Christine Lagarde ya está en la arena. La ministra francesa de Economía oficializó ayer su candidatura a la dirección general del Fondo Monetario Internacional (FMI), prematura e inesperadamente vacante desde que su antecesor, el también francés Dominique Strauss-Kahn, se sintiera forzado a dimitir tras ser detenido el pasado 14 de mayo en Estados Unidos acusado de agresión sexual e intento de violación. Lagarde, que cuenta con el apoyo unánime y entusiasta de los países europeos –la ministra española de Economía, Elena Salgado, expresó ayer el respaldo de España–, rechazó ser etiquetada como la candidata de Europa o de Francia, sabedora de las reticencias que los países emergentes del grupo BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– han manifestado a que un europeo asuma otra vez la dirección del FMI.
“Ser europeo no debe ser una baza, pero tampoco un hándicap”, declaró Lagarde en una conferencia de prensa celebrada en la sede del Ministerio de Economía, en Bercy, calculadamente lejos de Bruselas: “Yo no soy la candidata europea ni la candidata francesa”, subrayó. La ministra, que hizo votos por reunir en torno a su candidatura el más amplio consenso posible, aseguró contar con el apoyo –hasta el momento, confidencial– de otros países fuera de la Unión Europea , cuyo nombre no desveló.
Si Europa se ha manifestado sin ambages en favor de Lagarde –desde Berlín a Bruselas–, el resto de los 187 países miembros del FMI han guardado hasta ahora un prudente silencio. Estados Unidos, en una ambigua declaración del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, ha valorado con el mismo fervor las cualidades de Lagarde y del otro aspirante que ha oficializado hasta ahora su candidatura, el mexicano Agustín Carstens. Los norteamericanos desearían dar más juego a los países emergentes, pero estos se han mostrado hasta ahora totalmente incapaces de presentar un candidato común. En medios políticos franceses se da por hecho el apoyo de Washington, interesado en asegurarse el apoyo europeo en la renovación en 2012 de la dirección del Banco Mundial–, así como el de Pekín...
En su intervención pública, así como en una carta dirigida a los gobernadores y los miembros del consejo de administración del FMI, Lagarde valoró el legado de Strauss-Kahn y se presentó, en cierto modo, como una candidata de continuidad, decidida a profundizar las reformas emprendidas por su antecesor, que han convertido –remarcó– a este organismo en un instrumento eficaz en la lucha contra la crisis. La ministra francesa defendió el papel del FMI como sostén de los países en dificultades de la zona euro y abogó por extenderlo a otras zonas del mundo, particularmente África y Oriente Medio. Defendió la nueva sensibilidad social del FMI y, negando ser “la candidata de los bancos y del sistema”, se mostró adepta de la regulación de los mercados: “Soy de temperamento liberal, pero mi liberalismo es atemperado”.
Amenazada por una posible investigación judicial por su papel en el desenlace del caso Adidas-Crédit Lyonnais que enfrentaba a Bernard Tapie con el Estado francés –y que la oposición juzga excesivamente beneficioso para el empresario–, Lagarde rechazó toda posible dimisión: “Tengo la conciencia muy tranquila”.
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