Francia tiene
miedo. Tiene miedo de todo. Del mundo exterior, de la globalización, de la
pérdida de referentes, del cambio de valores, del paro, del empobrecimiento, de
la inmigración, del islam... Y tiene miedo de sí misma. De una explosión, de un
estallido social como los ha habido otras veces en su Historia. La profundidad
de la crisis económica –por más que haya sido hasta ahora menos brutal que en
otros países europeos– ha agravado las fracturas sociales y la crispación,
mientras se ha derrumbado la confianza en la clase política y las instituciones,
minadas por su impotencia para cambiar las cosas y gangrenadas por los casos de
corrupción. En este contexto, los discursos populistas –y en particular el del
Frente Nacional (FN)– van ganando terreno, los movimientos de contestación
adquieren una amplitud inédita –como ha sucedido con la protesta contra el
matrimonio homosexual, liderado por la activista católica Frigide Barjot al
margen de los partidos–, y empieza a haber algunos brotes de violencia. Los más
recientes, protagonizados por grupúsculos de extrema derecha.
Nada sorprendente si se tiene en cuenta que el propio
lenguaje político está preñado últimamente de una gran virulencia. Se habla de
“sangre” y de “guerra civil” con una facilidad pasmosa, mientras desde los
extremos –donde se sitúa también la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon– se
lanzan anatemas y descalificaciones con un inusitado grado de violencia verbal.
El ambiente empieza a ser tan tóxico, tan malsano, que
algunos observadores no han dudado en comparar la situación actual con la que
había en Francia en los años treinta e incluso en vísperas de la Revolución de
1789. El veterano analista político Alain Duhamel fue uno de los primeros en
advertirlo en un artículo publicado en Libération bajo
el título “El agrio perfume de los años treinta”, donde alertaba de la
radicalización del debate político en un contexto de “aumento del paro con su
cortejo de sufrimientos personales, patologías sociales, ansiedad colectiva,
resentimiento hacia los gobernantes y amarga decepción”. El semanario Le Nouvel Observateur le siguió los pasos titulando en
portada “¿Los años treinta están de regreso?”. El cóctel de crisis, paro,
corrupción, xenofobia y pujanza de la extrema derecha parece recordarlos,
aunque pocos sean quienes crean verdaderamente que la comparación es posible.
Puestos a buscar referentes, hay quien se va al siglo XVIII.
“Estamos en 1788 –afirmaba gráficamente en Le Point el
historiador Patrice Gueniffey–. Hay una acumulación de varias crisis: monetaria
(un euro demasiado fuerte), una deuda pública exorbitante, una crisis económica
desde el 2008 y una crisis política, de liderazgo, de las instituciones
incluso. Es exactamente lo mismo que en vísperas de la Revolución”.
Si tales paralelismos pueden parecer anacrónicos, no es
menos cierto que reflejan un estado de ánimo. El ex primer ministro François
Fillon advirtió hace pocos días que, o se produce
un cambio de rumbo político, o Francia corre el riesgo de una “explosión
social”. Un temor que, según un sondeo del instituto Ifop aparecido ayer mismo,
comparte el 70% de los franceses y especialmente los obreros (un 81%)
El sostenido y constante aumento del paro –que ha alcanzado
el récord histórico de 3,2 millones de personas– es el principal foco de
tensión social. Aunque alejado del nivel abisal que tiene en España, lo cierto
es que el desempleo no tiene perspectivas de reducirse en los próximos meses,
pese a las promesas del presidente François Hollande de invertir la curva a
finales de año. Hasta ahora el sistema de protección social francés –donde aún
no ha ha habido verdaderos recortes– ha aguantado el tirón, pero ¿hasta cuándo
será así? Francia carece de los amortiguadores –solidaridad familiar, economía
sumergida– que tiene España...
La crisis ha agravado los niveles de pobreza y agudizado las
desigualdades sociales, como ha confirmado un informe del Instituto Nacional de
Estadística y Estudios Económicos (Insee), según el cual a finales del 2010 el
14,1% de la población francesa (8,6 millones de personas) vivían bajo el umbral
de la pobreza. Para alimentar el resentimiento y el descreimiento de las
clases populares no hacía falta más que se descubriera que el exministro del
Presupuesto, Jérôme de Cahuzac, tenía una cuenta bancaria no declarada en
Suiza...
La crispación y la angustia atraviesan a la sociedad
francesa, según pone de manifiesto otro reciente estudio de opinión del
instituto Ipsos (ver gráfico adjunto). Los franceses sienten como ineluctable
el declive de su país, recelan del mundo exterior y reclaman una mayor
protección, desconfían de los políticos, a quienes califican de corruptos, y
desearían un jefe con autoridad... y ven con suspicacia a los inmigrantes, los
extranjeros y los musulmanes. “En la sociedad francesa la tentación de
repliegue es extremadamente fuerte”, subraya al respecto el director general
delegado de Ipsos, Brice Teinturier.
No podría haber mejor caldo de cultivo para el crecimiento
de los movimientos populistas, especialistas en ofrecer remedios sencillos para
problemas extremadamente complejos y en designar sin contraste a los culpables ideales
de la crisis, desde Europa a los poderes financieros, pasando –en el caso de la
ultraderecha– por los inmigrantes. El Frente Nacional de Marine le Pen,
aparentemente apagado detrás del brillo mediático de Frigide Barjot, va
creciendo e instalándose poco a poco en el paisaje político. Síntoma de esta
corriente de fondo, en la elección parcial celebrada el pasado 24 de marzo, el
FN eliminó al Partido Socialista en la primera vuelta y en la segunda se quedó
sólo tres puntos por detrás (48,4% a 51,4%) de la UMP.
El Mayo de Hollande
El presidente François Hollande va a verse atenazado este
mes de mayo por una pinza política. El día 5, el Frente de Izquierda –coalición
de la izquierda radical y los comunistas– ha convocado una gran marcha contra
la política económica del Gobierno y por la VI República. El día 26 será el
turno de una manifestación de la derecha y el movimiento contra el matrimonio gay.
Aprobada ya la reforma, la UMP busca convertirla en un acto contra Hollande.
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