El primer mensaje de David Cameron y Nicolas Sarkozy a su llegada a Trípoli fue garantizar el mantenimiento del compromiso militar francobritánico hasta que el país sea completamente pacificado. “El trabajo no ha terminado. Hay zonas de Libia que todavía están bajo el control de Gadafi, que aún no ha sido capturado. Hay que acabar el trabajo”, afirmó el premier británico en la conferencia de prensa conjunta dada en Trípoli junto al jefe del Estado francés y el president del Consejo Nacional de Transición Libio (CNT), Mustafá Abdeljalil. Sus palabras encontraron su eco en las de Sarkozy: “Los ataques de la OTAN continuarán tanto cuanto los dirigentes de la Libia libre lo consideren necesario. El trabajo debe llegar a su fin”, dijo el presidente francés, quien remarcó que “Gadafi deber ser arrestado y rendir cuentas ante la justicia”.
La visita de Sarkozy y Cameron coincidió con una nueva ofensiva lanzada por las fuerzas rebeldes contra el bastión gadafista de Syrte, donde se registraron durante toda la jornada violentos combates. El Consejo Militar de Misrata difundió a última hora de la tarde un comunicado en el que afirmaba que sus tropas habían alcanzado el puente de Al-Gharbiyat, ya dentro del feudo familiar del dictador caído. El primer ministro británico subrayó que la cooperación militar occidental incluye también recuperar los miles de armas, sobre todo misiles y minas, que hay hoy en el país.
Los dos dirigentes se comprometieron con el CNT a apoyarle en la busca y captura no sólo de Gadafi, sino también de sus familiares y de todos aquellos prohombres del régimen acusados de crímenes. Sarkozy y Cameron aceptaron, a petición de Abdeljalil, gestionar con el Gobierno de Níger la entrega de los gadafistas refugiados en este país subsahariano. El presidente francés pidió a los libios que aborden la transición con un espíritu de “perdón y reconciliación”, aunque admitió que eso sólo será posible si los culpables de crímenes son juzgados. “No puede haber perdón si hay impunidad”, dijo.
Cameron y Sarkozy aterrizaron en el aeropuerto de Trípoli a media mañana, con sólo nueve minutos de diferencia –ventaja para el británico- y en medio de fuertes medidas de seguridad. París envió a Libia un contingente especial de 160 agentes especiales de las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS). El viaje, largamente acariciado por el presidente francés, ha esperado a que el nuevo poder nacido en Bengasi –ciudad que visitaron por la tarde- se instalara en la capital. Para Francia, como para el Reino Unido, la integridad y unidad del país es una prioridad innegociable.
Los dos líderes europeos reafirmaron su determinación de mantener su apoyo a la transición libia, no sólo militar, sino también político, diplomático y económico. Empezando por conseguir el reconocimiento de la ONU al nuevo poder constituido y la liberación de los fondos libios congelados en el extranjero. Y ambos, nuevamente al unísono, descartaron toda tentación o sospecha de tutela exterior: “Los libios deben elegir su futuro y a sus dirigentes”, subrayó Sarkozy. “Ésta es vuestra revolución, no la nuestra”, remachó Cameron. Pronto se vio, sin embargo, que si el intervencionismo político y militar francobritánico no levanta, en apariencia, grandes suspicacias en Libia, no sucede lo mismo cuando se aborda la cuestión de los intereses económicos en juego.
Si el primer ministro británico eludió referirse a este espinoso asunto, Sarkozy lo abordó de cara, para desmentir vigorosamente la existencia de tratos secretos sobre el reparto del petróleo libio. “No ha habido ningún acuerdo bajo mano sobre las riquezas de Libia. Nosotros no pedimos ninguna preferencia, ningún favor”, aseguró el presidente francés, quien instó al nuevo gobierno libio a abordar los proyectos de reconstrucción del país convocando concursos de ofertas públicos y respetando las garantías del Estado de derecho. Abdeljalil, naturalmente, se comprometió a ello. Aunque matizó: “Todos los países participarán al nivel de su implicación”. Ventaja para París y Londres.
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