viernes, 7 de junio de 2013

Los ultras ensangrientan París

A fuerza de evocarla, la violencia política ha vuelto a aparecer y a ensangrentar las calles de Francia. Un joven estudiante de 19 años, militante de la organización de extrema izquierda Acción Antifascista, Clément Méric, murió ayer a consecuencia de la violenta agresión que sufrió la tarde del miércoles en París a manos de un grupo de cabezas rapadas vinculados a un grupúsculo de extrema derecha, Tercera Vía, cuyo brazo armado –las Juventudes Nacionalistas Revolucionarias (JNR)– es conocido por sus acciones violentas. La policía detuvo ayer mismo a siete personas de entre 20 y 30 años, entre los cuales parece estar el presunto autor del golpe fatal que acabó con la vida de la víctima.

Aunque todo indica que la agresión fue impremeditada –se produjo en el transcurso de una pelea entre dos grupos de jóvenes de ideología contrapuesta que se encontraron aparentemente por casualidad– y que a priori no hubo intención de matar –la víctima se dio el golpe mortal al ser proyectado al suelo y caer sobre un pilón de hierro–, el trágico suceso ha sido interpretado por la mayor parte de la clase política como la consecuencia inevitable de la extrema radicalización del debate político que se ha producido en Francia en los últimos meses a propósito de la ley del matrimonio homosexual y de la creciente actividad de los grupos de extrema derecha, que alentados por una inusitada violencia verbal han protagonizado asimismo numerosos incidentes violentos.

La muerte del joven Clément Méric causó estupor y una gran conmoción. Especialmente entre la clase política –fundamentalmente en la izquierda–, pero también en el mundo académico. La víctima, que militaba asimismo en un sindicato estudiantil, era un estudiante brillante, hijo de dos profesores universitarios de Brest (Bretaña) y acababa de empezar su primer año en Sciences Po, cuna de las élites políticas francesas. Sus amigos le califican como un muchacho serio, tranquilo y poco amigo de altercados.

El altercado, sin embargo, le encontró a él la tarde del miércoles cuando, con otros dos amigos, se acercó a una venta privada de una marca de ropa en un apartamento cercano a la Gare de Saint-Lazare, donde coincidieron con un grupo de tres cabezas rapadas. Tras un primer intercambio de insultos, ambos grupos bajaron a la calle y acabaron a puñetazos. Uno de los golpes, propinado según algunos testigos con un puño americano, hizo caer al joven Clément sobre uno de los pilones de hierro de la acera, donde se golpeó la cabeza.

Varios de los detenidos por la policía tienen alguna vinculación con el grupo de ultraderecha JNR, aunque el fundador de la organización, Serge Ayoub, alias Batskin, negó toda implicación de su grupo como tal en el suceso y atribuyó a los jóvenes antifascistas haber empezado las hostilidades. La presidenta del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, condenó asimismo la muerte del joven y rechazó que su partido tenga ninguna responsabilidad, ni siquiera indirecta, con lo sucedido.

Miles de personas se concentraron a lo largo del día en señal de duelo y de protesta en diversos lugares de París, a convocatoria de los estudiantes de Sciences Po, los sindicatos y partidos de izquierda, y también de algunos dirigentes de la derecha, como la candidata de la UMP a la alcaldía de París. Nathalie Kosciusko-Morizet. Unos jovenes depositaron flores en el lugar donde cayó Clément Méric. En el suelo, alguien pintó “No pasarán”, en español.

La tensión era palpable y algunos militantes de izquierdas acosaron a periodistas de algunos canales de televisión –a quienes acusan de dar cancha a los radicales de ultraderecha– y abuchearon a Kosciusko-Morizet, paradójicamente hostigada también por la extrema derecha y el ala más derechista de su partido por su abstención en la votación de la ley del matrimonio homosexual.

El presidente francés, François Hollande, condenó desde Tokio –donde realizaba una visita de Estado– lo que calificó de “ac-to odioso” y avanzó que su Gobierno actuará contra los grupos de ultraderecha que tratan de desestabilizar la vida democrática. Su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, prometió en el Parlamento “despedazar” estos grupos. Sin embargo, ni uno ni otro, ni siquiera el ministro del Interior, Manuel Valls, se atrevió a comprometerse explícitamente en la adopción de medidas radicales como la ilegalización o la disolución de los grupos violentos.

El Partido Socialista y el Frente de Izquierda reclamaron la prohibición, y hasta el presidente interino de la UMP, Jean-François Copé, se apuntó a la idea, eso sí, extendiendo la iniciativa a los grupos de extrema izquierda que abonen asimismo la violencia. Sin embargo, legalmente no es tan fácil. El Ministerio del Interior ya se planteó ilegalizar a uno de los grupos más radicales del movimiento contra las bodas gais, Primavera Francesa, que promovía acciones de protesta bordeando la ilegalidad, pero se vio forzado finalmente a desistir.

En todo caso, por detrás de la común condena de la agresión, la izquierda y la derecha se lanzaron los trastos a la cabeza. La izquierda acusó directamente a la UMP de haber atizado el actual clima de crispación con actitudes extremistas en su protesta contras las bodas gais. Copé censuró a su vez a quienes buscan utilizar políticamente el suceso.



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