Primero apareció un caso, y luego otro, y otro... Hasta cuatro. En pocas semanas, cuatro sindicalistas franceses –militantes de cuatro centrales diferentes– hacían su particular comming out y anunciaban su incorporación a las candidaturas del Frente Nacional (FN) en las elecciones cantonales del 20 y 27 de marzo pasado. Un escalofrío recorrió el espinazo de los principales dirigentes de los sindicatos franceses. Poco importaba que se tratara de sólo cuatro casos. Era una síntoma, una señal de alarma. El monstruo volvía a estar ahí y había empezado a invadir el cuerpo sindical. La extrema derecha, que ya lo había intentado en los años noventa, estaba infiltrándose de nuevo. La maniobra, inamistosa, no tenía nada de gratuita. Respondía exactamente a la estrategia aplicada por la nueva presidenta del FN, Marine Le Pen, desde que tomó las riendas del partido fundado por su padre el pasado enero, consistente en acentuar el discurso social y buscar con denuedo la captación del voto obrero.
Los sindicalistas embrujados por los cantos de sirena de la extrema derecha tenían, en algunos casos, responsabilidades en la organización. Era el caso de Annie Lemahieu, delegada regional de Fuerza Obrera (FO)del personal civil del Ejército en Nord-Pas de Calais. Y de Fabien Engelmann, secretario de la Confederación General de Trabajadores (CGT) –el histórico sindicato comunista– en el municipio de Nilvange (Mosela), que obtuvo la adhesión unánime de sus 26 compañeros en la organización local del sindicato cuando cayeron las primeras represalias. Los otros dos, Daniel Durand-Decaudin (Mosela) y Franch Pech (Alta-Garona), pertenecían a los sindicatos CFDT y SUD. Fuera de este último caso –en que se trata de un empleado municipal de Toulouse–, los otros tres proceden de zonas industriales en decliva, donde el FN obtiene sus mejores resultados electorales.
Las direcciones de los sindicatos directamente afectados actuaron con celeridad y suspendieron de militancia a los cuatro candidatos frontistas. La CGT lo acabaría expulsando de la organización, junto con los 26 compañeros de su sección. En una carta enviada a todos los secretarios generales de la Confederación, el patrón de la CGT, Bernard Thibault, les instaba a reaccionar con rapidez y determinación ante casos semejantes: “Es una exigencia superior a cualquier otra consideración, incluida la pérdida eventual de militantes o excepcionalmente la pérdida de un sindicato. Con los valores fundacionales de la CGT no se transige”. Dicho, y hecho.
La mayor parte de los sindicatos –CGT, CFDT, FSU, UNSA y Solidarios– firmaron el 17 de marzo una declaración conjunta en la que expresaban su determinación de “impedir la instrumentalización del sindicalismo por el Frente Nacional” y juzgaban las ideas de la extrema derecha –particularmente la de la “preferencia nacional” a la hora de contratar a los trabajadores– incompatibles con los valores de sus sindicatos. Las otras centrales –FO, CFTC y CFE-CGC– expresaron por su cuenta juicios parecidos.
Lejos de amilanarse ante la respuesta sindical, el Frente Nacional decidió crear una asociación –el Círculo Nacional de Defensa de los Trabajadores Sindicados (CNDTS)–, con el fin de defender a los trabajadores frontistas y, en particular, a aquellos que tienen una militancia sindical.
El intento de infiltración del FN en el mundo sindical no es nuevo. En los años noventa ya lo buscó el histórico líder de la organización, Jean-Marie Le Pen, primero aplicando la táctica del <CF21>entrisme</CF> en algunas organizaciones sindicales menores y después, tras el fracaso de este primer intento, creando algunos sindicatos profesionales –en la policía, en las prisiones, en los transportes– que acabaron siendo disueltos y declarados ilegales por el Tribunal de Casación en 1998. La sentencia consideró contrario a la ley la creación de sindicatos profesionales como instrumentos de fines políticos y contraria al principio constitucional de “no-discriminación” su ideología. El intento paralelo del FN, en 1997, de presentar candidaturas a las elecciones a los Consejos de Prud’hommes (equivalente a las magistraturas de Trabajo en España) a través de una organización creada ad hoc –la CFNT– tropezó con la misma piedra.
