Cuando
en 1997 la célebre librería parisina Le Divan –adquirida por la
editorial Gallimard a mediados de los sesenta– decidió mudarse en busca de más
espacio y cedió su local de la rue de l'Abbaye, frente a la iglesia de
Saint-Germain-des-Prés, a una selecta tienda de Dior, muchos vieron en ello un
mal presagio. Las viejas librerías parecían amenazadas de un ineludible
desahucio por las pujantes y poderosas marcas de moda y lujo, las únicas
aparentemente capaces de pagar los elevados alquileres de los barrios más
encopetados de París. Y sin embargo… quince años más tarde, en mayo del 2012,
Dior abandonó su privilegiado emplazamiento y una nueva librería –La Hune,
propiedad de Flammarion, que se trasladó desde su antigua sede del cercano
boulevard Saint-Germain– ocupó su lugar. Todo un símbolo de la capacidad de
resistencia de un sector que en Francia sobrevive apadrinado por el Estado.
Por mucho que les guste a los franceses –que les gusta, y
mucho– alardear de la “excepción francesa” en todos los terrenos, especialmente
el cultural, lo cierto es que París, como cualquier otra gran ciudad del mundo,
sufre la misma presión que las demás con la implantación de las grandes
franquicias multinacionales y la amenaza de pérdida de establecimientos
comerciales históricos y emblemáticos. La evolución de los Campos Elíseos,
donde las grandes enseñas de marcas de ropa van ganando terreno y banalizando
su imagen, es un claro exponente de este proceso.
Frente a esto, los ayuntamientos tienen pocos recursos. La
ley les permite delimitar áreas de protección para garantizar la
diversificación comercial y les otorga el derecho de tanteo y retracto, para
evitar determinados traspasos. Sin embargo, la complejidad del proceso hace que
se utilice poco. El reciente cierre de un tradicional local de la plaza del
Tertre, en Montmartre, Au Pichet du Tertre, y su
probable sustitución por una cafetería Starbucks, que levantó una protesta en
el barrio, muestra los límites de esta protección.
Las librerías tradicionales, que en París constituyen
elementos centrales del paisaje urbano, están especialmente expuestas. Sin
embargo, las diversas líneas de ayuda que canaliza el Estado para salvaguardar
un sector considerado estratégico ha hecho que muchas de ellas se hayan
salvado.
Con una red de más de 2.500 establecimientos, que dan empleo
a entre 13.000 y 14.000 personas, las librerías independientes se mantienen en
Francia como la columna vertebral del sector editorial. El 41% de las ventas de
libros –un total de 450,6 millones de ejemplares en el 2011– sigue pasando por
sus manos y los libreros de barrio –algunos, reconvertidos incluso en estrellas
televisivas– siguen siendo una institución sólidamente arraigada y algunos
éxitos editoriales son directamente atribuibles a su labor. Si las librerías
han resistido y siguen resistiendo pese a las dificultades, es gracias en gran
medida a la ayuda pública y a un marco legal –como la ley del precio único del
libro, aprobada en 1981 a
iniciativa del entonces ministro de Cultura, Jack Lang– que limita la
competencia de las grandes enseñas y superficies comerciales.
Ninguna de las ayudas y subvenciones previstas para las
librerías, por tomar el sector emblemático más protegido, va dirigida
directamente a garantizar su emplazamiento histórico, sino al mantenimiento de
la actividad. Pero esto parece haber bastado hasta hoy para salvar muchas de
ellas.
El Estado francés, a través del Centro Nacional del Libro,
ofrece a los libreros varias líneas de ayuda, empezando por préstamos sin
interés para abrir, relanzar o retomar una librería independiente, y
subvenciones directas adicionales con el fin de constituir o reconstituir un
stock de libros. También hay ayudas para crear sitios web colectivos,
catálogos, etc.
La situación actual, sin embargo, caracterizada por una
mayor competencia de las grandes cadenas comerciales –tipo FNAC– y de la venta
de libros a través de internet –fundamentalmente de la multinacional Amazon,
acusada por el Sindicato de Librerías de “competencia desleal” por acumular el
máximo descuento legal del 5% con la gratuidad de los gastos de envío–, ha
conducido al Gobierno a preparar una suerte de plan Marshal para las librerías. La ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, fue
la encargada de anunciar la buena nueva durante la celebración de los segundos
Encuentros Nacionales de la Librería, los pasados 2 y 3 de junio en Burdeos,
con la participación de 750 profesionales del sector.
Una primera parte del plan ya había sido desvelada durante
el Salón del Libro, el pasado mes de marzo, y el resto se acabó de presentar en
Burdeos. Básicamente, las medidas consisten en la creación de un fondo especial
de ayuda a la tesorería de las librerías –con préstamos sin interés– dotado con
cinco millones de euros, y de un fondo de ayuda a la transmisión (cuatro
millones más), además de un aumento de otros dos millones de las ayudas del
Centro Nacional del Libro. Los editores aportarán a su vez siete millones para
un fondo complementario. A otro nivel, el Ministerio nombrará un Mediador para velar
por el cumplimiento de las normas que regulan el sector –especialmente en
internet– y se plantea adoptar nuevas medidas legislativas contra el “dumping”
de las grandes multinacionales.
Vivir, morir, nacer
Algunas librerías, por su
historia e influencia, han acabado convirtiéndose en una referencia, en un
icono.
LA HUNE. Instalada inicialmente en el
bulevard Saint-Germain, entre los célebres cafés Flore y Les Deux Magots, esta
librería-galería fue lugar de cita predilecto de los surrealistas. Hoy ha
rescatado el local de Dior en la rue de l’Abbaye.
DEL DUCA. Reverso de la moneda de La Hune,
la librería fundada por Cino del Duca en 1952 en al bulevard de los Italianos,
cerró e pasado noviembre debido a sus dificultades económicas.
LA GRIFFE NOIRE. Abierta en Saint-Maur-des-Fossés
(al sudeste de París) en 1987, uno de sus fundadores, Gérad Collard, fue el
primer librero en aparecer regularmente en televisión para dar consejos
avisados sobre las novedades editoriales.
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