Nunca, desde la posguerra, ningún Gobierno
francés había decidido un ajuste fiscal tan acusado como el previsto en el
presupuesto del 2013 por el presidente François Hollande, determinado a situar
el año que viene el déficit público en el sacrosanto umbral del 3% y alcanzar
el equilibrio en el 2017, al final de su mandato. El rigor a la francesa tiene,
sin embargo, poco que ver con las estrictas recetas de austeridad dictadas
desde Berlín, Frankfurt y Bruselas. A diferencia de sus socios, Hollande centra
más el ajuste en el aumento de los impuestos que en el recorte del gasto
público.
El ajuste previsto en el presupuesto del 2013, actualmente
en discusión en la Asamblea Nacional, suma 30.000 millones de euros, de los
cuales 20.000 millones corresponden al incremento de la presión fiscal –que
alcanza a todo el mundo, pero fundamentalmente a las familias de rentas altas y
a las grandes empresas– y 10.000 millones a la reducción del gasto. El atornillamiento fiscal es aún más notable si se tiene en cuenta que en la
revisión del presupuesto del 2012, aprobada en verano, nada más tomar posesión
el nuevo Gobierno, se incluyó ya un aumento de impuestos del orden de 7.000
millones.
La derecha y la patronal han criticado severamente esta
apuesta, que a su juicio inhibirá la inversión empresarial y ahogará toda
posibilidad de relanzar la actividad económica, ya de por sí maltrecha. Las
últimas previsiones del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos
(Insee) vaticinan que el ejercicio del 2012 arrojará un estancamiento absoluto
de la economía –con un crecimiento del 0% del PIB–, mientras que muy pocos son
los expertos que creen posible alcanzar en el 2013 el objetivo del Gobierno de
crecer un 0,8%.
La corriente dominante, esencialmente liberal, considera que
la única vía razonable, la única que funciona a largo plazo, es la reducción
del gasto. El economista y ensayista Nicolas Baverez es, pues, muy crítico: “La
apuesta económica de Hollande está perdida de antemano”, considera. A su
juicio, “el choque fiscal de 20.000 millones de euros dará la puntilla a una
economía que está estancada desde la primavera de 2011” , mientras que el
aumento de la competitividad y la reducción del gasto “tienen un efecto
recesivo menor que el aumento de impuestos”.
No es el único en pensar así. Para el director de
investigación del banco de inversiones Natixis –del grupo BPCE (Banques
Populaires y Caisses d’Epargne)–, Patrick Artus, el Gobierno francés comete un
“grave error” al primar el aumento de los impuestos sobre la reducción del
gasto. “Los ejemplos extranjeros y los estudios académicos muestran que esto
tiene un coste mucho más elevado en crecimiento y empleo”, afirma. Y vaticina
que los 20.000 millones extras de presión fiscal costarán un 1,5% del PIB y
abocarán al país a una recesión del –0,5% el año que viene.
Otras voces son, sin embargo, mucho más matizadas, cuando no
contradictorias. La presidenta del Consejo de Análisis Económico, Agnès
Bénassy-Quéré, admite que a largo plazo lo verdaderamente eficaz es reducir el gasto.
“Pero a corto plazo, cuando la coyuntura es mala –declaró a Challenge’s–, el efecto inmediato de los recortes es más
recesivo que una subida de los impuestos”.
Un reciente estudio elaborado por los economistas Nicoletta
Batini, Giovanni Callegari y Giovanni Melina para el Fondo Monetario
Internacional (FMI) constata que una consolidación fiscal radical en un periodo
de recesión “parece agravar los costes del ajuste fiscal en términos de pérdida
de producción”, mientras que “un ajuste fiscal gradual, con una equilibrada
composición de reducción del gasto y de aumento de impuestos refuerza las
posibilidades de que la consolidación sea un éxito (y rápidamente)”. El
resultado: dentro de un año.
El ministro Montebourg promueve el ‘Made in France’
Vestido con una marinera de la marca bretona Armor-Lux,
luciendo un reloj Michel Herbelin y sosteniendo en sus manos un robot doméstico
Moulinex, el ministro francés de Regeneración Industrial, Arnaud Montebourg,
sorprendió el viernes a propios y extraños promoviendo de esta guisa el ‘Made
in France’ en la portada del Magazine de Le
Parisien. “Hemos de poner en concordancia los dos lóbulos de nuestro
cerebro, el del ciudadano y el del consumidor”, dijo el ministro, que llamó a
“comprar francés”. Poco habituados a ver a sus ministos convertidos en
hombre-anuncio, los franceses acogieron la iniciativa entre sonrisas y
sarcasmos. Al ser preguntada por lo que le parecía la foto, la presidenta de la
patronal Medef, Laurance Parisot, contestó: “Muy sexy, si se puede decir...”.
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