Tras estos fracasos, el FN parece decidido a intentar de nuevo la vía de la infiltración. Los militantes del FN se muestran últimamente muy activos y, al calor de la crisis, se acercan a las salidas de las fábricas e intentan inocular su nuevo discurso, una mezcla de recetas antisistema extrañamente cercanas a las de la extrema izquierda –contra la mundialización, contras las elites, contra los patronos y los bancos, contra Europa– y viejos postulados nacionalistas de la ultraderecha, que culpabiliza a los inmigrantes del paro que sufren los franceses.
De la misma manera que el Frente Nacional ataca a los partidos políticos como integrantes del establishment, censura asimismo a los sindicatos, a quienes presenta como “traidores” a los intereses de los trabajadores. Un sondeo del instituto de opinión Harris Interactive sobre la primera vuelta de las elecciones cantonales del 20 de marzo constató que el FN sólo obtuvo el 9% de los votos entre los simpatizantes y militantes de los sindicatos de clase, notablemente por debajo de la media global en el país, que fue del 15%. Ello parecería poner en entredicho la estrategia de Marine Le Pen, si no fuera porque los candidatos frontistas captaron el 24% del voto obrero.
El duelo popular Le Pen-Sarkozy
Nicolas Sarkozy ganó las elecciones presidenciales en 2007 gracias al apoyo del electorado popular. Los obreros votaron hace cuatro años por el presidente francés, a quienes concedieron el 26% de los votos, aún por delante de la socialista Ségolène Royal (25%). Cara a las elecciones del 2012, un sondeo de Ifop otorga a la líder del FN, Marine Le Pen, un apoyo obrero del 36%, mientras Sarkozy sólo obtendría el 15%. Varios sondeos creen posible que Le Pen descabalgue a Sarkozy en la primera vuelta.
Soberanismo contra el euro
Las desviaciones neoliberales –en economía– del viejo Jean-Marie Le Pen forman ya parte del pasado. Al mando del Frente Nacional (FN) desde enero pasado, su hija y sucesora, Marine Le Pen, ha dado un acusado giro ideológico al partido de la extrema derecha francesa, convertido hoy a la militancia estatalista.
El nuevo FN defiende hoy un “Estado fuerte” que impulse la reindustrialización de Francia, asuma el control –vía su nacionalización– de las empresas energéticas clave y de las entidades bancarias que puedan tener dificultades, y proteja a los trabajadores. Franceses, se entiende. Antes que nada, a los franceses. Salvo en lo que concierne a la vieja tesis de la “preferencia nacional”, casi se diría un programa de corte gaullista. La propuesta más radical y controvertida del programa económico del Frente Nacional no es, sin embargo, la que atañe al papel del Estado en la ecomomía –que en este país siempre ha sido preponderante–, sino la que afecta a la política monetaria.
Desde un discurso de corte nacionalista y soberanista –términos que en Francia van asociados por lo general a la ultraderecha– que señala a la mundialización y la Unión Europea como causas de todos los males económicos de los franceses, el FN propugna el abandono del euro, incluso de forma unilateral en el caso de que el resto de los socios europeos no quisieran seguir esta vía. “Nosotros no creemos en esta moneda y estamos persuadidos de que esta moneda va a hundirse sola”, declaró hace unas pocas semanas Marine Le Pen. El FN propone también adoptar una política proteccionista, con la instauración de aranceles sobre determinados productos o determinados países que practiquen una competencia desleal en materia de costes sociales.
Contra el euro, el FN no está solo. Algunos grupúsculos de la derecha nacionalista cantan desde hace tiempo esta misma canción. Igual que el Partido Comunista y otros grupos de extrema izquierda. Una idea que seduce particulamente –al 52%– de los obreros. Volvemos al principio.
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