París, viernes 4
de octubre, 11.30h de la mañana. Una banda integrada por una quincena de
individuos, armados con pistolas, hachas, mazas y gases lacrimógenes, asalta
una relojería a escasos metros de la plaza Vendôme, uno de los centros
mundiales del lujo, y se lleva un botín millonario. La policía logra detener a
dos de los atracadores, dos menores de nacionalidad rumana y moldava... El
cóctel es perfecto para la extrema derecha, cuyo discurso tradicional, que
asocia delincuencia y extranjeros, cala con facilidad en las clases populares y
en la baja clase media, principales víctimas de la inseguridad ciudadana,
El aumento de determinados delitos –los atracos han
aumentado en Francia un 8,4% en el último año–, amplificado por el eco
mediático de determinados sucesos, es uno de los factores que, a seis meses de
las elecciones municipales, está alimentando el respaldo al renovado Frente
Nacional (FN) de Marine Le Pen, quien se ha colocado por primera vez en el
tercer puesto de la lista de los políticos más populares.
La presidenta del FN, que combina con maestría un discurso
social-nacionalista, populista y antieuropeísta, atrae a las víctimas de la
crisis y el paro, a los descontentos, a los desengañados y a los nostálgicos. Y
ha conseguido que su partido tenga hoy unas expectativas de voto en torno al
16%.
En algunas ciudades emblemáticas el respaldo a la extrema
derecha podría alcanzar incluso el 25%. Es el caso de Marsella, cuya imagen se
ha degradado enormente en los dos últimos años a causa de la fenomenal ola de
violencia que enfrenta a las nuevas bandas de narcotraficantes.
En el Gobierno, hay quien cree ver emerger, con aprensión,
un clima parecido al que precedió en abril de 2002 la inesperada y humillante
derrota del entonces primer ministro socialista Lionel Jospin en las elecciones
presidenciaes y el pase a la segunda vuelta del fundador y líder histórico del
FN, Jean-Marie Le Pen. No hay día en que no aparezca en televisión un asalto a
mano armada, un asesinato o un sangriento ajuste de cuentas con kaláshnikov. El
mes pasado, un joyero de Niza que mató de un tiro a un atracador recibió el
apoyo de 1,6 millones de personas en Facebook...
El hoy ministro del Interior, Manuel Valls, era el portavoz
del Gobierno de Lionel Jospin en el 2002 y la lección le quedó marcada a fuego.
La política de firmeza –tanto en materia de seguridad como de inmigración– que
aplica desde su despacho de la plaza Beauvau, con la silenciosa aquiescencia
del presidente francés, François Hollande, busca cortocircuitar la acusación de
laxismo que la derecha y la extrema derecha cuelgan con regularidad a los
socialistas como un sambenito.
Sus polémicas declaraciones sobre los roms –gitanos del Este de Europa, procedentes
fundamentalmente de Rumanía y Bulgaria– se enmarcan en esta estrategia. “Yo soy
el arma anti-FN”, dice de sí mismo Manuel Valls, que en las próximas semanas
iniciará una gira por los feudos frentistas. A quienes, desde la izquierda o
los ecologistas, le critican por su política de expulsiones –y por sus
equívocas declaraciones– sobre los roms, el ministro del
Interior les responde diciendo: “A fuerza de hacer el ángel, acabarán haciendo
el juego a la bestia”.
Mirado de reojo, cuando no con abierta desconfianza, por
determinados sectores del PS –con ministros como Arnaud Montebourg y Benoît
Hamon–, sus aliados en el Gobierno –la verde Cécile Duflot– y los partidos a su
izquierda –Jean-Luc Mélenchon y otros–, Manuel Valls obtiene cada vez más
apoyos desde la derecha y ello explica que sea el político más popular de
Francia. Por encima de Nicolas Sarkozy y, desde luego –lo que no es nada
difícil–, de François Hollande.
La preocupación por el ascenso del Frente Nacional se ha
extendido por el PS, que teme un amplio voto de castigo en las elecciones
municipales –amplificado por el descontento causado por el aumento de los
impuestos–, pero también por la derecha. La incapacidad de la Unión por un
Movimiento Popular (UMP), lastrada por sus divisiones internas, para ejercer
eficazmente su papel de oposición está dando alas a Le Pen y ello puede pasarle
una cara factura en las municipales: allí donde los candidatos frentistas pasen
a la segunda vuelta forzando una batalla triangular –con los socialistas y los
conservadores– la UMP tiene las de perder.
Este nerviosismo explica las sorprendentes declaraciones que
realizó recientemente el ex primer ministro François Fillon –aspirante a
candidato al Elíseo en el 2017– sobre los candidatos del FN. Hombre reputado
como moderado, Fillon escandalizó a las almas centristas y democristianas de la
UMP –de Alain Juppé a Jean-Pierre Raffarin– al equiparar a frentistas y
socialistas, y sugerir que los conservadores podrían apoyar al FN en algunos
casos. Un guiño lanzado al sector más derechista del electorado de la UMP, que
es cada vez más amplio. Un reciente estudio realizado por la Fundación Jean
Jaurès –en la órbita del PS– ha constatado que las opiniones políticas de la
base electoral de la UMP están cada vez más próximas a las del FN, sobre todo
en materia de inmigración y seguridad.
Mientras, Marine Le Pen trabaja con denuedo para convertir
las elecciones municipales del próximo mes de marzo en el trampolín de la
implantación territorial de su partido. Con más de 600 cabezas de lista ya
investidos, la mayoría –unos 500– en poblaciones de más de 3.500 habitantes. el
FN podría obtener centenares de concejales.
¿Extrema derecha? No, gracias
Marine Le Pen, empeñada desde hace tiempo en un proceso de
“normalización” del FN, no quiere que su partido siga siendo calificado de
“extrema derecha”, un término que considera “peyorativo” y cuyo objetivo –dice–
persigue perjudicar al Frente Nacional. En consecuencia, ha amenazado con
denunciar ante los tribunales a los medios que lo utilicen.
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