Durante mucho tiempo, las actrices francesas mantuvieron la costumbre de hacerse llamar Mademoiselle siguiendo una vieja tradición que hundía sus orígenes en el siglo XVII, cuando la Iglesia francesa –asimilando a los comediantes a la mala vida- les prohibía el matrimonio religioso. Fuera de este particular caso y de algunos nombres artístico-comerciales actuales –como los de la cantante Mademoiselle K o la crítica de moda Mademoiselle Agnès-, pocas son hoy las mujeres en Francia que enarbolan con orgullo el título de Mademoiselle, cada vez más desacreditado. Dos asociaciones feministas, Osez le Feminisme y Chiennes de Garde, han lanzado ahora una campaña de propaganda para erradicar este tratamiento de todos los documentos y formularios.
“La distinción entre Madame y Mademoiselle no es ni halagador ni obligatorio, y es un signo del sexismo ordinario que perdura en nuestra sociedad”, sostienen las promotoras de la campaña, que bajo el eslógan de “Mademoiselle, la casilla de más” pretenden movilizar a las mujeres francesas para que inunden de cartas y mails a los diputados de la Asamblea Nacional –la mayoría hombres, por cierto-, así como a las administraciones, empresas y comercios que persistan en el uso de este título a que lo abandonen y lo sustituyan por el tratamiento único de Madame. ¿O es que a los hombres solteros se les llama Mademoiseau? Hubo un tiempo en que así fue, pero ya nadie lo recuerda. Todos los hombres, en Francia, son Monsieur.
Lo cierto es que no es en absoluto obligatorio autodefinirse como Mademoiselle o Madame, una distinción que no recae en la edad sino en el hecho de haber contraído o no matrimonio – Mademoiselle, según precisa el diccionario, es el “título otorgado a las jóvenes y a las mujeres (que se presume) solteras”-, lo que, a juicio de sus detractores, representa una “intrusión intolerable” en la privacidad de la persona.
La Administración francesa ha reiterado desde los años setenta en diversas circulares internas que debe evitarse el tratamiento de Mademoiselle en los escritos y documentos oficiales por resultar discriminatorio. Lo cual no ha impedido, sin embargo, que subsista un sinnúmero de formularios con tal incómoda casilla. El desarrollo del comercio electrónico no ha hecho sino agudizar el problema: inscribirse para comprar en línea un billete de avión o de tren, una entrada de teatro o cualquier otro producto acostumbra a exigir declararse como Monsieur, Madame Mademoiselle…
Tampoco nadie obliga a las mujeres francesas a abandonar su apellido de soltera en el momento de contraer matrimonio. Una ley de la época de la Revolución todavía vigente –del 23 de agosto de 1794- establecía ya que el apellido de todo ciudadano es el que recibe en su nacimiento. La legislación posterior no ha cambiado eso, aunque ha concedido a la mujer el derecho de adoptar el del marido. Sin duda para facilitar las cosas, el documento nacional de identidad y un sinfín de documentos administrativos dejan una casilla para que las mujeres puedan consignar también su apellido de soltera.
La campaña de las feministas busca también acabar con la renuncia de las mujeres a su apellido. Una tarea que se anuncia ardua, tan enraizada está en Francia todavía esta costumbre, que ni las mujeres que más han ascendido en la escala social –Christine Lagarde (Lallouette, de soltera) o Martine Aubry (nacida Delors)- han podido sortear.
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