Cuando se quiere
contentar a todo el mundo, uno se arriesga a provocar descontentos en todas
partes. Eso es exactamente lo que le ha pasado a François Hollande, cuyo arte
de la síntesis –esto es, del equilibrismo y las componendas–, largamente
ejercitado cuando estaba al frente del Partido Socialista francés, se ha
confirmado inapto para gobernar. El presidente francés intentó ayer salir del
atolladero en que le había situado el caso de Leonarda Dibrani, la niña rom de origen kosovar sin papeles expulsada de Francia
junto a su familia el pasado 9 de octubre cuando participaba en una excursión
escolar, por la vía de en medio. Y quedó, si cabe, aún más atascado.
Hollande quiso reforzar la posición de su ministro del
Interior, Manuel Valls –defensor de una línea de firmeza en materia de control
de la inmigración–, y a la vez aplacar las voces que desde su partido y de toda
la izquierda, así como del movimiento estudiantil, reclamaban una
rectificación. De modo que, como Salomón, ofreció una solución a medias:
Leonarda podrá regresar a Francia a proseguir sus estudios si así lo desea,
pero no su familia. Ni sus padres, ni tampoco sus hermanos, que también estaban
escolarizados en el país. El presidente francés creía haber encontrado la
fórmula mágica, pero la pócima le explotó en la cara.
Hollande se dirigió ayer a los franceses a través de un
mensaje grabado en televisión, un recurso excepcional que da la medida de la
importancia que el jefe del Estado daba al problema. El presidente, con el
informe de la Inspección General de la Policía en la mano, empezó justificando
la correción legal del proceso de expulsión de Leonarda y su familia, y defendió
la necesidad de aplicar la ley sin excepciones. Sin embargo, admitió que hubo
una “falta de discernimiento” por parte de la policía al ir a detener a la
muchacha durante una excursión escolar, razón por la cual anunció que la
reglamentación prohibirá a partir de ahora detener a ningún escolar expulsable
en la escuela o en el marco de cualquier actividad escolar. Y, a modo de
compensación moral, ofreció a Leonarda la posibilidad de regresar a Francia en
toda legalidad. “Ella sola”, precisó.
Hollande no podía ofrecer el retorno a toda la familia,
porque en tal caso habría desautorizado gravemente a su ministro del Interior,
Manuel Valls, que según algunas fuentes habría amenazado en tal caso con su
dimisión. Pero al quedarse a mitad de camino obtuvo un rechazo frontal y
críticas severísimas de todos aquellos a los que pretendía satisfacer.
De entrada, la propia Leonarda y su padre, Resat Dibani,
rechazaron abruptamente la posibilidad de que la niña, de 15 años, regrese sola
a Francia. Algo que haría cualquier familia, pero que el Elíseo no parece haber
tenido en cuenta. Entrevistada en directo por las televisiones francesas desde
Mitrovica (Kosovo), la muchacha se mostró decepcionada e irritada, y juzgó que
el presidente francés “no tiene corazón”.
No fue la única. Las organizaciones de defensa de los
simpapeles, el sindicato de estudiantes de secundaria Fidl, la Red de
Enseñantes sin Fronteras, La Voz de los Roms... consideraron la idea
“inaceptable”, “grotesca” e “indecente”. El Partido de la Izquierda llegó a calificarla
de “abyecta” y el PS, a través de su secretario general, Harlem Désir, aunque
cauto en sus juicios, pidió que la niña pueda volver con su madre y sus
hermanos. Ello no le evitó, sin embargo, a Hollande las críticas de la derecha
(UMP) y la extrema derecha (FN) por su “indecisión” y “debilidad”.
Dos tercios de los franceses –el 65%– están en contra del
retorno de Leonarda y su familia a Francia, según ha revelado un sondeo de BVA
publicado ayer por Le Parisien. Lo cierto es que su perfil
no despierta muchas simpatías. El informe oficial pone de manifiesto, entre
otros problemas, las constantes mentiras del padre y la ausencia de una “real
voluntad de integración” de su parte, así como el elevado absentismo escolar de
Leonarda, que habría faltado 21 días a clase desde el inicio de este curso.
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