Nosy Be, isla
grande en lengua malgache, conocida también como la isla de los perfumes, parece
un rincón paradisíaco. Así al menos presentan las guías turísticas a esta isla
volcánica situada al noroeste de Madagascar. Y así se muestra en sus flamantes
fotos una isla de postal, con cocoteros, playas de arena blanca y aguas
cristalinas de color turquesa. El enclave tiene, sin embargo, un lado oscuro:
con los años se ha convertido en un activo foco de turismo sexual en el África
oriental.
Para Sébastien Judalet y Roberto Gianfalla, la isla se
convirtió en la puerta del infierno y la popular playa de Ambatoloaka, en su
cadalso. El pasado 3 de octubre, ambos fueron linchados, torturados y quemados
vivos por una multitud encolerizada, empujada por el miedo y el odio, que les
responsabilizaba de la muerte y mutilación de un niño de 8 años, y les acusaba
de pedofilia, tráfico de órganos y no se sabe cuántas indignidades más. La
investigación posterior llevada a cabo por Francia ha demostrado que todo era
un infundio.
Sébastien Judalet, de 38 años, era conductor de autobús de
la RATP en la región de París. Divorciado y padre de una niña de 11 años, vivía
modestamente en Montreuil, una ciudad de la banlieue al
este de la capital. Enamorado de Nosy Be, que había conocido en un viaje
anterior, llegó a la isla el 15 de septiembre, con el objetivo de quedarse seis
semanas. Alojado en un rudimentario bungalow del hotel Robinson, donde pagaba
16 euros por noche, soñaba con instalarse definitivamente en la isla.
Es lo que ya había hecho su compañero de copas y de
infortunio, Roberto Gianfalla, franco-italiano de 50 años y divorciado como él,
que había trabajado como cocinero en Annecy (Alpes) y se había mudado a Nosy Be
tiempo atrás. Ambos salían a pescar y se les podía ver juntos por los bares de
la población. Y ambos, en mala hora, conocieron a Zaïdou, un joven ratero
malgache especialista en timar a los turistas, con quien entablaron relación.
El relato de la tragedia empezó a escribirse el 27 de
septiembre. Ese viernes, Chaino, de ocho años, sobrino de Zaïdou, pasó la tarde
en la mezquita y después en el mercado, desde donde partió hacia su casa.
Adonde nunca llegó. Enfrentado a su familia, Zaïdou hizo –según parece–
comentarios equívocos sobre la desaparición del niño a sus parientes, hasta el
punto de que éstos sospecharon que él podía tener algo que ver y le denunciaron
a la Gendarmería. Detenido el miércoles 2 de octubre, fue posteriormente puesto
en libertad por falta de pruebas en su contra.
Los ánimos empezaron a calentarse ya en ese momento. Y
acabaron de prender cuando, hacia las once de la noche, el cadáver de Chaino
fue encontrado en una playa. El cuerpo del pobre niño estaba mutilado –le
faltaban los ojos, la lengua, los genitales...–, sin que, a falta de autopsia,
se haya podido determinar la causa de la muerte ni si tales mutilaciones fueron
debidas a una acción criminal o a las horas –al parecer, bastantes– que el
cuerpo permaneció sumergido en el mar.
La multitud, sin embargo, no sintió la más mínima sombra de
una duda. Sobre nada. Ni sobre el móvil –pederastia o tráfico de órganos, o
ambas cosas a la vez– ni sobre los culpables: el tío del chaval, naturalmente,
porque por algo lo habían detenido los gendarmes, y luego esos dos extranjeros
con los que tenía extraños tratos… ¿Acaso no vienen una parte de los turistas a
la isla en busca de sexo fácil y barato? Ser blanco y tener acento extranjero
se convirtió en indicio de culpabilidad.
Nosy Be es una isla conocida en el circuito del turismo
sexual internacional. Los turistas que la han frecuentado hablan de cómo puede
verse a occidentales de avanzada edad –generalmente franceses, de los que hay
unos 700 instalados de forma permanente en la isla, de 36.000 habitantes–
acompañados con jovencitas malgaches por la calle. Y no sólo jovencitas… El
portal de la oficina de turismo de la isla en internet incluye una seria
advertencia contra el turismo sexual con niños, donde se asegura que los
culpables serán perseguidos en el lugar del delito y también en sus países de
origen.
Cegada por la ira, la multitud empezó por asaltar y prender
fuego a las instalaciones de la Gendarmería. Los disturbios causaron dos
muertos, caídos por los disparos de los gendarmes. Acto seguido, los amotinados
partieron a la caza de los presuntos culpables del asesinato. Tenían ya nombres
y apellidos, así que encontrarles no fue muy difícil. Ajeno a lo que le
esperaba, Sébastien Judalet se encontraba en un bar de la localidad, el Taxi
be. Después fueron a por Gianfalla.
Los dos desgraciados fueron sometidos a un largo
interrogatorio por sus captores y a un simulacro de juicio, que –como no podía
ser de otra manera– acabó con una sentencia a la pena capital. Sus captores,
erigidos en jueces y verdugos, así como el centenar de curiosos que ejercieron
el papel de espectadores y cómplices, lo grabaron todo con sus móviles. Las
imágenes son espeluznantes. Pero no lo es menos la desesperada defensa del
francés.
Judalet y Gianfalla fueron conducidos a la playa de
Ambatoloaka, donde fueron salvajemente golpeados y quemados vivos. Doce horas
más tarde, los vengadores cazaron al tío del niño, Zaïdou, linchado en plena
calle. Una treintena de personas fueron detenidas en los días posteriores.
La justicia francesa, legalmente habilitada para actuar cuando
un francés es asesinado en el extranjero, abrió una investigación oficial sobre
la muerte de Judalet. Las indagaciones realizadas por la policía, que analizó
su ordenador personal y su actividad reciente en internet –mails, Facebook–,
así como los extractos de sus cuentas bancarias, y que interrogó a sus
parientes y amigos, descartan su implicación en los presuntos hechos delictivos
que le imputaban sus verdugos. “No se ha hallado ningún elemento que confirme
el rumor de pedofilia o de tráfico de órganos”, informó la fiscalía de Bobigny
(periferia de París). Una exculpación que llega demasiado
tarde.
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