Sarkozy se había reservado realizar el anuncio de la buena nueva en la misma región donde arrancó su campaña electoral en diciembre del 2006, con la bandera del poder adquisitivo y el famoso lema de “trabajar más para ganar más”. “Yo no os decepcionaré, no os mentiré, no os traicionaré”, dijo entonces... La escuálida credibilidad del presidente en los sondeos de opinión –por debajo del 30%– y la entrada en cuña del ultraderechista Frente Nacional en las zonas obreras demuestra hasta qué punto desilusionó aquellas expectativas. “¿Cómo se atreve Nicolas Sarkozy a volver a las Ardenas, región símbolo de sus mentiras y de su fracaso económico y social, para hacer nuevas promesas cuando todas las precedentes han quedado sin futuro?”, atacó la primera secretaria del PS, Martine Aubry.
A un año de las elecciones presidenciales, Sarkozy necesita imperativamente recuperar el respaldo del electorado popular, que le condujo al Elíseo en el 2007, si quiere desmentir a las encuestas que le dan por seguro perdedor. El presidente arrancó su mandato haciendo un regalo a los más ricos –el llamado escudo fiscal, que limitó al 50% de las rentas totales lo que cada francés debía pagar por todos sus impuestos– y lo va a terminar de modo semejante: suprimiendo el otrora sacrosanto escudo fiscal, que tanto daño le ha hecho en la opinión pública, pero compensando a los más pudientes con una rebaja del Impuesto de la Solidaridad sobre la Fortuna (ISF). Difícil, en tales circunstancias, erigirse de nuevo en la voz de la clase trabajadora.
Es en este contexto en que ha nacido la controvertida idea de la “prima” a los asalariados anunciada por Sarkozy en las Ardenas, cuyo alcance promete ser más limitado y diluido que la firmeza de las palabras del presidente quería dar a entender. A falta de que el Gobierno concrete la medida en un proyecto de ley antes del verano, la iniciativa ha sido presentada bajo tantas versiones como ministros han hablado de ella. La más osada fue la del responsable del Presupuesto, François Baroin, quien habló de una prima obligatoria de 1.000 euros.
Al final, nada más lejos. Sólo las grandes empresas que repartan dividendos entre sus accionistas, y que aumenten este año –nótese la precisión– ese dividendo, se verán obligadas no ya a pagar sino a negociar con los sindicatos el pago de una prima que el Gobierno ha renunciado finalmente a cifrar. Para las pequeñas y medianas empresas esto será opcional, aunque la prima –si se paga– estará exenta de cargas sociales. Los expertos consideran que sólo unos 9 millones de trabajadores, en el mejor de los casos, se beneficiarán de tal medida.
La iniciativa ha tenido la virtud, por así decir, de irritar a los empresarios y a los sindicatos a la vez. Estos últimos ven en la prima extraordinaria de Sarkozy un señuelo, un engaño para no abordar la cuestión del aumento de los salarios. “¡Esos 1.000 euros son el montante de la papeleta de voto!”, ironizó el secretario general de la CGT, Bernard Thibault.
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