En 1675, miles de
campesinos bretones se sublevaron violentamente contra la creación de nuevos
impuestos decidida por el rey Luis XIV –en particular, el impuesto sobre el
papel timbrado–, en lo que ha pasado a la Historia como La Revuelta
de los Gorros Rojos. Los bretones no empuñan hoy picos, espadas ni
fusiles, sino huevos y coles, ya no gritan torr-e-benn! (“¡rómpeles la cabeza!”), pero el pasado fin de semana volvieron a colocarse el
gorro rojo para protestar por el aumento de los impuestos decidido por el
Gobierno socialista, protagonizando violentos enfrentamientos con las fuerzas
de seguridad.
La chispa que ha encendido la mecha en una región duramente
castigada por el declive de su industria agroalimentaria ha sido la próxima
entrada en vigor de la ecotasa que gravará –a partir del próximo 1 de enero– el
transporte de mercancías en camión. Pero, más allá de sus implicaciones
locales, la protesta es un exponente del descontento y la exasperación
crecientes de los franceses por la política fiscal de François Hollande, de la
que es otra muestra la huelga convocada por los clubes de fútbol profesional de
primera y segunda división, para la jornada del 30 de noviembre y 1 de
diciembre, contra el impuesto de solidaridad, que grava con un tipo del 75%
todos los salarios percibidos por encima de un millón de euros anuales y que
deben pagar las empresas.
Aunque cada cual defiende intereses particulares, la
revuelta de los agricultores en Bretaña y la protesta del fútbol expresan un
descontento general, que atraviesa a toda la sociedad francesa. Los ciudadanos
tienen la sensación de que el Gobierno les masacra a impuestos con la avidez de
un vampiro. Los sondeos recogen este hartazgo, que está detrás de la bajísima
popularidad de Hollande –26% según el último sondeo de BVA, hecho público
ayer–, quien en tan sólo año y medio de mandato se ha convertido en el
presidente más aborrecido de toda la V República. En Facebook una nueva página
titulada La révolte fiscale c’est maintenant (“La
revuelta fiscal es para ahora”) –que parafrasea el lema de campaña de Hollande
en las presidenciales– ha conseguido en pocos días 6.000 seguidores. Su
emblema: los irredentos galos del poblado de Astérix y Obélix.
El origen de los problemas a los que se enfrenta hoy el
Gobierno francés radica en la decisión primigenia de Hollande de tratar de
colmatar el déficit público según lo reclamado por la Unión Europea –y aún sin
conseguirlo del todo, pues cerró el año pasado con un 4,8%– primando el aumento
de los impuestos por encima del recorte de los gastos. En el presupuesto del
2013, el primero de su mandato, la recaudación fiscal imputable a un aumento de
los impuestos o a la creación de nuevas tasas se elevó 20.000 millones de
euros, y en el del 2014 aumentará aún en 3.000 millones más. Y eso sin contar
–sin contarlo el Gobierno, porque se decidió ya hace un año y no es “nuevo”–
que el 1 de enero aumentarán los tipos del IVA: del 19,6% al 20% el normal y
del 7% al 10% el intermedio. La teoría decía que el esfuerzo debía recaer en
las capas más favorecidas de la sociedad. Pero la realidad es que le está
tocando a todo el mundo. Hasta tal punto que el propio presidente francés
prometió una “pausa fiscal”... ¡para el 2015!
El segundo problema, tanto o más grave que el anterior, es
el modo en que Hollande ha abordado la política fiscal. Lejos de su promesa de
campaña de plantear una amplia y profunda reforma fiscal, el presidente se ha
dedicado a hacer pequeños y continuos toques aquí y allá con el único fin de
cuadrar el presupuesto, con el mismo método –hecho de improvisación y medias
tintas– que le ha conducido al fracaso en el caso de la niña gitana Leonarda. Y
que el ensayista Jacques Attali, gurú de la izquierda socialdemócrata desde los
tiempos de François Mitterrand, muy crítico con Hollande, ha calificado
severamente de “bricolaje patético”.
Este sistema ha conducido al Ejecutivo a dar continuas
marchas atrás. El año pasado le sucedió con la reforma de las plusvalías
empresariales, retirada tras el motín de los empresarios de start-ups, los
llamados palomos, y este fin de semana, con la reforma
de la imposición de los productos de ahorro. Habrá que ver qué pasa con la
Bretaña.
Exilio al alza
Las cifras se van decantando poco a poco y con cierto
retraso, pero permiten observar una tendencia inquietante: en el año 2011, en
vísperas del triunfo electoral de François Hollande, el número de exiliados
fiscales se disparó al alza en un 62%. Así lo revelan los datos oficiales de la
Dirección General de las Finanzas Públicas a los que ha tenido acceso el
senador de la UMP Philippe Marini. Según estos datos, en el 2011 un total de
35.077 contribuyentes partieron al l extranjero, un número sensiblemente
superior al del año anterior, que fue de 21.646. Los números nada indican sobre
los motivos de la expatriación –fiscales o profesionales–, aunque Marini
sospecha que la perspectiva de victoria de la izquierda debió influir.
Paralelamente, otros datos recogidos por L’Express indican un sensible aumento de los residentes en el consulado de Ginebra, en
Suiza, de 121.320 en el 2010
a 131.594 en el 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario