La
de Riva Bella, en la ciudad francesa de Ouistreham, en Normandía, pasa
por ser una de las mejores playas de Francia. La perla de la Mancha,
la llamaban. Los folletos de turismo la presentan como ideal para las familias
y los aficionados al marisqueo. No siempre ha sido así. El 6 de junio de 1944,
rebautizada con el nombre clave de Sword Beach, fue el escenario del desembarco
de 29.000 soldados británicos y canadienses en el marco de la célebre Operación
Overlord, que significaría el principio de la liberación de Europa occidental
de la ocupación nazi. Entre ellos, había 177 boinas verdes franceses,
integrados en el llamado Comando Kieffer, los únicos representantes de la
Francia Libre en participar en el Día D.
Es aquí, sobre la
arena de Ouistreham, donde los líderes de los países beligerantes –los aliados
y enemigos de ayer– conmemorarán juntos, el próximo viernes, el 70º aniversario
de una batalla histórica que aceleró el final de la guerra y cambió la faz de
Europa.
La reina Isabel
II de Inglaterra y el primer ministro británico, David Cameron; los presidentes
de Estados Unidos, Barack Obama; de Francia, François Hollande, y de Rusia,
Vladimir Putin, y la canciller alemana, Angela Merkel, encabezarán las
ceremonias del día 6, en las que también participarán los monarcas de Bélgica,
Dinamarca, Luxemburgo, Noruega y Países Bajos, así como los jefes de Estado y
de Gobierno de Australia, Canadá, Eslovaquia, Grecia, Italia, Nueva Zelanda,
Polonia, la República Checa y Ucrania. Junto a ellos, se sentarán cerca de un
millar de veteranos de 18 países. El Gobierno francés ha movilizado a unos
9.000 policías y gendarmes para garantizar la seguridad del acontecimiento.
La participación
de Angela Merkel en la conmemoración del 70º aniversario –en la del 65º, en el
2009, no estuvo presente, pues Nicolas Sarkozy prefirió un acto circunscrito a
los aliados– encierra un importante símbolo de reconciliación, por más que no
sea el primero. En el 2004, su antecesor, Gerhard Shröder, rompió por primera
vez el hielo con Jacques Chirac. “El recuerdo que Francia conserva del 6 de
junio de 1944 es diferente del de Alemania y, sin embargo, este recuerdo ha hecho
nacer en unos y otros el mismo sentimiento: el deseo de paz”, proclamó el
entonces canciller en un acto en Caen.
En los dos meses
que duró la batalla de Normandía, entre el 6 de junio y finales de julio, hubo
600.000 víctimas entre heridos, muertos y desaparecidos. En total perdieron la
vida 54.000 soldados alemanes, 24.000 norteamericanos, y 20.000 británicos y
canadienses (cifra que incluye soldados de otros países integrados en las
fuerzas britanicas), así como 20.000 civiles franceses.
Históricamente
olvidadas, las víctimas civiles recibirán por primera vez un homenaje por parte
del presidente de la República, François Hollande. Hace apenas un puñado de
años que los historiadores han empezado a explicar el sacrificio de los
habitantes de Normandía, durante mucho tiempo sepultado por el olvido. Su
recuerdo era incómodo. Pues no fueron los alemanes, sino los bombardeos aliados
los causantes. Caen, Saint-Lô, Falaise, Lisieux, Argentan... fueron arrasadas
por las bombas de los liberadores, cuya primera y
exclusiva preocupación era proteger al máximo a sus propias tropas, sin
preocuparse de lo que hoy se denominaría “daños colaterales”. Del mismo modo
que han empezado a surgir a la superficie los relatos de abusos, crímenes y
violaciones cometidos por las tropas que llegaron en la retaguardia.
