Cambio de
tercio en la política penal en Francia. Un año y medio después de conquistar el
Elíseo, el presidente François Hollande se dispone a enterrar una de las
reformas más emblemáticas de su antecesor: la instauración de las denominadas
“penas base”, que establecía penas severas y prácticamente automáticas para los
delincuentes reincidentes. El proyecto de reforma penal aprobado ayer por el
Consejo de Ministros rompe totalmente con la lógica carcelaria de la etapa de
Nicolas Sarkozy y no sólo suprime este tipo de penas, sino que introduce una
nueva pena llamada “obligación penal” –equivalente a la probation estadounidense– como alternativa a la prisión
para todos los delitos castigados con hasta cinco años de cárcel.
Esta “obligación penal”, que persigue promover la
reinserción del delincuente y evitar su reincidencia, podrá tener diversas
modalidades. En función del delito, el condenado puede ser obligado a realizar
trabajos de interés general, reparar el perjuicio causado, seguir un cursillo o
un tratamiento, etc.
Al margen de las convicciones políticas, la medida tiene
también un objetivo práctico: aliviar la superpoblación de las cárceles, donde
este verano se alcanzó el récord de 68.569 presos para sólo 57.320 plazas.
Consciente de que una reforma de este tipo será forzosamente
polémica –la derecha ya ha empezado a lanzar contra los socialistas acusaciones
de “laxismo” y ha calificado de “locura” la nueva pena alternativa a la
prisión–, el Gobierno ha decidido retrasar la tramitación parlamentaria del
proyecto de ley al 8 de abril, una vez celebradas las elecciones municipales. El proyecto original de la ministra de Justicia, Christiane
Taubira, era algo más atrevido. Pero la férrea oposición del ministro del
Interior, Manuel Valls, a algunos aspectos, ha endurecido el texto
final.
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