Para los
musulmanes moderados, respetuosos con los valores y los principios de la
República, todo. Para los islamistas radicales que desafíen al Estado laico y
atenten contra el orden público, nada. El ministro del Interior francés, Manuel
Valls, blandió ayer el palo y la zanahoria ante los musulmanes de Francia, a
quienes advirtió que actuará con mano dura con los integristas y expulsará a
aquellos extranjeros que vulneren las leyes y contradigan los valores
republicanos.
La advertencia llega una semana después de que grupos de
extremistas convocaran manifestaciones en todo el país –prohibidas por el
Gobierno y abortadas por la policía– en protesta contra las caricaturas de
Mahoma publicadas por el semanario satírico Charlie Hebdo.
Y en un momento en que los grupos de raíz salafista multiplican los desafíos a
las autoridades, ya sea organizando rezos en la calle, ya sea saltándose la
prohibición de vestir el velo integral en el espacio público.
Unas 1.200 personas, entre las que se encontraban diversos
representantes religiosos islámicos, escucharon el discurso de Valls,
pronunciado con motivo de la inauguración de la Gran Mezquita de Estrasburgo
(Alsacia), el mayor centro de culto musulmán de Francia. Se trataba, en cierto
modo, de un discurso fundacional, que pretendía marcar las reglas de juego bajo
la presidencia del socialista François Hollande. Si el tono fue diferente, el
contenido no marcó ninguna ruptura respecto al periodo de Nicolas Sarkozy. Si
se exceptúa la deriva anti-islámica protagonizada por el ex presidente en la
última etapa –marcada por un giro hacia la derecha de tintes claramente
electoralistas–, Valls mantiene básicamente la misma línea de firmeza.
“Los predicadores del odio, los partidarios del oscurantismo,
los integristas, los que quieren atacar nuestros valores y nuestras
instituciones, los que niegan los derechos de las mujeres, esos no tienen
cabida en nuestra República”, advirtió el ministro del Interior, quien añadió:
“Quienes están en nuestro territorio para desafiar nuestras leyes, para atacar
los fundamentos de nuestra sociedad, no pueden quedarse”. Valls aseguró que “no
dudará en expulsar” a los islamistas extranjeros que representen una “amenaza
grave contra el orden público”. Nada que no se haya hecho ya: en la última
década han sido expulsados de Francia unos 150 islamistas radicales, entre
ellos varias decenas de imanes. Valls pretende seguir con esta práctica.
Junto a las amenazas, el ministro del Interior tendió la
mano a la mayoría de los musulmanes franceses –se calcula que hay unos cinco
millones de fieles–, a quienes invitó a sentirse “orgullosos” del islam que
están “construyendo”. Valls elogió “el discernimiento, la madurez, la
responsabilidad, la serenidad y el apego total a los valores de la República”
de los que el islam de Francia ha hecho gala “frente a las
instrumentalizaciones de todo tipo”.
El ministro ofreció diálogo para abordar el problema de la
carencia de centros de culto y la formación de los imanes, dos terrenos donde
Francia ve con preocupación la intromisión de Estados extranjeros. En el caso
de las mezquitas –actualmente hay 2.000 centros de culto islámicos en el país,
que resultan insuficientes–, el Estado está incapacitado por ley para aportar
financiación, pero Valls se mostró abierto a buscar soluciones imaginativas. La
Gran Mezquita de Estrasburgo, con capacidad para 1.500 fieles, ha sido
financiada por los fieles, las administraciones locales –en Alsacia y Lorena no
se aplica la ley de laicidad de 1905–, Marruecos, Arabia Saudí y Kuwait.
Coronada con una gran cúpula, carece de minarete.
Copé y el ‘racismo anti-blancos’
Jean-François Copé, secretario general de la UMP y candidato
a sustituir a Nicolas Sarkozy en la presidencia del partido, parece determinado
a seguir el camino de derechización marcado por el ex presidente francés en la
última campaña electoral, a pesar del fracaso cosechado en las urnas. En su
libro-programa “Manifiesto por una derecha desacomplejada”, Copé denuncia el
aumento de un “racismo anti-blanco” en algunos barrios de las banlieues francesas con una fuerte proporción de
población de origen extranjero, un concepto manejado hasta ahora exclusivamente
por la extrema derecha. Su rival, el ex primer ministro François Fillon, marcó
distancias con semejante formulación.
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