Agresiones homófobas,
ataques a periodistas, enfrentamientos con la policía, amenazas de muerte a
diputados, hostigamiento a ministros... El movimiento de oposición a la
autorización del matrimonio homosexual en Francia está derivando en una
protesta violenta que escapa ya al control de sus promotores. Los líderes del
movimiento, con la controvertida Frigide Barjot a la cabeza, que se dicen
pacíficos y antihomófobos, han resultado totalmente desbordados por la dinámica
que ellos mismos –en colaboración activa con la derecha parlamentaria– han
desencadenado.
La protesta anti matrimonio gay va camino de ser secuestrada
por diversos grupúsculos violentos de extrema derecha y católicos integristas
–Grupo Unión Defensa (GUD), Juventud Nacionalista, Bloque Identitario, Primavera
Francesa, Civitas...– que, pese a constituir una minoría, están marcando la
dinámica cada vez más agresiva del movimiento. Su emergencia no ha sido
espontánea: la espiral de violencia verbal y de deslegitimación sistemática del
poder democráticamente elegido en la que se ha embarcado la derecha han sido el
caldo de cultivo que ha propiciado esta deriva.
Una de las primeras en derrapar fue Frigide Barjot, quien
pese a definirse como “no violenta” reaccionó a la aprobación del proyecto de
ley por el Senado diciendo: “Si quieren sangre, habrá sangre”. A parecido nivel
se puso la muy católica ex ministra Christine Boutin, presidenta del Partido
Demócrata-Cristiano –aliado de la UMP–, quien se preguntó si el presidente
François Hollande quería la “guerra civil”. La escalada llevó ayer a un
diputado conservador, Philippe Cochet, a acusar al Gobierno en el hemiciclo de
estar “asesinando a niños” (en alusión a la concesión a las parejas
homosexuales del derecho a la adopción en las mismas condiciones que las heterosexuales)
Unos y otros han acusado asimismo al Gobierno, que cuenta
con una amplísima mayoría absoluta en el Parlamento, de autoritario cuando no
de totalitario, y de querer imponer su reforma “contra el pueblo de Francia”.
Una idea que se puede escuchar en declaraciones y comunicados, así como en las
filas de los manifestantes, cada vez más encrespados ante la evidencia de que
el proyecto de ley, que acaba de volver a la Asamblea Nacional, será aprobado
el próximo martes.
La deriva empezó hace unos días, cuando grupos diversos
–algunos dirigidos por las huestes de Frigide Barjot y su organización “La
Manif pour tous”, otros por libre– empezaron a hostigar y a increpar a
políticos favorables a la reforma en sus actos públicos o a la puerta de sus
casas. Una especie de escrache, pero de derechas. Los insultos estuvieron a
punto de pasar a la agresión en el caso de la periodista Caroline Fourest, cuyo
tren fue bloqueado por extremistas en Nantes, adonde había acudido para
participar en un debate.
A Fourest la habían amenazado a través de las redes
sociales. Lo mismo que les ha sucedido a dos parlamentarios socialistas de la
Vendée, una región particularmente católica y tradicionalista, que además han
recibido cartas anónimas amenazándoles de muerte. “A mi me han amenazado con
secuestrarme y con hacerme saltar con explosivos”, contó la diputada Sylviane
Bulteau.
Como si alguien hubiera levantado una veda, las agresiones
homófobas han empezado a proliferar. Una pareja de homosexuales fue agredida el
pasado día 7 en París. Y la noche del miércoles, un grupo de ultras agredió a
tres empleados de un bar de ambiente gay en el centro de Lille.
Esa misma noche, los extremistas hicieron también aparición
en la concentración organizada por los opositores a la reforma frente a la
Asamblea Nacional, donde agredieron a varios periodistas y se enfrentaron
violentamente a los antidisturbios. La policía detuvo a 11 personas.
El presidente François Hollande salió ayer al paso de este
clima y advirtió que no tolerará comportamientos de este tipo. “No puedo
aceptar, como presidente de la República, ni los actos hómofobos ni la
violencia, ni que los parlamentarios no puedan expresarse libremente”,
dijo.
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