La jornada del 6
de junio tendrá diversos puntos de interés, pero el acto central se
desarrollará en la playa de Ouistreham, a primera hora de la tarde, con la
presencia de todos los jefes de Estado y de Gobierno de los países
beligerantes, las delegaciones oficiales, los veteranos y una representación de
la sociedad civil. Previamente, los dirigentes internacionales habrán almorzado
en el Château de Bénouville, que durante la guerra fue a la vez una maternidad
y foco de la Resistencia. Al margen de la ceremonia central, habrá otros actos
en el Memorial de Caen, en el cementerio norteamericano de Colleville-sur-mer,
en el polaco de Urville-Langannerie, en el británico de Bayeux y en el memorial
canadiense de Courselles-sur-mer.
Todos los
historiadores coinciden en que Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial en el
frente del Este, ante la Unión Soviética. Pero la apertura de un segundo frente
occidental en Francia fue fundamental para precipitar la caída de Hitler. Y
consolidó el papel hegemónico en Europa y en el mundo de Estados Unidos,
erigido en una superpotencia militar, industrial y económica sin parangón. Como
ha subrayado el especialista francés Olivier Wierviorka, autor de una “Historia
del desembarco en Normandía”, los norteamericanos, que paralelamente luchaban
contra los japoneses en el Pacífico, produjeron en tres años 170.000 aviones,
90.000 carros de combate, 65.000 buques de desembarco, 1.200 barcos de guerra y
320.000 cañones. Y pusieron en pie un ejército de más de 8 millones de
soldados. Imposible de igualar. Si fue posible el
Desembarco de Normandía –la mayor y más compleja operación naval y militar de
todos los tiempos–, lo fue gracias a la formidable capacidad industrial de
Estados Unidos.
El Día D, los
aliados, dirigidos por el general norteamericano Dwight D. Eisenhower,
movilizaron 5.112 bombarderos, 5.409 cazas, 1.037 aviones de transporte, 900
planeadores, 277 dragaminas, 15 barcos-hospital (con 8.000 médicos a bordo),
1.200 navíos de guerra y 5.700 buques de transporte, que desembarcaron a
130.000 soldados, 1.500 carros de combate, 5.000 vehículos blindados, 3.000
cañones y 10.000 vehículos de transporte en cinco playas normandas localizadas
entre Quinéville y Colleville-sur-orne y designadas con los nombres clave de
Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. Sobre las dos primeras cayó el 1er ejército
norteamericano, mientras que a las otras tres arribó el 2º ejército británico.
Previamente, de madrugada, habían sido lanzados 23.000 paracaidistas sobre la
península del Cotentin y la zona de Caen.
La operación era
sumamente arriesgada y, de hecho, estuvo a punto de malograrse en más de un
momento. El primer gran éxito de los aliados fue conseguir engañar a Hitler y
al alto estado mayor alemán sobre sus verdaderas intenciones. Todo lo que pudo
hacerse se hizo –incluyendo el despliegue de falsos tanques hinchables– para
dar a entender a los alemanes que los aliados preparaban un desembarco por el
Pas de Calais, el paso más corto y directo. En esta gran operación de engaño,
conocida como plan Fortitude, tuvo un papel fundamental –como recuerda el
historiador britanico Antony Beevor en su “El Día D y la batalla de Normandía”–
el catalán Joan Pujol, un agente doble británico cuyo nombre clave era Garbo y que montó una red de 27 agentes ficticios para inundar a los alemanes con un
alud de informaciones falsas.
El 6 de junio,
durante tres horas, a partir de las 3:14, los aviones primero y los acorazados
después bombardearon sin descanso las defensas costeras del llamado Muro del
Atlántico. Pero el resultado fue un fracaso. Cuando a las 6:30 las barcazas
llegaron a las primeras playas, los alemanes estaban enteros y preparados para
defenderse. Particularmente en la de Omaha, donde se produjo una tremenda
carnicería. En la sangrienta Omaha –Bloody Omaha–
perdieron aquella mañana la vida un millar de soldados norteamericanos y el
general Omar Bradley estuvo a punto de tocar retirada. Pero perseveró. Todos
perseveraron. Y, por Normandía, acabó desembarcando un poderoso ejército de 1,5
millones de soldados que liberaría París –con la destacada participación de una
compañía de republicanos españoles– el 25 de agosto y ocho meses después
acabaría encontrándose con las tropas soviéticas en el corazón de Alemania
.
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