Acorralado por
una opinión pública impaciente y angustiada, que le ha retirado masivamente su
confianza en tan sólo cuatro meses, François Hollande se ha visto forzado a
reaccionar y acelerar las reformas. El presidente francés se comprometió anoche
en televisión a culminar antes de fin de año dos reformas capitales para
intentar reactivar la economía y combatir el paro: la reforma de la
financiación de la protección social –que actualmente grava exclusivamente a
las empresas y perjudica su competitividad– y la reforma del mercado de
trabajo, con el fin de hacerlo mas flexible. Hollande que antes del verano
había dado el plazo de un año a los interlocutores sociales para llegar a un
acuerdo en aras de la concertación, lo ha reducido ahora a poco más de tres
meses, bajo la amenaza de aprobar ambas reformas unilateralmente.
El presidente francés fijó un plazo de dos años, hasta el
2014, para recuperar la senda del crecimiento económico, frenar el aumento del
paro –que alcanza ya a tres millones de personas, el 10% de la población activa–
y sanear las finanzas públicas. Hollande reafirmó en este sentido su
determinación de reducir el año que viene el déficit público al 3%. Pero no
–subrayó– porque lo imponga nadie, sino porque es el precio de la “soberanía” y
la “independencia de los mercados”.
Acusado de inmovilismo y pasividad frente al agravamiento de
la crisis, criticado por los medios tanto de la derecha como de la izquierda,
abandonado por buena parte de los franceses –más de la mitad de los cuales le
han retirado su confianza–, el presidente francés no ha tenido más remedio que
dejar atrás su estrategia de “presidencia normal” y enfundarse las botas de su
predecesor. Los franceses acabaron hartos de Nicolas Sarkozy, pero siguen
enganchados a su activismo y su capacidad de reacción, a su omnipresencia. Como
a una droga.
Durante algo más de media hora, en una entrevista realizada
en el plató de TF1 durante el informativo de la noche, François Hollande se
esforzó en tratar de tranquilizar a los franceses, de convencerles de que sabe
a dónde va, de persuadirles de que está al pie del cañón. “Yo prometí una
presidencia ejemplar, sencilla, cercana. Pero yo soy también el presidente de
la acción y del movimiento (...) Yo no me descargo en el primer ministro, estoy
en primera línea”, aseguró.
El presidente francés anunció que el programa de reducción
del déficit y del endeudamiento público comportará la adopción de “decisiones
difíciles y dolorosas”. Tanto más cuanto que la actividad económica ha caído en
un marasmo del que cuesta salir. Hollande confirmó, en este sentido, la rebaja
de la previsión de crecimiento económico para el año que viene del 1,2%
inicialmente calculado al 0.8%. Lo cual obligará a elaborar un presupuesto para
2013 más restrictivo.
Hollande avanzó que será preciso obtener un ahorro de 30.000
millones de euros –“Nunca se ha hecho un esfuerzo así en toda la historia de la
V República”, dijo–, la mayor parte del cual –20.000 millones– se obtendrá a
base de aumentar los impuestos y el resto –10.000 millones– procederá de la
congelación del gasto público. El presidente insistió, a este respecto, que las
áreas prioritarias, esto es, educación, seguridad y justicia, serán intocables
e incluso verán aumentados sus medios, lo cual obligará a todos los demás
ministerios a recortar.
Sin entrar en detalles, Hollande explicó que los 20.000
millones de esfuerzo fiscal serán asumidos equitativamente por las empresas
–las grandes sociedades fundamentalmente– y las familias –particularmente las
más adineradas–. En este terreno, el presidente francés confirmó la creación de
un nuevo tramo del impuesto de la renta a partir de 150.000 euros con un
gravamen del 45% y reafirmó su determinación de establecer asimismo una
contribución especial del 75% sobre los ingresos que excedan el millón de euros
anuales. Esta contribución será “excepcional” y “temporal”, y probablemente no
durará más de dos años.
Frente a las sospechas de que el Gobierno francés
prepara una versión descafeinada de esta medida, Hollande aseguró que no dará
marcha atrás y que afectará a todo el mundo, incluidos –en contra de lo que se
especulaba– deportistas y artistas. “No habrá excepciones”, afirmó. Pero la
letra pequeña puede dar todavía mucho margen para moderar sus efectos.
En relación con la imposición a las grandes fortunas y la
noticicia de que el multimillonario presidente del grupo del lujo LVMH, Bernard
Arnault, ha pedido la nacionalidad belga –lo que suscita dudas sobre su
intención de exiliarse por motivos fiscales–, Hollande prefirió pasar por
encima. El presidente no quiso cargar las tintas y dio por buenas las
explicaciones de Arnault, quien aseguró ayer que su intención es mantener su
residencia fiscal en Francia. “\[Arnault\] debería haber medido bien lo que
supone pedir otra nacionalidad”, dijo por todo comentario.
Hollande defendió asimismo la actuación de su ministro del
Interior, el catalán Manuel Valls, en relación con las expulsiones de gitanos
procedentes de Rumanía (roms) iniciadas en verano.
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