A fuerza de
evocarla, la violencia política ha vuelto a aparecer y a ensangrentar las
calles de Francia. Un joven estudiante de 19 años, militante de la organización
de extrema izquierda Acción Antifascista, Clément Méric, murió ayer a
consecuencia de la violenta agresión que sufrió la tarde del miércoles en París
a manos de un grupo de cabezas rapadas vinculados a un grupúsculo de extrema
derecha, Tercera Vía, cuyo brazo armado –las Juventudes Nacionalistas
Revolucionarias (JNR)– es conocido por sus acciones violentas. La policía
detuvo ayer mismo a siete personas de entre 20 y 30 años, entre los cuales
parece estar el presunto autor del golpe fatal que acabó con la vida de la
víctima.
Aunque todo indica que la agresión fue impremeditada –se
produjo en el transcurso de una pelea entre dos grupos de jóvenes de ideología
contrapuesta que se encontraron aparentemente por casualidad– y que a priori no
hubo intención de matar –la víctima se dio el golpe mortal al ser proyectado al
suelo y caer sobre un pilón de hierro–, el trágico suceso ha sido interpretado
por la mayor parte de la clase política como la consecuencia inevitable de la
extrema radicalización del debate político que se ha producido en Francia en
los últimos meses a propósito de la ley del matrimonio homosexual y de la creciente
actividad de los grupos de extrema derecha, que alentados por una inusitada
violencia verbal han protagonizado asimismo numerosos incidentes violentos.
La muerte del joven Clément Méric causó estupor y una gran
conmoción. Especialmente entre la clase política –fundamentalmente en la
izquierda–, pero también en el mundo académico. La víctima, que militaba
asimismo en un sindicato estudiantil, era un estudiante brillante, hijo de dos
profesores universitarios de Brest (Bretaña) y acababa de empezar su primer año
en Sciences Po, cuna de las élites políticas francesas. Sus amigos le califican
como un muchacho serio, tranquilo y poco amigo de altercados.
El altercado, sin embargo, le encontró a él la tarde del
miércoles cuando, con otros dos amigos, se acercó a una venta privada de una
marca de ropa en un apartamento cercano a la Gare de Saint-Lazare, donde
coincidieron con un grupo de tres cabezas rapadas. Tras un primer intercambio
de insultos, ambos grupos bajaron a la calle y acabaron a puñetazos. Uno de los
golpes, propinado según algunos testigos con un puño americano, hizo caer al
joven Clément sobre uno de los pilones de hierro de la acera, donde se golpeó
la cabeza.
Varios de los detenidos por la policía tienen alguna
vinculación con el grupo de ultraderecha JNR, aunque el fundador de la
organización, Serge Ayoub, alias Batskin, negó toda
implicación de su grupo como tal en el suceso y atribuyó a los jóvenes
antifascistas haber empezado las hostilidades. La presidenta del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen,
condenó asimismo la muerte del joven y rechazó que su partido tenga ninguna
responsabilidad, ni siquiera indirecta, con lo sucedido.
Miles de personas se concentraron a lo largo del día en
señal de duelo y de protesta en diversos lugares de París, a convocatoria de
los estudiantes de Sciences Po, los sindicatos y partidos de izquierda, y
también de algunos dirigentes de la derecha, como la candidata de la UMP a la
alcaldía de París. Nathalie Kosciusko-Morizet. Unos jovenes depositaron flores
en el lugar donde cayó Clément Méric. En el suelo, alguien pintó “No pasarán”,
en español.
La tensión era palpable y algunos militantes de izquierdas
acosaron a periodistas de algunos canales de televisión –a quienes acusan de
dar cancha a los radicales de ultraderecha– y abuchearon a Kosciusko-Morizet,
paradójicamente hostigada también por la extrema derecha y el ala más
derechista de su partido por su abstención en la votación de la ley del
matrimonio homosexual.
El presidente francés, François Hollande, condenó desde
Tokio –donde realizaba una visita de Estado– lo que calificó de “ac-to odioso”
y avanzó que su Gobierno actuará contra los grupos de ultraderecha que tratan
de desestabilizar la vida democrática. Su primer ministro, Jean-Marc Ayrault,
prometió en el Parlamento “despedazar” estos grupos. Sin embargo, ni uno ni
otro, ni siquiera el ministro del Interior, Manuel Valls, se atrevió a
comprometerse explícitamente en la adopción de medidas radicales como la
ilegalización o la disolución de los grupos violentos.
El Partido Socialista y el Frente de Izquierda reclamaron la
prohibición, y hasta el presidente interino de la UMP, Jean-François Copé, se
apuntó a la idea, eso sí, extendiendo la iniciativa a los grupos de extrema
izquierda que abonen asimismo la violencia. Sin embargo, legalmente no es tan
fácil. El Ministerio del Interior ya se planteó ilegalizar a uno de los grupos
más radicales del movimiento contra las bodas gais, Primavera Francesa, que
promovía acciones de protesta bordeando la ilegalidad, pero se vio forzado
finalmente a desistir.
En todo caso, por detrás de la común condena de la agresión,
la izquierda y la derecha se lanzaron los trastos a la cabeza. La izquierda
acusó directamente a la UMP de haber atizado el actual clima de crispación con
actitudes extremistas en su protesta contras las bodas gais. Copé censuró a su
vez a quienes buscan utilizar políticamente el suceso.
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