El diestro José Tomás
encabezaba el cartel de la última corrida que se celebró en la
Monumental de Barcelona, el 25 de noviembre del 2011. Según cómo vayan las
cosas, el torero madrileño podría acabar siendo también la última gran estrella
en torear en las Arenas de Nimes, la catedral francesa de la tauromaquia. Tomás
se enfrentó el domingo, última jornada de la Feria de la Vendimia, a seis toros
en el impresionante coso de la capital del Gard –un magnífico anfiteatro
erigido por los romanos en el año 27 antes de Cristo– y salió en hombros tras
cobrarse 11 orejas y un rabo, en lo que los críticos y aficionados franceses
han calificado ya de “corrida histórica”. Histórica, podría serlo doblemente,
porque el próximo viernes el Consejo Constitucional francés debe pronunciarse
sobre la constitucionalidad de la ley que autoriza las corridas de toros –y las
peleas de gallos– allí donde existe una “tradición local ininterrumpida”.
Las corridas de toros fueron introducidas en Francia en 1853
por la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, y con el tiempo
acabaron arraigando fuertemente en el sur del país, en el Languedoc-Rosellón y
en el País Vasco francés, donde Bayona es la principal plaza. Esta
particulardad ha acabado convirtiendo a los toros, junto al rugby, en una seña
de identidad regional. Una cincuentena de municipios integran la Unión de
Ciudades Taurinas de Francia –entre ellas las catalanas Colliure, Carcasona y
Ceret–, donde cada año se celebran un centenar de corridas y se sacrifican 700
toros.
En abril del 2011, el Ministerio de Cultura, dirigido a la
sazón por Frédéric Mitterrand, acordó inscribir la tauromaquia en la lista del patrimonio
cultural inmaterial de Francia. Una decisión que se quiso neutra – “Ordenar las
estanterías no es fundar una biblioteca”, argumentó el ministro– pero que
desencadenó la ira de las organizaciones antitaurinas y de defensa de los
animales y que está en el origen del recurso de inconstitucionalidad. La
posibilidad de los ciudadanos de apelar al Consejo Constitucional no fue
posible en Francia hasta la reforma impulsada por el ex presidente Nicolas
Sarkozy en el 2008.
El ministro del Interior, el catalán Manuel Valls, se
pronunció días atrás por mantener las corridas de toros, en la medida en que
constituyen una tradición arraigada en el sur del país. “Es una cultura que hay
que preservar”, dijo el ministro en una entrevista radiofónica, donde admitió
que los toros forman parte también de “la cultura de (su) familia”.
La actuación de José Tomás el domingo en las Arenas de Nîmes
creó una gran expectación, hasta el punto de que las localidades se agotaron
pronto y la reventa alcanzó precios estratosféricos. En las gradas estaban,
entre otros, insignes figuras como el filósofo Alain Finkielkraut, el
arquitecto Jean Nouvel, los actores Édouard Baer y Denis Podalydès –quien
encarnó a Sarkozy en la pantalla grande– y los políticos Dominique Baudis y
Alain Marleix. Esta vez no estaba el ex primer ministro François Fillon, quien
es un gran aficionado. Si es cierto que los toros son populares principalmente
en el sur de Francia, lo cierto es que en los últimos años han logrado
despertar el interés de una cierta intelligentsia parisina, que se planta en Nîmes en tres horas con el TGV.
La prensa francesa de ámbito nacional, como es habitual, no
prestó apenas atención a la actuación de José Tomás, a diferencia de la prensa
regional, como Midi Libre (Montpellier), La
Dépêche du Midi (Toulouse) o L’Independant (Perpiñán), que siguen de forma regular la temporada taurina. El vespertino Le Monde dedicó al asunto una crónica de cien líneas a
dos columnas en lo alto de su página dos, en la que, bajo el título “Seis
contra uno en la ‘corrida histórica’ de José Tomás”, el novelista y crítico
literario Francis Marmande ofrece encendidos elogios al torero español: “Cuando
se conoce la lentitud, la suavidad de muñeca, la calma imperturbable de José
Tomás, el entusiasmo que desencadena toma todo su sentido”, escribe.
El viernes, el Consejo Constitucional deberá decidir si es
lógico que una ley nacional tenga excepciones en ciertos territorios. Si así lo
juzga, el Concordato con el Vaticano firmado por Napoleón y todavía vigente en
Alsacia y Lorena tiene los días contados...
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