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Ocho minutos, sólo ocho minutos empleó François Hollande
para levantar acta de la espectacular derrota socialista en las elecciones
municipales francesas, asegurar que ha entendido el mensaje de los electores
–sobre todo, los de izquierda–, anunciar el nombramiento del catalán Manuel
Valls como nuevo primer ministro y marcar los objetivos principales en la nueva
etapa que se abre ahora. Los mismos objetivos que ya había enunciado el pasado
mes de enero, por otra parte. Las personas cambian –tampoco muchas–, pero la
política sigue siendo la misma.
En esos ocho minutos, sin embargo, el presidente francés
deslizó una declaración de gran calado. Dejada caer al desgaire, como quien no
quiere la cosa, sugirió que los esfuerzos que el país se dispone a hacer, deben
ser compensados de alguna manera por Bruselas: “El Gobierno tendrá que
convencer a Europa de que esta contribución de Francia a la competitividad y al
crecimiento debe ser tenida en cuenta en el respeto de sus compromisos”, afirmó
con su manera esquinada de hablar.
Ni en Bruselas ni en Berlín se debieron llamar a engaño. La
tendencia histórica de Francia a incumplir sus compromisos presupuestarios es
legendaria... Si Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy lo hicieron, ¿por qué debería
escapar a esta ley inmutable François Hollande? Por si a alguien le cabía aún alguna
duda, el nuevo ministro de Presupuesto y Finanzas, Michel Sapin –un hombre de
la absoluta confianza de Hollande, a quien le une una amistad personal que
viene de la época del servicio militar–, lo aclaró el jueves en unas
declaraciones radiofónicas antes incluso de tomar posesión de su nueva cartera:
el Gobierno francés se dispone a “discutir” con la Comisión Europea sobre el
“ritmo” más adecuado para reducir el déficit.
“Debemos compartir juntos la única preocupación que cuenta:
más crecimiento para más empleos –afirmó–. No se trata de un país que implora a
los demás. Es el interés de todos encomtrar el buen ritmo. Europa irá mejor
cuando Francia irá mejor”. Dicho de otro modo: Francia no llega. Antes de
finales de mes, París debe presentar a las autoridades comunitarias sus nuevos
planes, Y estos no parecen muy lustrosos.
Huelga decir que semejante declaración ha sido acogida con
educada hostilidad. Toda vez que Francia ya consiguió el año pasado de Bruselas
un plazo suplementario de dos años, esto es, hasta el 2015, para reducir el
déficit público por debajo del límite del 3%. “Es esencial que el país actúe de
manera decisiva para segurar la sostenibilidad de sus finanzas públicas a largo
plazo”, afirmó al respecto el comisario europeo de Asuntos Económicos, Oli
Rehn, quien recordó que Bruselas ya ha concedido a Francia dos prórrogas.
Ahorrador hasta en le palabras, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang
Schauble, subrayó que “Francia conoce sus obligaciones”. Y el presidente del
Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, añadió que los países de la zona
euro “no deberían deshacer los éxitos pasados en materia de consolidación y
deberían colocar los elevados ratios de deuda gubernamental en una pendiente
descendiente a medio plazo, conforme al pacto de estabilidad y de crecimiento”.
Los últimos datos conocidos sobre el estado de las finanzas
francesas son poco tranquilizadores. Una nota informativa hecha pública el
lunes pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos
(Insee) constataba que el déficit público se situó el 31 de diciembre del 2013
en el 4,3%, lo que implica un descenso de 0,6 puntos, pero que lo coloca por
encima del 4,1% previsto. Los analistas no ven cómo, instalados en esta deriva,
Francia podría alcanzar este año el 3,6% y a finales del 2015 el 2,8%
comprometidos.
Los mismos datos del Insee indican que la deuda pública
volvió a subir, hasta alcanzar los 1,9 billones de euros, el 93,5% del Producto
Interior Bruto (PIB). El nivel de gasto público sigue siendo elevadísimo –57,1%
del PIB, 0,3 puntos por encima del récord alcanzado en el 2009–, y ha sido
esencialmente financiado por la presión fiscal: los impuestos aumentaron el año
pasado una media del 3,7%, hasta alcanzar la cota del 45,9% del PIB...
Lo cierto es que Francia sigue gastando a espuertas, a pesar
de pueda pretenderse lo contrario. Los franceses, que –eso sí– se han visto
crujidos a impuestos, todavía no han visto ni la sombra de un recorte. Lo cual
ni obsta para que todo el mundo clame aquí contra la dura política de
austeridad dictada por Berlín y Bruselas. El flamante nuevo ministro de
Economía, Arnaud Montebourg –apóstol de la “desmundialización” y del
“patriotismo económico”– se ha hecho un hartazgo de criticar a la Comisión
Europea, a la que recientemente acusaba de adoptar una vía
“austeritaria y dogmática”. Todo este caldo de cultivo
no puede sino exacerbarse conforme se vayan aproximando las elecciones
europeas, previstas del 22 al 25 de mayo.
Si este estado de cosas ha sido posible es gracias a le
benevolencia que los mercados financieros observan todavía –¿por cuanto
tiempo?– con Francia a pesar del estado de sus finanzas públicas. Los tipos de
interés que París pagó el año pasado se situaron en una media del 2,7%. “Las
cifras son implacables: en veinte años, la deuda francesa se ha multiplicado
por cinco, pero la factura se ha mantenido estable –2,1% del PIB– por la magia
de la bajada de tipos”, escribía el editorialista de Le
Monde Arnaud Leparmentier.
Hasta ahora, el gran esfuerzo de saneamiento de las finanzas
públicas no se ha hecho. Lo máximo que ha logrado Hollande –y ya es más de lo
que hicieron sus antecesores en el Elíseo– ha sido estabilizar el gasto. La
hora de los recortes, sin embargo, ha llegado. Ya no puede esperar.
El propio presidente francés lo anunció el pasado mes de
enero, durante la conferencia de prensa de principio de año. Hollande propuso,
por un lado, un “Pacto de responsabilidad” a la patronal para rebajar en 30.000
millones de euros las cargas sociales a las empresas –con el fin de aumentar su
competitividad– a cambio de compromisos sobre la creación de empleos. Por el
otro, anunció que entre el 2015 y el 2017 habrá que recortar 50.000 millones de
euros, que ya no se podrán financiar esta vez con más impuestos.
El problema es que han pasado ya más de dos meses y nada de
todo ello se ha concretado todavía. Peor aún. Los 50.000 millones de serán ya
insuficientes, a la vista de las nuevas promesas que el presidente francés hizo
a los franceses al día siguiente de su derrota electoral en las municipales:
una rebaja de impuestos a las familias modestas y una reducción de las
cotizaciones sociales de los asalariados. ¿Cuánto va a costar todo ello? Por
ahora es un misterio. Pero, de momento, París llama a la puerta de Bruselas.
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