domingo, 6 de abril de 2014

Francia rezonga con el déficit

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Ocho minutos, sólo ocho minutos empleó François Hollande para levantar acta de la espectacular derrota socialista en las elecciones municipales francesas, asegurar que ha entendido el mensaje de los electores –sobre todo, los de izquierda–, anunciar el nombramiento del catalán Manuel Valls como nuevo primer ministro y marcar los objetivos principales en la nueva etapa que se abre ahora. Los mismos objetivos que ya había enunciado el pasado mes de enero, por otra parte. Las personas cambian –tampoco muchas–, pero la política sigue siendo la misma.

En esos ocho minutos, sin embargo, el presidente francés deslizó una declaración de gran calado. Dejada caer al desgaire, como quien no quiere la cosa, sugirió que los esfuerzos que el país se dispone a hacer, deben ser compensados de alguna manera por Bruselas: “El Gobierno tendrá que convencer a Europa de que esta contribución de Francia a la competitividad y al crecimiento debe ser tenida en cuenta en el respeto de sus compromisos”, afirmó con su manera esquinada de hablar.

Ni en Bruselas ni en Berlín se debieron llamar a engaño. La tendencia histórica de Francia a incumplir sus compromisos presupuestarios es legendaria... Si Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy lo hicieron, ¿por qué debería escapar a esta ley inmutable François Hollande? Por si a alguien le cabía aún alguna duda, el nuevo ministro de Presupuesto y Finanzas, Michel Sapin –un hombre de la absoluta confianza de Hollande, a quien le une una amistad personal que viene de la época del servicio militar–, lo aclaró el jueves en unas declaraciones radiofónicas antes incluso de tomar posesión de su nueva cartera: el Gobierno francés se dispone a “discutir” con la Comisión Europea sobre el “ritmo” más adecuado para reducir el déficit.

“Debemos compartir juntos la única preocupación que cuenta: más crecimiento para más empleos –afirmó–. No se trata de un país que implora a los demás. Es el interés de todos encomtrar el buen ritmo. Europa irá mejor cuando Francia irá mejor”. Dicho de otro modo: Francia no llega. Antes de finales de mes, París debe presentar a las autoridades comunitarias sus nuevos planes, Y estos no parecen muy lustrosos.

Huelga decir que semejante declaración ha sido acogida con educada hostilidad. Toda vez que Francia ya consiguió el año pasado de Bruselas un plazo suplementario de dos años, esto es, hasta el 2015, para reducir el déficit público por debajo del límite del 3%. “Es esencial que el país actúe de manera decisiva para segurar la sostenibilidad de sus finanzas públicas a largo plazo”, afirmó al respecto el comisario europeo de Asuntos Económicos, Oli Rehn, quien recordó que Bruselas ya ha concedido a Francia dos prórrogas. Ahorrador hasta en le palabras, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schauble, subrayó que “Francia conoce sus obligaciones”. Y el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, añadió que los países de la zona euro “no deberían deshacer los éxitos pasados en materia de consolidación y deberían colocar los elevados ratios de deuda gubernamental en una pendiente descendiente a medio plazo, conforme al pacto de estabilidad y de crecimiento”.

Los últimos datos conocidos sobre el estado de las finanzas francesas son poco tranquilizadores. Una nota informativa hecha pública el lunes pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee) constataba que el déficit público se situó el 31 de diciembre del 2013 en el 4,3%, lo que implica un descenso de 0,6 puntos, pero que lo coloca por encima del 4,1% previsto. Los analistas no ven cómo, instalados en esta deriva, Francia podría alcanzar este año el 3,6% y a finales del 2015 el 2,8% comprometidos.

Los mismos datos del Insee indican que la deuda pública volvió a subir, hasta alcanzar los 1,9 billones de euros, el 93,5% del Producto Interior Bruto (PIB). El nivel de gasto público sigue siendo elevadísimo –57,1% del PIB, 0,3 puntos por encima del récord alcanzado en el 2009–, y ha sido esencialmente financiado por la presión fiscal: los impuestos aumentaron el año pasado una media del 3,7%, hasta alcanzar la cota del 45,9% del PIB...

Lo cierto es que Francia sigue gastando a espuertas, a pesar de pueda pretenderse lo contrario. Los franceses, que –eso sí– se han visto crujidos a impuestos, todavía no han visto ni la sombra de un recorte. Lo cual ni obsta para que todo el mundo clame aquí contra la dura política de austeridad dictada por Berlín y Bruselas. El flamante nuevo ministro de Economía, Arnaud Montebourg –apóstol de la “desmundialización” y del “patriotismo económico”– se ha hecho un hartazgo de criticar a la Comisión Europea, a la que recientemente acusaba de adoptar una vía “austeritaria y dogmática”. Todo este caldo de cultivo no puede sino exacerbarse conforme se vayan aproximando las elecciones europeas, previstas del 22 al 25 de mayo.

Si este estado de cosas ha sido posible es gracias a le benevolencia que los mercados financieros observan todavía –¿por cuanto tiempo?– con Francia a pesar del estado de sus finanzas públicas. Los tipos de interés que París pagó el año pasado se situaron en una media del 2,7%. “Las cifras son implacables: en veinte años, la deuda francesa se ha multiplicado por cinco, pero la factura se ha mantenido estable –2,1% del PIB– por la magia de la bajada de tipos”, escribía el editorialista de Le Monde Arnaud Leparmentier.

Hasta ahora, el gran esfuerzo de saneamiento de las finanzas públicas no se ha hecho. Lo máximo que ha logrado Hollande –y ya es más de lo que hicieron sus antecesores en el Elíseo– ha sido estabilizar el gasto. La hora de los recortes, sin embargo, ha llegado. Ya no puede esperar.

El propio presidente francés lo anunció el pasado mes de enero, durante la conferencia de prensa de principio de año. Hollande propuso, por un lado, un “Pacto de responsabilidad” a la patronal para rebajar en 30.000 millones de euros las cargas sociales a las empresas –con el fin de aumentar su competitividad– a cambio de compromisos sobre la creación de empleos. Por el otro, anunció que entre el 2015 y el 2017 habrá que recortar 50.000 millones de euros, que ya no se podrán financiar esta vez con más impuestos.

El problema es que han pasado ya más de dos meses y nada de todo ello se ha concretado todavía. Peor aún. Los 50.000 millones de serán ya insuficientes, a la vista de las nuevas promesas que el presidente francés hizo a los franceses al día siguiente de su derrota electoral en las municipales: una rebaja de impuestos a las familias modestas y una reducción de las cotizaciones sociales de los asalariados. ¿Cuánto va a costar todo ello? Por ahora es un misterio. Pero, de momento, París llama a la puerta de Bruselas.


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