domingo, 6 de octubre de 2013

El irresistible ascenso del FN

París, viernes 4 de octubre, 11.30h de la mañana. Una banda integrada por una quincena de individuos, armados con pistolas, hachas, mazas y gases lacrimógenes, asalta una relojería a escasos metros de la plaza Vendôme, uno de los centros mundiales del lujo, y se lleva un botín millonario. La policía logra detener a dos de los atracadores, dos menores de nacionalidad rumana y moldava... El cóctel es perfecto para la extrema derecha, cuyo discurso tradicional, que asocia delincuencia y extranjeros, cala con facilidad en las clases populares y en la baja clase media, principales víctimas de la inseguridad ciudadana,

El aumento de determinados delitos –los atracos han aumentado en Francia un 8,4% en el último año–, amplificado por el eco mediático de determinados sucesos, es uno de los factores que, a seis meses de las elecciones municipales, está alimentando el respaldo al renovado Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen, quien se ha colocado por primera vez en el tercer puesto de la lista de los políticos más populares.

La presidenta del FN, que combina con maestría un discurso social-nacionalista, populista y antieuropeísta, atrae a las víctimas de la crisis y el paro, a los descontentos, a los desengañados y a los nostálgicos. Y ha conseguido que su partido tenga hoy unas expectativas de voto en torno al 16%.

En algunas ciudades emblemáticas el respaldo a la extrema derecha podría alcanzar incluso el 25%. Es el caso de Marsella, cuya imagen se ha degradado enormente en los dos últimos años a causa de la fenomenal ola de violencia que enfrenta a las nuevas bandas de narcotraficantes.

En el Gobierno, hay quien cree ver emerger, con aprensión, un clima parecido al que precedió en abril de 2002 la inesperada y humillante derrota del entonces primer ministro socialista Lionel Jospin en las elecciones presidenciaes y el pase a la segunda vuelta del fundador y líder histórico del FN, Jean-Marie Le Pen. No hay día en que no aparezca en televisión un asalto a mano armada, un asesinato o un sangriento ajuste de cuentas con kaláshnikov. El mes pasado, un joyero de Niza que mató de un tiro a un atracador recibió el apoyo de 1,6 millones de personas en Facebook...

El hoy ministro del Interior, Manuel Valls, era el portavoz del Gobierno de Lionel Jospin en el 2002 y la lección le quedó marcada a fuego. La política de firmeza –tanto en materia de seguridad como de inmigración– que aplica desde su despacho de la plaza Beauvau, con la silenciosa aquiescencia del presidente francés, François Hollande, busca cortocircuitar la acusación de laxismo que la derecha y la extrema derecha cuelgan con regularidad a los socialistas como un sambenito.

Sus polémicas declaraciones sobre los roms –gitanos del Este de Europa, procedentes fundamentalmente de Rumanía y Bulgaria– se enmarcan en esta estrategia. “Yo soy el arma anti-FN”, dice de sí mismo Manuel Valls, que en las próximas semanas iniciará una gira por los feudos frentistas. A quienes, desde la izquierda o los ecologistas, le critican por su política de expulsiones –y por sus equívocas declaraciones– sobre los roms, el ministro del Interior les responde diciendo: “A fuerza de hacer el ángel, acabarán haciendo el juego a la bestia”.

Mirado de reojo, cuando no con abierta desconfianza, por determinados sectores del PS –con ministros como Arnaud Montebourg y Benoît Hamon–, sus aliados en el Gobierno –la verde Cécile Duflot– y los partidos a su izquierda –Jean-Luc Mélenchon y otros–, Manuel Valls obtiene cada vez más apoyos desde la derecha y ello explica que sea el político más popular de Francia. Por encima de Nicolas Sarkozy y, desde luego –lo que no es nada difícil–, de François Hollande.

La preocupación por el ascenso del Frente Nacional se ha extendido por el PS, que teme un amplio voto de castigo en las elecciones municipales –amplificado por el descontento causado por el aumento de los impuestos–, pero también por la derecha. La incapacidad de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), lastrada por sus divisiones internas, para ejercer eficazmente su papel de oposición está dando alas a Le Pen y ello puede pasarle una cara factura en las municipales: allí donde los candidatos frentistas pasen a la segunda vuelta forzando una batalla triangular –con los socialistas y los conservadores– la UMP tiene las de perder.

Este nerviosismo explica las sorprendentes declaraciones que realizó recientemente el ex primer ministro François Fillon –aspirante a candidato al Elíseo en el 2017– sobre los candidatos del FN. Hombre reputado como moderado, Fillon escandalizó a las almas centristas y democristianas de la UMP –de Alain Juppé a Jean-Pierre Raffarin– al equiparar a frentistas y socialistas, y sugerir que los conservadores podrían apoyar al FN en algunos casos. Un guiño lanzado al sector más derechista del electorado de la UMP, que es cada vez más amplio. Un reciente estudio realizado por la Fundación Jean Jaurès –en la órbita del PS– ha constatado que las opiniones políticas de la base electoral de la UMP están cada vez más próximas a las del FN, sobre todo en materia de inmigración y seguridad.

Mientras, Marine Le Pen trabaja con denuedo para convertir las elecciones municipales del próximo mes de marzo en el trampolín de la implantación territorial de su partido. Con más de 600 cabezas de lista ya investidos, la mayoría –unos 500– en poblaciones de más de 3.500 habitantes. el FN podría obtener centenares de concejales. 


¿Extrema derecha? No, gracias


Marine Le Pen, empeñada desde hace tiempo en un proceso de “normalización” del FN, no quiere que su partido siga siendo calificado de “extrema derecha”, un término que considera “peyorativo” y cuyo objetivo –dice– persigue perjudicar al Frente Nacional. En consecuencia, ha amenazado con denunciar ante los tribunales a los medios que lo utilicen.



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