Un seísmo político de extrema violencia, con epicentro en Nueva York, ha estremecido a Francia hasta los cimientos. El súbito arresto e inculpación por agresión sexual del director general del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, quien aparecía hasta ahora como el mejor situado para encabezar la candidatura del Partido Socialista (PS) al Elíseo en 2012, ha provocado una conmoción de proporciones colosales en el mundo político francés, donde la estupefacción y el desconcierto se mezclaban ayer con la incredulidad y –también– la vergüenza.
Inocente o culpable de las graves acusaciones que pesan en su contra, la detención de DSK es, de entrada, un duro golpe para la imagen internacional de Francia y la estrategia de París al frente del G-20, en la que el director del FMI jugaba un papel de primer orden. Pero su efecto más devastador va a tener lugar, sin duda, puertas adentro. La más que probable neutralización política de quien los sondeos presentaban como el verdugo del presidente saliente, Nicolas Sarkozy, en las próximas elecciones presidenciales va a alterar irreversiblemente el panorama. En unas horas, el tablero de la política francesa ha saltado literalmente por los aires.
La noticia de la detención de Strauss-Kahn cayó como una bomba, sobre todo –aunque no únicamente– en el PS. Casi todo el mundo pidió prudencia y respeto por la presunción de inocencia, pero los defensores acérrimos del director del FMI fueron escasos. La esposa de Strauss-Kahn, Anne Sinclair, negó todo crédito a las acusaciones de la justicia estadounidense –“no lo creo ni por un segundo”, afirmó en un comunicado, en el que vaticinaba que “su inocencia quedará demostrada”–, y sus más próximos colaboradores y partidarios se afanaron por rechazar que su líder pueda ser un violador.
La primera secretaria del PS, Martine Aubry, mucho más cauta, pidió contención y prudencia, a la vez que expresaba su “estupefacción”, un sentimiento generalizado en las filas socialistas. El Elíseo mantuvo un significativo silencio, mientras sólo el ministro portavoz del Gobierno, François Baroin, habló en nombre del Ejecutivo para apelar sucintamente a la presunción de inocencia.
Acusado por una camarera del hotel Sofitel de Nueva York de agresión sexual, intento de violación y secuestro, Strauss-Kahn tiene plomo en las alas. Amonestado públicamente en el 2008 por el FMI por haber mantenido una relación adúltera con una subordinada, su fama de mujeriego y la aparición de otros casos sospechosos en el pasado contribuyen a dar verosimilitud a la acusación.
Apelando justamente a la conocida debilidad del personaje por el sexo opuesto, hubo quien aventuró la posibilidad –así Jacques Attali, Bernard Tapie o Christine Boutin– de que Strauss-Kahn hubiera caído en una trampa. Pero la teoría de la conspiración, de momento, no acaba de prender.
Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional (FN), no se anduvo con cataplasmas al asegurar que Strauss-Kahn ha quedado “desacreditado” para ocupar la jefatura del Estado, debido a un caso que –remarcó– confirma “los problemas patológicos que mantiene con las mujeres”. El diputado de la UMP Bernard Debré , conocido por su moderación y seriedad, no dijo algo muy diferente: “Todo el mundo sabe que Strauss-Kahn tiene una actitud muy equívoca hacia las mujeres”, afirmó Debré, quien confesó sentir “humillación y vergüenza”. “Estoy mortificado por Francia”, añadió. “Si las acusaciones se confirman, será un momento de oprobio para Francia”, afirmó por su parte Dominique Paillé, presidente de la oficina de Integración y miembro de la UMP.
Si los ataques contra Strauss-Kahn son todavía escasos, crece sin embargo la convicción de que pase lo que pase, sea o no culpable, ha quedado ya fuera de juego de la carrera presidencial. El director del FMI deberá afrontar ahora un proceso judicial en Estados Unidos que a buen seguro le impedirá presentarse a las elecciones primarias del PS para designar a su candidato a la presidencia de la República. A mes y medio de la presentación oficial de candidaturas –el 3 de julio– y a menos de cinco meses de la votación –9 de octubre–, los plazos son demasiado cortos para pensar que puede aterrizar en Francia rehabilitado –si es el caso– a tiempo. La posibilidad de que el PS retrase este calendario es impensable, toda vez que ya lo apuró al máximo para dar tiempo justamente a Strauss-Kahn a presentarse, momento en que se hubiera visto obligado a dejar el FMI.
Si DSK no había, hasta el momento, anunciado su candidatura al Elíseo, para nadie era sin embargo un secreto que iba a hacerlo próximamente, aupado por unos sondeos que le consideraban el principal favorito para las elecciones presidenciales y le vaticinaban una victoria aplastante sobre Nicolas Sarkozy en el 2012.
El apartamiento forzoso de Strauss-Kahn abre, pues, numerosos interrogantes. Sin un candidato indiscutible, el pulso por encabezar la candidatura socialista al Elíseo podría centrarse entre la jefa del partido, una Martine Aubry que sólo estaba dispuesta a ceder el paso a DSK, y su antecesor en la primera secrataría del PS, François Hollande, sin olvidar el efecto distorsionador de la ex presidenciable del 2007, Ségolène Royal. En todo caso, el horizonte aparece hoy un poco menos negro para Sarkozy.
Una denuncia frenada en 2003
Hace ocho años, Dominique Strauss-Kahn ya estuvo a punto de ser denunciado ante la justicia –en este caso, la francesa– por su ímpetu sexual. A principios del 2003, una joven periodista que había acordado una cita con el ex ministro de Economía para entrevistarle fue víctima de los atrevidos avances del hoy director del FMI, suficientemente “inconvenientes” como para haber estado a punto de presentar una denuncia. Fue la intervención de su madre, militante del PS, la que recondujo la situación hacia una salida amistosa. Así lo relatan Christophe Deloire y Christophe Dubois en su libro “Sexus politicus” (Albin Michel 2006), donde se hacen eco de la fama de seductor impenitente de Strauss-Kahn y citan la existencia, por la misma época, de una nota anónima del Ministerio del Interior en la que se citaba a DSK como cliente habitual de un copnocido local “libertino” del distrito I de París.
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