Manuel Valls también
quiere pasar la tijera por la administración territorial, con el fin
de eliminar duplicidades y reducir el gasto público. En la estela del primer
ministro italiano, Mateo Renzi, el nuevo jefe del Gobierno francés anunció ayer
en la Asamblea Nacional su intención de reducir a la mitad, a partir del 2017,
el número de regiones y suprimir, en el horizonte del 2021, los consejos
generales, una instancia similar a las diputaciones provinciales españolas. La
reforma terroririal es uno de los objetivos programáticos que Manuel Valls
enunció ayer en su discurso de política general –una especie de discurso de
investidura– ante el Parlamento, donde confirmó la voluntad, ya avanzada por el
presidente François Hollande, de reducir las cargas a las empresas y rebajar
las cotizaciones sociales a las familias más modestas.
El nuevo primer ministro obtuvo la confianza del Parlamento
por 306 votos a favor –de los socialistas y de la mayor parte de los
ecologistas–, 239 en contra –los de la derecha, los centristas y los
comunistas– y 26 abstenciones –una parte de Los Verdes y cerca de una docena de
socialistas disidentes–. La disciplina de partido funcionó. Pero no todo el
Partido Socialista (PS) le apoya ciegamente. Cerca de un centenar de diputados
socialistas, reticentes ante un primer ministro situado ideológicamente en el
ala derecha del partido, hicieron público el domingo un manifiesto reclamando
un giro a la izquierda... Que no ha dado en absoluto.
Los franceses también le han recibido expresándole su confianza:
un 56% –más del doble que en el caso de François Hollande–, tienen buena
opinión de él, según un sondeo difundido ayer mismo. Claro que, en este caso –y
eso es un problema para la UMP–, Valls también es popular entre los electores
de la derecha.
Entre la hoja de ruta marcada por el presidente de la
República, las obligaciones adquiridas por Francia ante sus socios europeos en
materia presupuestaria y las exigencias de la izquierda del PS, Manuel Valls no
tiene mucho margen de maniobra. Y, en este sentido, el nuevo jefe del Gobierno
francés no hizo ayer más que definir, con mayor o menor concreción, las
prioridades políticas marcadas por Hollande. Eso sí, a diferencia de su
antecesor, Jean-Marc Ayrault –un hombre de oratoria gris y mortecina–, Valls lo
hizo con su habitual fuerza y convicción. Y en apenas cuarenta y cinco minutos.
Sin paja innecesaria, aunque con algo de lírica...
En este contexto, la principal novedad fue la relativa a la
reforma territorial, un viejo –y conflictivo– asunto que hasta ahora no había
hecho más que pasar de mesa en mesa sin que nadie se hubiera decidido a coger
el toro por los cuernos. Valls lo hizo ayer, pero a la vista de los gritos que
sus señorías lanzaron desde sus escaños la tarea que tiene por delante será ardua.
La reducción a la mitad del número de regiones –27 en total, 22 en la metrópoli
y cinco en ultramar– es el proyecto más maduro y con una fecha más cercana: el
1 de enero de 2017. En principio, el Gobierno esperará fusiones voluntarias, y
si no llegan suficientes, decidirá por su cuenta. La supresión de los consejos
generales –que no de los departamentos en tanto que organización del Estado– va
para más largo –2021– y sólo se plantea abordar el debate. Para cerrar la
reforma, Valls propone acabar con las duplicidades, estableciendo competencias
“específicas y exclusivas” para cada nivel.
El primer ministro confirmó la intención del Gobierno de
rebajar, a través del Pacto de Responsabilidad y Solidaridad, las cargas
sociales que pesan sobre las empresas –para reforzar su competitividad– y
reducir asimismo las cotizaciones de los asalariados, con el fin de elevar el
poder adquisitivo y la demanda interna.Del mismo modo, ratificó el objetivo de
recortar el gasto público en 50.000 millones de euros en tres años. Y dio
alguna pista sobre los sectores afectados: 19.000 millones el Estado y sus
organismos, 10.000 millones las entidades territoriales, 10.000 millones el
Seguro de Enfermedad y 11.000 las prestaciones sociales.
