Uno es de donde ha
nacido, pero sobre todo de donde se ha hecho. Y de donde uno quiere
ser. Manuel Valls, el nuevo jefe del Gobierno francés, es catalán y español de
nacimiento –en su caso, algo absolutamente compatible–, pero es
fundamentalmente francés, nacionalidad que adoptó en 1982, a los veinte años,
por convicción. Su formación, sus maneras, su visión del mundo, son totalmente
francesas, por más que a este lado de los Pirineos les guste buscar en él los
rasgos del carácter ibérico: la pasión, la furia...
El azar de la política ha querido que su nombramiento como
primer ministro se haya producido apenas veinticuatro horas después de que otra
española –en este caso, gaditana–, Anne Hidalgo, se convirtiera en la primera
mujer elegida alcaldesa de París.
Si el padre de Anne Hidalgo, electricista, emigró a Francia
en busca de trabajo, el del nuevo primer ministro –el pintor figurativo Xavier
Valls (1923-2006)– lo hizo imantado por la fuerza artística y cultural de
París. Los franceses de aquella época sólo veían a los españoles como pobres de
solemnidad, así que Manuel Valls tuvo que oirse decir en la escuela: “No hay
que tener vergüenza de tener un padre pintor”. De brocha gorda, se entiende.
Xavier Valls y su mujer, Luisa Galfetti, vivían ya en París
cuando nació su hijo Manuel, el 13 de agosto de 1962. Pero ambos quisieron que
viera la luz en Barcelona, la ciudad de su padre, y en su barrio: Horta. A lo
largo de los años, el hoy primer ministro se ha preocupado por mantener su
vínculo con la capital catalana, donde murió su padre y donde vive su hermana,
Giovanna.
Manuel Valls tenía sólo 17 años cuando ingresó como
militante en el Partido Socialista (PS), donde se identificó con los postulados
de renovación socialdemócrata del que sería primer ministro Michel Rocard,
líder de la llamada segunda izquierda. Valls puede haber
cambiado de alianzas a lo largo de los años, pero nunca ha traicionado sus
ideas. En 1985, por ejemplo, abandonó la Liga de los Derechos del Hombre (LDH)
después de que esta organización se opusiera a la extradición de miembros de
ETA a España. Valls creía que había que combatir el terrorismo mucho antes de
asumir el mando en la plaza de Beauvau. Sus ideas en materia de seguridad e
inmigración, que tanta urticaria provocan en algunos sectores del PS, condujeron
en el 2007 a
Nicolas Sarkozy a intentar ficharle...
Su primer contacto con el poder se produjo en 1997, cuando
el recién elegido primer ministro,Lionel Jospin, se lo llevó como portavoz a
Matignon. Y su carrera política se vio definitivamente lanzada en el 2001,
cuando fue elegido alcalde de Evry, una ciudad de 50.000 habitantes de la banlieue sur de París, donde reinó ininterrumpidamente
hasta el 2012, cuando se retiró para incorporarse al Gobierno tras la victoria
de François Hollande.
Anclado claramente a la derecha en el espectro ideológico
del PS, Manuel Valls siempre ha sido una rara avis, un francotirador sin apenas
tropas o seguidores. Pero, ambicioso y hábil, siempre ha sabido encontrar los
aliados adecuados en el momento oportuno. Cara a las elecciones presidenciales
del 2007, Valls se alineó con Ségolène Royal, de la que llegó a ser su portavoz
de campaña y, después, en 2008, su principal lugarteniente en el intento de
tomar el mando del partido. Cara al 2012, y una vez electrocutado su candidato
inicial –Dominique Strauss-Kahn–, Manuel Valls se presentó a las elecciones
primarias del PS, donde obtuvo solamente el 6% de los votos.
En la segunda vuelta, aportó su apoyo a Hollande, que pronto
lo incorporó a su equipo y le nombró director de comunicación de su campaña. El
vínculo entre los dos hombres no hizo más que estrecharse, ayudado por la
amistad paralela que su mujer, la violinista Anne Gravoin, con quien está
casado en segundas nupcias –Valls tiene cuatro hijos de un matrimonio anterior–,
entabló con Valérie Trierweiler...
Tras la victoria de mayo del 2012, Valls se aupó de forma
natural al Ministerio del Interior, convirtiéndose en el miembro más popular
del Ejecutivo. Ambicioso, su objetivo es ser algún día presidente de la
República. Nunca lo ha escondido.
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