"Yo formo parte del paisaje político"
Como una roca firme en
medio del temporal. Así es Segolène Royal. Cien veces caerá a tierra y
cien veces se levantará, desafiando al derrotismo y a la autoconmiseración. A
sus 59 años, juvenil y radiante como nunca –algo que las mujeres se atreven a
decirle en la cara y los hombres callan por pudor–, la malograda candidata
socialista al Elíseo en el 2007 vuelve a estar en pie, dispuesta a ocupar un
lugar visible en la escena y demostrar su libertad de espíritu. “Yo formo parte
del paisaje político”, afirma, desmintiendo –y retando a la vez– a aquellos que
han pretendido enterrarla.
Ségolène Royal ha sobrevivido a todo: a la derrota frente a
Nicolas Sarkozy y a la ruptura de la pareja que formaba con François Hollande
en el 2007, a
su fraudulento descabalgamiento en la lucha por la jefatura del Partido
Socialista en el 2008, a
su fracaso en las primarias del PS en el 2011, a su humillante
descalabro –con tuit de su rival sentimental de propina– en las elecciones
legislativas del 2012... “La vida enseña que un fracaso es la apertura de otra
posibilidad”, dice. Y se dice.
Ségolène Royal ha querido explicar y transmitir en un libro
–Cette belle idée du courage ("Esta bella idea del coraje")– las fuentes que han
inspirado su determinación y combatividad legendarias, de Nelson Mandela a
Stéphane Hessel, de Juana de Arco a Franklin D. Roosevelt. La promoción del
libro la está llevando estas semanas por los platós de televisión y de radio, y
fue el objeto de un reciente almuerzo con un grupo de corresponsales europeos.
Elegante y sobria, guapa y delgada –apenas prueba el vino y rechaza el postre–,
parece de nuevo dispuesta al combate.
“La campaña (del 2012) fue dura, muy dura”, rememora un año
después, aparentemente rehecha. “Yo ya veía que no era el momento, pero no
tenía derecho a abandonar el campo de batalla –argumenta–, no podía dejar que
me presentaran como un accidente de la historia, no podía permitir que me
utilizaran como ejemplo para decirles a las mujeres, a las chicas: ‘quédate en
tu lugar, ya ves lo que pasa si no lo haces”.
Rebelde e independiente, Ségolène Royal no lo ha hecho
nunca, lo de quedarse en el supuesto lugar que tenía asignado, empezando por el
papel de ama de casa biencasada que le tenía reservado su padre militar. En su
lugar, y a fuerza de tesón, construyó una sólida carrera política que a punto
estuvo de llevarla a las puertas del Elíseo. “Lo que he vivido entre el 2007 y
el 2012 ha
sido enorme..., pero rechazo situarme de nuevo en esa lógica. No guardo rencor,
ni lamento nada, pero he tomado mucha distancia”, explica. Sin alejarse por
ello de la política: “Estoy en otra dimensión. No reclamo nada. No necesito a
nadie, no dependo de nadie –sostiene–. Yo observo y conservo mi libertad de
palabra”.
Observa, enjuicia y habla. Desde su doble atalaya de la
presidencia de la región Poitou-Charentes y la vicepresidencia del nuevo Banco
Público de Inversiones (BPI) –donde ya ha censurado los sueldos de los
directivos y el lujo de ciertos despachos–, Royal no se abstiene de criticar la
acción del Gobierno y del hoy presidente y padre de sus cuatro hijos. Así sea
por la forma de gobernar –“Hay que plantear un horizonte y las etapas para
alcanzarlo”–, la estrategia de la tensión con Alemania –“No hay que fragilizar
esta relación”– o el modo de abordar la aprobación de matrimonio homosexual
–“Es mejor conducir los espíritus poco a poco”–.
“A menudo hay un problema de método. Este es un país
demasiado centralizado, se hacen las cosas de arriba a abajo”, constata. Y
advierte a sus compañeros de filas: “Si la gente no es protagonista del cambio,
refunfuñará”.
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