Un español enamorado de la ‘grandeur’ de Francia
“Francia tiene la misma 'grandeur' (grandeza) que tenía en mi mirada de niño. La 'grandeur' de Valmy, la de 1848, la de Jaurès, de
Clemenceau, de De Gaulle, la 'grandeur' del maquis. Por
eso quise conventirme en francés”. Manuel Valls (Barcelona, 1962) quiso cerrar
su primer discurso como jefe del Gobierno ante la Asamblea Nacional con una
evocación personal. Y lo hizo declarando su orgullo de ser francés y su amor
por Francia. “Uno de los pocos países –subrayó emocionado– donde es posible que
ciudadanos nacidos en el extranjero, que han aprendido los valores de la
República, puedan alcanzar las más altas funciones del Estado”. Valls, que no
obtuvo la nacionalidad francesa hasta los 20 años, es el primer político de
origen extranjero, y de origen español, en ser designado –que no elegido, pues
su nombramiento es potestad del presidente de la República– primer ministro de
Francia. La eurodiputada conservadora Rachida Dati –primera mujer de origen
magrebí, aunque nacida en Francia, en ser ministra de Justicia– restó ayer
mérito a la trayectoria de Valls: “No es un modelo de integración. Él tenía los
medios de su ascenso social”, remarcó aludiendo al hecho de que el padre del
hoy primer ministro, el pintor figurativo Xavier Valls, no era un inmigrante
económico.
“Francia es un país que siempre ha visto más lejos. Un país
que lleva su mirada más allá de sí mismo. Y yo –proclamó Valls- me batiré para
que siga mirando más grande. Pues es esto ser francés. Francia son estas ganas
de creer que se puede, para sí mismo y para el resto del mundo. Francia no es
el nacionalismo oscuro, es la luz de lo universal”.
Carne mejor que pescado en Matignon
Las cocinas de Matignon,
sede y residencia oficial del primer ministro francés, andan al parecer estos
días un tanto alteradas por las instrucciones que les ha hecho llegar el nuevo
jefe del Gobierno. A tenor de lo publicado por un confidencial del diario Le
Figaro, no parece sin embargo que tales exigencias sean suficientes
como para volver locos a los cocineros (y si no, que se lo pregunten a los
sufridos concursantes de Top Chef) Manuel Valls, según parece, no es un gran
amante del pescado y prefiere, en cambio la carne roja. Del mismo modo, ha
pedido que se preparen menús sin gluten... ¿A causa de una alergia?
Probablemente. Aunque eso puede contribuir sin duda a mantener una buena forma
física, como le sucedió al tenista serbio Novak Djokovic, actual número dos
mundial. El problema, si tal debe ser considerado, será especialmente acusado a
la hora de los postres...
El chef de Matignon, Christophe Langrée, fue el primer
cocinero con una estrella Michelin en incorporarse –en el año 2009– a los fogones
de la residencia oficial del primer ministro. Oficiaba en aquella época
François Fillon, a quien Langrée calificó un día de “gourmet”. Un hombre “fácil
–explicó–, al que le gusta todo”. Tras la victoria de François Hollande en el
2012, le sucedió en el cargo Jean-Marc Ayrault, quien le transmitió su
“confianza”, sin darle –que se sepa– ninguna instrucción especial.
La estrella Michelin que Langrée lució en 1995 en L’Hôtel de
Bourbon, en Bourges(Cher), y en 1998 en el Clos du Chanoine, en Saint-Malo (Ille-et-Vilaine),
no se ve hoy en el palacete de la calle Varenne, donde sin embargo está al
frente de un equipo de 25 personas y prepara diariamente la comida para
numerosos comensales: el primer ministro y la veintena de sus más cercanos
colaboradores, por un lado, y los dos centenares de funcionarios que allí
trabajan, por otro. Comidas de Estado aparte, naturalmente.
“Yo disfruto tanto como en un restaurante gastronómico,
trabajando a partir de productos frescos”, declaró al poco de llegar a su nuevo
puesto. “La única diferencia es que ahora trabajo en el sectir público. Pero no
tengo ninguna limitación, soy libre de hacer lo que me plazca”. En fin, más o
menos...
Sería, sin embargo, erróneo suponer que en las cocinas de
Matignon ha desaparecido el sentido de la competencia. Y si no, que se lo digan
al chef del Elíseo, Guillaume Gomez –que ascendió al puesto el pasado mes de
noviembre, tras la jubilación de Bernard Vaussion–, quien días atrás sufrió una
feroz comparación con Langrée. En un tono de confidencia –lo que no impidió que
fuera captada por los micros de los periodistas– la ex ministra Nicole Bricq
elogió ante Ayrault la comida ofrecida en Matignon con motivo de la visita del
presidente chino Xi Jinping, mientras que la cena del Elíseo, dijo, era “repugnante”.
Gomez, indignado, presentó su dimisión. Que no le fue
aceptada.
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