Hubo un
tiempo en que, al decir del oficial almogávar Ramon Muntaner, cronista de la
Gran Companyia Catalana d’Orient, los peces que surcaban el Mediterráneo
llevaban las cuatro barras de Catalunya y Aragón grabadas en el lomo. Entre los
siglos XIII y XV, el dominio de la corona catalano-aragonesa se extendía por
Córcega, Cerdeña, Sicilia, Nápoles, Atenas… y los almogávares, guerreros
mercenarios de una extraordinaria ferocidad, eran la punta de lanza de esta
expansión impuesta al grito sangriento de “Desperta,
ferro!”. En el Mediterráneo oriental, y particularmente en Grecia,
todo el mundo sabe lo que quiere decir la expresión “venganza catalana”,
sombrío recuerdo de las masacres cometidas por los almogávares en represalia
por el asesinato de su caudillo, Roger de Flor, en 1305. Las tradiciones
populares en la región, sometida a dos años de pesadilla, están llenas de
alusiones negativas hacia los catalanes…
No son los
únicos en tener algo que reprocharnos. Entre las dudosas hazañas
catalano-aragonesas se cuenta también el saqueo e incendio, en 1423, de
Marsella, que quedó casi completamente arrasada. Dirigidas personalmente por el
rey Alfons V, el Magnànim, las tropas catalanas se dedicaron durante tres días
y tres noches, del 20 al 23 de noviembre, al pillaje y a la destrucción. Para
quebrar la fuerte pero desordenada resistencia de los marselleses, que luchaban
casa por casa, los atacantes prendieron fuego a los edificios. En los años que
siguieron, para vengarse de los “chiens de
catalans” (perros catalanes), Marsella armó una flota de barcos
pirata que se dedicó a hostigar al comercio marítimo aragonés.
Acaso por este pasado
torturado, o por la tenaz rivalidad que existe entre Marsella y Barcelona por
la capitalidad marítima del Mediterráneo occidental –en la que sus puertos
libran una batalla comercial sin piedad-, el caso es que Marsella ha olvidado a
Barcelona y a la Corona de Aragón en una de las principales exposiciones del
programa de la capitalidad cultural europea 2013: “Mediterráneos, de las grandes
ciudades de ayer a los hombres de hoy”, abierta hasta el 18 de mayo en el
edificio J1 del puerto marsellés.
Concebida como un viaje
en el espacio y en el tiempo, en el que hace de guía un reinventado Ulises, la
exposición recorre la historia del Mare Nostrum desde los siglos XIII-XII a JC
hasta nuestros días, mezclando historia y actualidad, y utilizando como hilo
conductor las ciudades-faro del Mediterráneo,. El relato arranca en Troya, para
proseguir en Tiro (siglos X-VIII a JC), Atenas (s.V a JC), Alejandría (s.
IV-III a JC), Roma (s. I-III), Al-Andalus (s. IX-XII) –única parte de la
exposición donde no hay una ciudad identificada como centro neurálgico de la
época-, Venecia (s. XII-XIII), Génova (s. XVI), Estambul (s. XVI), Argel-Túnez
(s. XVI-XVII) y… Marsella (s. XIX-XX)
No se puede
reprochar a los marselleses que culminen el viaje con un brindis a mayor gloria
de su ciudad –“la plus belle ville du monde”,
según un marinero, “la ville de l’amour”,
en palabras de otro-. Pero sí haber dejado un ostensible vacío geográfico y
cronológico en su relato. La Corona de Aragón fue una gran potencia marítima
durante la Baja Edad Media y Barcelona -como atestiguan las Reials Drassanes y
la institución del Consolat de Mar- se erigió en uno de los grandes puertos del
Mediterráneo Occidental. Su ausencia en la exposición es clamorosa.
Será que los marselleses
no han perdonado aún que la gruesa cadena que cerraba el Vieux Port, arrancada
por las tropas de Alfons V, se exhiba todavía como trofeo en la catedral de
Valencia…
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