Cuando Angela Merkel pisó
la playa de Riva Bella, en Ouistreham, cerca de las tres de la tarde de
ayer, la banda militar que amenizaba la llegada de los jefes de Estado y de
Gobierno al escenario del acto internacional de conmemoración del 70º aniversario
del Desembarco de Normandía tocaba una popular melodía de Glenn Miller, "En forma". Parece difícil creer en la casualidad, dada la
forma milimetrada en que los franceses acostumbran a organizar sus actos. Pero
el lento goteo con que fueron llegando al lugar los ilustres invitados –con
retraso– autoriza a albergar alguna duda.
En todo caso, que la canciller de Alemania fuera recibida en
uno de los escenarios clave de la ofensiva aliada del 6 de mayo de 1944 contra
el ejército alemán –que empezó a perder ahí la guerra en el frente occidental–,
a los sones de un icono musical del american way of life no deja de ser un símbolo del espíritu de reconciliación que presidió la
jornada. Lo mismo que el gesto de Merkel de pasar a saludar, uno por uno, a los
representantes de los antiguos combatientes. Algo que sólo un puñado de
dirigentes internacionales –el presidente norteamericano, Barack Obama, y la
reina Isabel II de Inglaterra, entre ellos– acabó haciendo.
A diferencia de las celebraciones del 65º aniversario,
pensadas por y para los aliados –es decir, los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial–, las de ayer quisieron subrayar la unión de todos los beligerantes de
antaño. François Hollande fue quien mejor resumió este espíritu en el discurso
que pronunció en la playa de Ouistreham, que dedicó a “todas las víctimas del
nazismo”. El presidente francés rindió homenaje, naturalmente, a los jóvenes
soldados norteamericanos, británicos y canadienses –trufados con algunos de
otras naciones ocupadas– que hace setenta años sacrificaron su vida en
Normandía para “combatir por la libertad”. Pero también a las víctimas civiles
francesas –tantos años olvidadas–, al Ejército Rojo y los pueblos de la antigua
Unión Soviética. Y a los alemanes, “víctimas ellos también –subrayó– de una
guerra que no era la suya, que nunca debió ser la suya”. Para el presidente
francés, la hecatombe que asoló al mundo entre 1939 y 1945 ha dejado a los
dirigentes mundiales “el deber de la paz”.
Por detrás de las palabras, sin embargo, la realidad es
mucho más áspera, como pone de manifiesto la grave crisis en Ucrania, que ha
devuelto a Europa el aire gélido de la Guerra Fría. Y, aunque menos graves, las
tensiones en el seno de la Unión Europea, que pueden acabar con una ruptura
entre alemanes y británicos.
La playa de Ouistreham –de nombre clave Sword beach–, donde
hace setenta años desembarcaron una parte de las tropas británicas, fue ayer el
centro de las conmemoraciones del Día D, con la participación no sólo de los
dirigentes de 19 países y de la UE, sino también de un millar de veteranos.
Pero toda la costa de Normandía fue el escenario de numerosas ceremonias. En
los memoriales, en los cementerios –que tantos hay en esta tierra–, se rindió
homenaje a los caídos.
El desembarco del 6 de junio de 1944, una de las operaciones
militares más audaces y complejas de la historia, ha quedado grabado en la
retina de todo el mundo gracias al cine. Y particularmente la carnicería que
sufrieron los norteamericanos en la playa de Omaha. Sin embargo, el número de
víctimas del Día D fue relativamente limitado. Lo peor vino después. La Batalla
de Normandía, que duró en realidad más de dos meses causó 600.000 víctimas
–entre militares y civiles–, de las cuales 110.000 muertos.
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