Enseñar la letra
y la música de La Marsellesa, el himno nacional, y los principios básicos del
sistema republicano está bien, pero no es suficiente. Así lo piensa el nuevo
presidente francés, François Hollande, que aprovechó el inicio esta semana del
nuevo curso escolar para confirmar su intención de introducir una nueva materia
de “moral laica” –una asignatura que será obligatoria y evaluable– en la
enseñanza primaria y secundaria que supere las limitaciones de la actual Instrucción
Cívica. “La escuela no debe limitarse a transmitir conocimientos, debe
transmitir también valores”, dijo.
La iniciativa, avanzada por el ministro de Educación
Nacional, que es también su principal impulsor, el filósofo Vincent Peillon, ha
provocado un amago de polémica, que promete adquirir un alcance mucho mayor
cuando se entre en el contenido de la nueva materia. De momento, el Gobierno ha
anunciado la creación de una comisión, con la vista puesta en el curso
2013-2014.
Curiosamente, el ataque más feroz ha venido de la derecha y,
en concreto, del ex ministro de Educación Luc Chatel, quien criticó ásperamente
el lenguaje utilizado por Peillon y lo comparó con el llamamiento realizado por
el denostado mariscal Pétain en 1940. El pecado de Peillon fue haber hablado de
la necesidad de una “regeneración intelectual y moral” de Francia, un lenguaje
poco frecuente en la izquierda.
Algunos sindicatos de la enseñanza han reaccionado con
incredulidad y algunos profesores no han dudado en tildar la medida de “reaccionaria”,
comparándola con la época de la III República. El también filósofo Ruwen Ogien,
director de investigación del CNRS ha juzgado en el diario Libération el proyecto de “autoritario y totalmente
inadaptado”.
Al margen de la salida de Luc Chatel, la derecha ha acogido
con reservas el anuncio del Gobierno no tanto por la iniciativa en sí misma,
que considera positiva, como por las dudas sobre los medios que se destinarán y
los contenidos que serán propuestos. La asociación de padres de alumnos
conservadora, Peep, ha alertado sobre la pretensión gubernamental de intentar
suplantar el papel de los progenitores.
Una vez más, fueron las palabras de Peillon las que pusieron
a más de uno la mosca detrás de la oreja. Tras defender la enseñanza del
sentido de lo justo y lo injusto, del bien y del mal, de derechos y deberes,
así como de virtudes y valores, el ministro afirmó: “Tenemos que ser capaces de
arrancar al alumno de todos los determinismos, familiares, étnicos, sociales,
intelectuales, para después hacer una elección”.
La necesidad de inculcar un corpus de valores laicos en la
escuela ha cobrado crecientes adhesiones en Francia en los últimos años, en
proporción al avance de posturas maximalistas y fundamentalistas en algunos
sectores de la comunidad musulmana.
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