemania, en Bélgica, en Canadá, en Suiza. Probablemente hay otros ejemplos en el mundo, otras ideas en las que inspirarse, para tratar de encontrar una solución a este grave problema. La imaginación tampoco es la mayor de nuestras carencias. Lo que hace falta, por encima de todo, es un poco de humanidad. Si negamos la esperanza a quienes se han quedado en la cuneta, nos la estamos negando a nosotros mismos.