jueves, 19 de mayo de 2011

El último combate de Anne Sinclair

Mientras se dirigía en un taxi hacia el aeropuerto JFK para tomar un vuelo hacia París, a primera hora de la tarde del sábado 14 de mayo –hora de Nueva York–, Dominique Strauss-Kahn telefoneó a su mujer, Anne Sinclair, que estaba ya en la capital francesa. El director del Fondo Monetario Internacional (FMI) le advirtió al parecer, según ha explicado Le Monde citando a amigos de la pareja, que había un “problema grave”, sin más precisiones. Poco después, era detenido por la policía a bordo de un avión de Air France acusado del intento de violación de una mujer de la limpieza del hotel Sofitel de Manhattan. Llamada de aviso, o de socorro, fue la última vez que DSK habló con su esposa –su amante, su amiga, su cómplice, su otro yo– antes de que el suelo se hundiera bajo sus pies.
Como ya hiciera en 2008, tras descubrirse la aventura adúltera de Strauss-Kahn con una de sus subalternas en el FMI –la economista húngara Pyroska Nagi–, Anne Sinclair salió rápidamente a defender a su marido. Como una loba, como siempre. “No creo ni un segundo en las acusaciones en su contra (...) No tengo ninguna duda de que su inocencia quedará demostrada”, escribió en un comunicado difundido la mañana del domingo, poco antes de volar hacia Nueva York, donde espera desde el lunes poder visitar a su esposo.
En sus veinte años de vida en común, Anne Sinclair ha sido el infatigable y fiel sostén de Dominique Strauss-Kahn, así en las duras –y de éstas ha habido varias– como en las maduras, afrontando con enorme discreción y entereza la vida libertina de su marido.
Anne Sinclair, nacida el 15 de julio de 1948 en Nueva York –adonde se había trasladado su familia, de origen judío, abandonando París al principio de la Segunda Guerra Mundial–, era una famosísima periodista política de televisión –su programa semanal 7 sur 7, en TF1, reunía a 12 millones de telespectadores– cuando conoció, en un plató, a Dominique Strauss-Kahn. Era 1989 y el que, hasta el pasado sábado, parecía llamado a ser el próximo presidente de la República francesa era un semidesconocido diputado socialista. El flechazo fue mutuo, fulminante. Ambos acabaron dejando a sus respectivos cónyuges y el 26 de noviembre de 1991 contrajeron matrimonio –ella por segunda vez, él por tercera–, creando una gran familia a la que aportaron dos y cuatro hijos de sus uniones anteriores.
El ascenso político de Strauss-Kahn acabaría forzando el declive profesional de su esposa. Nombrado ministro de Economía por Lionel Jospin en 1997, Anne Sinclair se sintió obligada a abandonar su programa político –“Continuar hubiera supuesto abdicar de mi libertad”, explicó–. Apartada de la primera línea, en 2001 acabaría siendo despedida de forma brutal –y arbitraria, según acordaron después los jueces– por la dirección de la cadena. Desde entonces, pese a mantener colaboraciones periodísticas, Sinclair se ha dedicado a trabajar por la carrera política de su marido, en la que ha invertido inteligencia, contactos y... dinero.
Nieta de Paul Rosenberg, el marchante de arte más importante de la primera mitad del siglo XX –representante de Picasso, Braque y Matisse–, Anne Sinclair es la co-heredera de una impresionante colección de pintura –expoliada por los nazis y recuperada tras la guerra– y de una gran fortuna. Lo que explica el tren de vida de la pareja y su patrimonio: dos apartamentos en París –uno de ellos, en la plaza de los Vosges, donde se pagan a más de cinco millones de euros–; una casa en el barrio de Georgetown, en Washington, y un riad –casa tradicional marroquí–en Marrakech.
La historia de las dos ramas de su familia –su padre, Robert Schwartz, cambió su apellido por el de Sinclair, su nombre de guerra en la Resistencia–, ha hecho de Anne Sinclair una convencida militante de la causa judía, a la que ha arrastrado a su marido, judío él también, pero de una familia laica.
Acostumbrada a remar contra el viento, como en 1999, cuando DSK se vio obligado a dimitir del Gobierno a causa de varios escándalos –de los que sería absuelto–; como en 2006, cuando perdió las primarias frente a Ségolène Royal, Anne Sinclair ha viajado ahora a Nueva York dispuesta a luchar por la libertad de su marido. Es su combate más difícil. El definitivo.

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