Francia asumirá
sus obligaciones en materia de reducción de déficit público –particularmente,
el objetivo de situarlo por debajo del 3% a finales del 2015– pero a cambio
quiere que el Banco Central Europeo (BCE) modifique su política monetaria e
intervenga decididamente para depreciar el euro, cuyo valor de cambio –alega
París– arruina todos los esfuerzos de competitividad que realizan los países
europeos. Los franceses, que hablan sin reparos de “contrapartidas”, reclaman
también que la Comisión Europea lleve a cabo una verdadera política de
relanzamiento para favorecer el crecimiento.
“Nosotros asumimos nuestras responsabilidades en lo que
concierne al déficit público, lanzamos reformas. Pero a cambio vamos a pedir
algunas cosas a Bruselas –declaró el ministro francés de Economía, Arnaud
Montebourg, en una entrevista publicada el jueves por el diario económico Les Échos–. Queremos contrapartidas en el interés de
Francia y de Europa”. “Ha que ayudar a las infanterías nacionales que se
esfuerzan por restablecer sus cuentas públicas con un apoyo aéreo del Banco
Central Europeo (BCE)”, añadió en lenguaje militar.
Montebourg sostuvo que Francia sólo podrá asumir “decisiones
difíciles” si cuenta con el apoyo de una “nueva política monetaria” más
expansiva, en la línea de la Fed norteamericana. “El euro está demasiado caro y
eso es un asunto político”, declaró para justificar la necesidad de que este
tema sea abordado por el Consejo Europeo, a quien compete –subrayó– la política
cambiaria. El nuevo patrón de Bercy saludó las recientes declaraciones del
presidente del BCE, Mario Draghi, en las que aludió a la posibilidad de
recurrir a medidas no convencionales para depreciar el euro, y le animó a dar
el paso siguiente: “Debe pasar al acto”.
Antiguo apóstol de la “desmundialización” y 'enfant terrible' del Partido Socialista –donde se sitúa
en el ala izquierda–, Montebourg siempre se ha mostrado muy crítico con las
políticas de Bruselas y de Frankfurt.
Pero en esta ocasión, y a pesar de su
ganada fama de francotirador, no ha ido por libre. Su colega Michel Sapin,
ministro del Presupuesto y de Finanzas, utilizó el mismo lenguaje para
referirse a las declaraciones de Draghi, que consideró “la primera de las
contrapartidas” que Francia espera recibir por su esfuerzo de saneamiento
presupuestario. O al menos, así pretendió venderlo.
Para los franceses –y para el PS en particular– el proyecto
del Gobierno de reducir el gasto público en 50.000 millones de euros entre el
2015 y el 2017 es una amarga píldora difícil de tragar. De ahí la insistencia
en tratar de obtener alguna compensación. De hecho, esta línea la marcó ya el
nuevo primer ministro, Manuel Valls, durante su discurso de política general
–una suerte de investidura– ante la Asamblea Nacional el pasado día 8: “El Banco
Central Europeo aplica una política monetaria menos expansionista que sus
colegas americanos, ingleses o japoneses. Y es en la zona euro donde la
recuperación económica es menos vigorosa”, remarcó Valls, quien manifestó su
voluntad de abordar este tema con sus socios comunitarios.
El programa de recortes anunciado por el primer ministro el
miércoles pasado –que supondrá la congelación, por primera vez desde el inicio
de la crisis, de las pensiones y las prestaciones sociales– ha causado un hondo
malestar en la izquierda. En el propio PS, un centenar de diputados contestó un
día después los planes del Gobierno y le instó a limitar los recortes a 35.000
millones. Los sindicatos están totalmente en contra y han anunciado protestas
para el 15 de mayo por la congelación salarial de los funcionarios.
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