Hay vida más allá del Producto Interior Bruto (PIB). Esta constatación, percibida como una evidencia por el común de los ciudadanos, había sido hasta ahora menospreciada, sin embargo, por los economistas. Ya no. La necesidad de superar el PIB - unidad de medida del crecimiento económico-como único referente para medir el progreso de los países va ganando poco a poco nuevos adeptos. Y de peso. El último en abrirse a esta nueva perspectiva ha sido la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que agrupa a 34 países de entre los más desarrollados del mundo. Para este organismo adalid de la ortodoxia económica, creado ahora 50 años como herencia del Plan Marshall, es toda una revolución.
Bajo el lema "Vivir mejor", la OCDE ha lanzado un nuevo instrumento para intentar medir el grado de bienestar económico y social de cada país. No se trata de un índice, sino de un conjunto de once indicadores que, combinados, arrojan una nueva luz sobre el nivel de progreso y desarrollo de una sociedad determinada: vivienda, renta, trabajo, comunidad (relaciones sociales), educación, medio ambiente, gobernanza (participación política), salud, satisfacción subjetiva, seguridad, y equilibrio entre trabajo y vida privada. Algunos de ellos tienen una base estadística cuantitativa, otros son de carácter cualitativo.
La idea de superar las estrecheces del PIB como indicador de prosperidad no es original de la OCDE. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ya maneja, desde 1990, un indicador de este tipo: el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Lo nuevo, sin embargo, es que lo asuman también las instancias económicas mundiales. La idea surgió de una comisión internacional de expertos, constituida a iniciativa del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y presidida por el economista estadounidense Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, que en septiembre de 2009 propugnó "desplazar el centro de gravedad de nuestro aparato estadístico de un sistema de medida que privilegia la producción [ PIB] a un sistema orientado a la medida del bienestar".
La OCDE se puso desde entonces manos a la obra y ayer dio a conocer su primer análisis sobre el grado de bienestar de sus 34 países miembros - con el objetivo de ampliarlo en el futuro a otras economías del mundo, en especial la de los denominados países emergentes-.El trabajo, sin embargo, no llega hasta el fondo. Pues si cada país es calificado - en una escala de 0 a 10-en cada uno de los 11 ámbitos de análisis, no lo es de forma global, pues la OCDE ha renunciado a hacer una ponderación propia. Por el contrario, ha preferido - algo mucho menos comprometido-dejar que cada cual elija la importancia que quiere otorgar a cada ítem: en función de esa selección, la posición de cada país en el ranking varía de forma dinámica. Esta particular alquimia es accesible a todo el mundo en el sitio web OecdBetterLifeIndex. org.
Si uno adopta, por ejemplo, una postura maximalista y otorga la máxima importancia (esto es, 5) a cada uno de los 11 indicadores, el mapa resultante coloca en lo alto de la tabla a un grupo de cinco países - Australia, Canadá, Noruega, Nueva Zelanda y Suecia, con una puntuación alrededor de 8-,seguidos por Dinamarca, Finlandia, Islandia, Luxemburgo, Holanda, Suiza, Reino Unido y Estados Unidos. Francia y Alemania - por citar las dos grandes potencias económicas continentales-quedan justo por detrás, con un 7. Mientras que España se queda con un mediocre 6, en mitad de la tabla.
España sale muy bien valorada en materia de seguridad (8,5), vivienda (8,3) - su mejor posición en el ranking, la 9 ª - y comunidad/ relaciones sociales (8,1), mientras que obtiene una nota cercana al notable en salud (7,4) y un aprobado en equilibrio trabajo-vida privada (6,9), medio ambiente (6,6) y gobernanza (5,6). El gran lastre para la valoración final se debe al suspenso en satisfacción subjetiva (4,8), educación (4,2), renta (2,5) y trabajo (1,8). En este último capítulo - ninguna sorpresa, con un 21% de paro-,España ocupa el 34 º y último lugar de la lista.
En lo que respecta a la satisfacción subjetiva - percepción personal sobre algo tan etéreo como la felicidad-,la OCDE constata que ésta ha aumentado en España en la última década como en la mayor parte de los países desarrollados y se sitúa hoy en el 49%, una cota bastante modesta - diez puntos por debajo de la media de la OCDE-,que sitúa a los españoles en el puesto 24 º . Con una nota de 4,8, España está a parecido nivel que la República Checa y Eslovaquia y muy lejos del paraíso de los brumosos países del norte.
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