lunes, 16 de mayo de 2011

Donjuanes en el Elíseo

Septiembre de 1974, cinco de la madrugada. Un vehículo circulando a toda velocidad por el centro de París choca contra el camión del lechero. Al volante, los policías descubren con pasmo al presidente de la República, Valéry Giscard d’Estaing, acompañado de una bella actriz, cuya identidad nunca será conocida con certitud. El suceso sólo fue tratado breve y oblicuamente por la prensa francesa, acostumbrada a mantener una educada reserva sobre la vida privada de los hombres públicos. Los ciudadanos tampoco se sienten impresionados por las andanzas sentimentales de sus líderes.
A diferencia de los puritanos norteamericanos, los franceses son extremadamente liberales en materia de relaciones sexuales, y tolerantes con las aventuras extraconyugales de los dirigentes políticos. Dominique Straus-Kahn se beneficiaría hoy también de esta benevolencia –como cuando saltó a la luz su aventura con una economista húngara del FMI en 2008– si lo sucedido este fin de semana en Nueva York se hubiera quedado en un lance de seducción.
La mayoría de los presidentes de la V República no hubieran sobrevivido políticamente en Estados Unidos. Giscard d’Estaing fue el primero de una larga lista de seductores. Se instaló en el Elíseo solo, dejando a su esposa y sus hijos en el domicilio familiar, lo que aprovechó para salir habitualmente por la noches en busca de aventuras. La leyenda le atribuye numerosos affaires con las actrices francesas del momento. Y no siempre chocó con el lechero.
Su sucesor, el socialista François Mitterrand, no le fue a la zaga. Mujeriego notorio, a Mitterrand le gustaba acabar los mítines entre los brazos de alguna joven militante. Una vez en el Elíseo, el presidente socialista mantuvo una doble vida familiar: una oficial, con su esposa Danielle, y otra oficiosa –y secreta– con Anne Pingeot, con quien tuvo una hija, Mazarine.
Jacques Chirac tenía los mismos hábitos nocturnos que Giscard. Ya en su época de alcalde de París, y después como presidente, cada noche salía a bordo de su coche oficial, con su chófer de siempre, con destino desconocido. La noche en que Lady Dy se mató en el Pont de l’Alma, el 31 de agosto de 1997, Bernadette Chirac acudió sola a velar el cadáver de la princesa de Gales. Al presidente nadie supo dónde encontrarle esa noche.
A Nicolas Sarkozy no se le han acreditado aventuras extramatrimoniales –por más que haya habido rumores–, pero siendo alcalde de Neuilly engañó a su primera esposa, Marie-Dominique Cucioli, con la que sería la segunda, Cécilia Ciganer-Albéniz. Durante una primera separación con esta última, el presidente francés tuvo una relación sentimental con una periodista de Le Figaro. Sarkozy se divorció de Cécilia siendo ya jefe del Estado –antes que él sólo lo había hecho Napoleón, de Josefina–, para casarse por tercera vez con Carla Bruni.
Cuentan que cuando un ministro preguntó a Mitterrand si podía utilizar uno de los apartamentos de palacio para una aventura, éste le contestó: “El Elíseo no es en realidad un establecimiento especializado, pero si no hay otro remedio...”.

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