Los políticos
franceses estarán obligados a partir de ahora a declarar públicamente su
patrimonio y sus intereses económicos –una medida ya presente en la mayor parte
de los países de la Unión Europea, pero no en Francia– y su veracidad será
controlada por una autoridad independiente. La medida, que ha sido recibida con
división de opiniones en el seno de la derecha y de la izquierda, afectará no
sólo al presidente y los miembros del Gobierno como hasta ahora, sino también a
los parlamentarios, los responsables de los grandes ejecutivos locales y los
dirigentes de las grandes administraciones.
La medida, anunciada ayer por el presidente francés,
François Hollande, al término del Consejo de Ministros, será incluida en el
proyecto de ley de moralización de la vida púbica que el jefe del Estado quiere
aprobar el próximo día 24 y enviar inmediatamente al Parlamento para su entrada
en vigor antes del verano. Los ministros deberán hacer pública su declaración a
más tardar el próximo lunes –algunos ya se han avanzado esta semana–, mientras
que todos los demás estarán obligados a hacerlo tras la aprobación de la ley.
Precipitada por el escándalo de la cuenta suiza del
exministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac –quien, por cierto, mintió en su
declaración–, la medida trata de recuperar la confianza de la ciudadanía
ofreciendo transparencia. Pero no todo el mundo está de acuerdo, lejos de ahí.
Numerosos son los políticos, de todo el arco parlamentario, que rechazan esta
medida o ponen en cuestión su eficacia. Entre ellos está el líder de la UMP,
Jean-François Copé... pero también los ecologistas Daniel Cohn-Bendit y Noël
Mamère, y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, por ejemplo. Otros verdes, como
Cécile Duflot o Jean-Vincent Placé, están en cambio a favor. Lo mismo que el ex
primer ministro conservador François Fillon –quien ya ha hecho público su
patrimonio– y otros de sus compañeros de filas, como los exministros Bruno Le
Maire o Laurent Wauquiez.
En este capítulo, el presidente francés avanzó también que
la ley prohibirá a los diputados y senadores compatibilizar su mandato
parlamentario “con ciertas actividades profesionales para prevenir todo
conflicto de intereses”. Cuáles y en qué condiciones, no lo precisó. Pero en el
ambiente está el caso de los parlamentarios que actuán a la vez como abogados
de negocios, de los que hay una treintena. Laurent Wauquiez los señaló con el
dedo días atrás, al proponer que se les obligue a hacer pública su cartera de
clientes... Una propuesta que iba dirigida como un dardo –en el contexto de la
guerra interna de la UMP– contra el presidente del partido, Jean-François Copé.
François Hollande subrayó, en alusión a Cahuzac, que “el
fallo de un hombre no debe lanzar el descrédito y la sospecha sobre los cargos
electos que se consagran al bien público sin obtener la menor ventaja”. Pero
para que ello ssea creíble, señaló, es necesario que la lucha contra la
corrupción sea inequívoca. “Yo seré implacable, porque fui elegido por la
voluntad de una República ejemplar, y créanme, yo me he sentido herido,
golpeado, mortificado incluso, por lo que se ha producido, que va contra todas
mis concepciones personales, mis exigencias políticas, mis compromisos”,
afirmó.
Junto a las medidas que afectan a los responsables
políticos, el presidente francés anunció también la creación de una fiscalía
anticorrupción de ámbito nacional para combatir los casos de corrupción y de
gran evasión fiscal –algo que los jueces observan con recelo y reclaman más
medios para el polo financiero del Tribunal de Gran Instancia de París– y
nuevas medidas contra los paraísos fiscales. La ley obligará a los bancos
franceses a detallar todas sus filiales internacionales y permitirá al Gobierno
hacer su propia lista –más restrictiva– de paraísos fiscales. Francia ha
firmado asimismo, con Alemania, el Reino Unido, Italia y España una petición a
la UE para que se adopte un intercambio automático de datos sobre los haberes
de los ciudadanos en el exterior.
El propietario de LVMH renuncia a la nacionalidad belga
Bernard
Arnault, el hombre más rico de Francia y décima fortuna mundial, tira la toalla
y renuncia a solicitar la nacionalidad belga. Así lo anunció ayer personalmente
el presidente del grupo LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) en una entrevista
publicada por el diario Le Monde, donde el propietario
del gigante del lujo justifica su decisión por su deseo de “evitar todo
equívoco” sobre sus intenciones y salvaguardar la imagen de las sociedades del
grupo. “He explicado varias veces que yo iba a mantener mi residencia en
Francia y que aquí iba a continuar pagando mis impuestos. En vano”, se lamenta
Arnault, quien posteriormente añade: “No quiero ser asociado a una situación de
la que se pueda sospechar que deseo el exilio fiscal”.
El descubrimiento, el pasado mes de septiembre, de que el
presidente de LVMH había pedido la nacionalidad belga –un país que atrae a las
fortunas francesas por su débil fiscalidad sobre el patrimonio– levantó una
gran polémica en Francia y le granjeó violentas críticas. “¡Lárgate, rico
gilipollas!”, llegó a titular en portada el diario Libération, a quien Arnault retiró después la
publicidad. Y algunos políticos le calificaron de traidor y de antipatriota.
El presidente de LVMH ha dado marcha atrás a pocas semanas
de que la comisión de naturalizaciones del Parlamento belga se pronunciara
sobre su petición, prevista a mediados de mayo. La fiscalía y la oficina de
extranjería habían emitido dictámenes negativos al respecto, pese a lo cual
Arnault considera que tenía “importantes posibilidades” de obtener la doble
nacionalidad.
“Habida cuenta de la situación del país, el esfuerzo de
enderezamiento debe ser compartido. Con este gesto, quiero expresar mi apego a
Francia y mi confianza en su futuro”, afirma Arnault, quien subraya que LVMH
pagó el año pasado 1,000 millones en impuestos y que él personalmente es uno de
los principales contribuyentes del país. Según sus explicaciones, la iniciativa
tenía como único objetivo blindar la fundación que creó en el 2011 en Bélgica
–y a la que trasladó sus acciones de LVMH– con el fin de evitar la
desintegración del grupo cuando él falte. Con 64 años y una fortuna calculada
por Forbes en 22.100 millones de euros, Arnault quiere –según él mismo explica–
evitar el efecto devastador que ytendria una eventual guerra entre sus cinco
hijos.
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