jueves, 25 de abril de 2013

Amnistía de ida y vuelta


La incomprensión y la ira reinaban ayer entre los dirigentes del Frente de Izquierda –la coalición que agrupa a los comunistas del PCF y a los izquierdistas radicales de Jean-Luc Mélenchon– y de algunos socialistas después de que el presidente francés, François Hollande, decidiera bloquear una proposición de ley para amnistiar a sindicalistas y trabajadores condenados por haber perpetrado daños en el transcurso de protestas laborales. Los más exaltados hablaban de “una puñalada” y de “una traición insoportable”, los más moderados –en las propias filas del PS–, de “una renuncia” y “un error”.

Contestado ya por su política económica, la decisión de Hollande –una autentica marcha atrás– agranda el abismo que le separa de sus aliados de izquierda y tendrá una traducción directa en la manifestación que el Frente de Izquierda ha convocado para el próximo 5 de mayo. Organizada a consecuencia del escándalo Cahuzac, su objetivo es tratar de forzar un cambio de rumbo de la política actual –juzgada demasiado acomodaticia con los poderes financieros y la patronal– y va camino de convertirse en una movilización antigubernamental.

Inicialmente, el proyecto de amnistía sindical contaba con la aprobación benevolente del Gobierno, que veía en la iniciativa del Frente de Izquierda una manera de congraciarse con los sindicatos y reconstruir un poco su maltrecha imagen entre los obreros afectados por los grandes planes de reducción de plantilla. Y ceder también un poco ante el ala izquierda del propio PS, donde está aflorando el descontento.

La proposición de ley fue aprobada en primera instancia por el Senado el pasado mes de febrero con los votos de comunistas, izquierdistas y socialistas. En ella se preveía que los sindicalistas y trabajadores condenados por determinadas acciones cometidas en el transcurso de un conflicto laboral –entre 2007 y 2013– verían perdonada su condena y borrada su infracción. El perdón alcanzaba a todos los delitos penados con menos de cinco años de cárcel, como destrozos y daños materiales, ocupación de locales, confiscación de stocks y difamación, pero excluía las agresiones físicas y los secuestros. Entre los potenciales beneficiarios estaban los dirigentes sindicales de Continental, que en el 2009 saquearon la subprefectura de Compiègne, o los asalariados de Arcelor-Mittal de Grandange, que en el 2008 destrozaron el despacho del director y tiraron todo su material.

La aprobación inicial de la medida puso los pelos de punta a la patronal, que se quejó amargamente. La presidenta del Medef, Laurence Parisot, calificó de “incomprensible” e “inaceptable” la iniciativa, que en su opinión era una forma de alentar las protestas violentas. La derecha no fue más suave. La UMP, por boca de su secretaria general, Michèle Tabarot, calificó la proposición de ley de “inicua” y consideró que se trataba de una “maniobra clientelista y electoralista” de los socialistas dirigida a congraciarse con la extrema izquierda.

El golpe de timón dado por Hollande no se entiende al margen de lo que ha sucedido con las protestas contra el matrimonio homosexual, en las que algunos grupúsculos han cometido actos de violencia. Difícilmente el Gobierno podría hacer aquí muestra de firmeza y hacer la vista gorda en el otro lado. Siguiendo las instrucciones del presidente, el PS tumbó ayer en la Asamblea Nacional, en el trámite de comisión, la proporsición del Senado. El texto será discutido modos en el pleno el 16 de mayo. Pero no pasará.


Cárcel por mentir con el dinero

Los ministros, parlamentarios y cargos públicos franceses que mientan en su declaración de patrimonio y de intereses económicos –como hizo el ex ministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac, al ocultar su cuenta bancaria en Suiza– podrán ser castigados con penas de hasta cinco años de cárcel, 75.000 euros de multa y un mínimo de diez años de inelegibilidad (que podría acabar siendo definitiva). Así lo prevé el proyecto de ley que el Gobierno enviará al Parlamento dentro del paquete de medidas para moralizar la vida pública anunciado por el presidente François Hollande. El proyecto obliga a presentar esta declaración a los ministros del Gobierno, consejeros del Elíseo, miembros de gabinetes ministeriales, diputados, senadores, presidentes de ejecutivos territoriales, de autoridades estatales y de empresas públicas, lo que supone en total unas 12.000 personas. Sólo en el caso de los miembros del Gobierno, parlamentarios, presidentes regionales y departamentales, y alcaldes de poblaciones de más de 30.000 habitantes, la declaración se hará pública.



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