El único
misterio que subsiste sobre el retorno de Nicolas Sarkozy a la arena política
es el cómo y el cuándo. El expresidente francés trabaja desde hace tiempo –y no
ha parado de emitir señales al respecto– en su candidatura cara las elecciones
presidenciales del 2017, a
las que se presentaría como el presunto hombre providencial capaz de sacar a
Francia del pozo en la que –en eso confía– la habrá metido François Hollande.
Sólo que esta vez su partido, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), no le
estará esperando con las puertas abiertas. Es más, un sector importante está
afilando los cuchillos. La primera gran batalla se producirá en el congreso
extraordinario convocado para el próximo mes de octubre, en el que deberá
elegirse un nuevo presidente del partido, pero las escaramuzas entre ambos
campos ya han empezado.
El primero atañe a la dirección de la UMP de aquí a
entonces. El triunvirato integrado por los ex primeros ministros Alain Juppé,
François Fillon y Jean-Pierre Raffarin –los dos primeros, rivales declarados de
Sarkozy en la carrera al Elíseo–, consumó a ayer la toma de control provisional
de la UMP, descabezada desde la dimisión del presidente, Jean-François Copé, y
toda su dirección el pasado 27 de mayo. La caída de Copé, precipitada por la
derrota de la derecha en las elecciones europeas ante el Frente Nacional (FN) y
el escándalo Bygmalion –un presunto caso de elaboración de facturas falsas para
ocultar gastos irregulares en la campaña presidencial del 2012–, ha cambiado
por completo el guión.
Contestada por sarkozystas y copeístas, la autodesignación
del triunvirato como presidencia colectiva interina de la UMP amenazaba con
fracturar gravemente el partido e incluso hacerlo explotar. Con el fin de
salvar esta amenaza, Juppé, Fillon y Raffarin propusieron una solución de
compromiso consistente en nombrar a Luc Chatel –ex vicepresidente con Copé–
nuevo secretario general. El buró político de la UMP, que se reunió a última
hora de ayer, en medio de una fuerte tensión, para abordar este asunto, aprobó
esta solución. Lo que no soluciona en realidad nada, pero aplaza las
hostilidades.
El congreso de octubre será la cita clave. Hasta ahora, todo
indicaba que la gran confrontación debía producirse en torno a las primarias
para designar al candidato al Elíseo, previstas para el 2016. Pero los
acontecimientos han adelantado considerablemente el calendario. De repente,
Nicolas Sarkozy, que pensaba dilatar en el tiempo su retorno, se ve obligado a
adelantarlo. Sus partidarios le empujan a presentar su candidatura a la
presidencia de la UMP el próximo otoño, lo que le colocaría en una posición
inmejorable para tratar de amarrar su candidatura al Elíseo en el 2017.
Sus oponentes, sin embargo, son hoy mucho más numerosos que
en el 2007 y no están dispuestos a dejarle hacer como si nada. Lo que está en
juego no son sólo ambiciones personales –que también– sino la orientación
ideológica del gran partido de la derecha. Alain Juppé –la figura mejor
valorada de la derecha en los sondeos– la quiere más al centro. Sarkozy, ya se
ha visto que no.
Guerra de familia en el FN
Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional (FN), se
siente “afectivamente muy herido” por la reacción de su hija, Marine Le Pen,
ante sus controvertidas declaraciones sobre el actor y cantante Patrick Bruel.
A punto de cumplir 86 años, el viejo líder de la ultraderecha francesa –quien
ya lanzara una vez que las cámaras de gas de los nazis eran “un detalle de la
Historia”– volvió por sus fueros el viernes pasado cuando, refiriéndose a las
críticas de Bruel –de origen judío– al FN, dijo: “La próxima vez haremos una
hornada”. Indignada por el nuevo patinazo de su padre, que compromete su
estrategia de normalización del FN, Marine Le Pen calificó sus declaraciones de
“una falta política” y después decidió retirar de la página web del partido el
blog-vídeo semanal del presidente de honor.
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