Sólo 265.000 militantes
de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), la gran formación de la derecha
francesa, tendrán derecho a votar el próximo 18 de noviembre por la persona que
sucederá al carismático Nicolas Sarkozy en la presidencia del partido. Pero
anoche, en un ejercicio inédito, los dos principales aspirantes a asumir el
liderazgo de la derecha, François Fillon y Jean-François Copé, se dirigieron a
la totalidad de los franceses en un debate televisivo en directo. El evento
recordó los debates de las primarias socialistas del 2011, salvo que en ese
caso se trataba de elegir al candidato al Elíseo y no al jefe de partido. Y que
la votación era abierta, y no cerrada.
Apuesta arriesgada y de una utilidad inmediata difícil de
calibrar, el debate de anoche –que algunas fuentes atribuyen originalmente a
una bravuconería– no se entiende sino como la antesala de la batalla por la
futura nominación del candidato al Elíseo en las elecciones presidenciales del
2017. Cuando llegue el momento, quien controle el partido –como Sarkozy en el
2007– tendrá una gran parte del camino hecho.
Los dos aspirantes, que aparecieron durante dos horas
–primero por separado y luego juntos– en el programa Palabras y
actos de France 2, pactaron al milímetro el desarrollo del debate,
con el fin de reducir al mínimo el riesgo de un encontronazo. “El primero que
dispare está muerto”, comentaba antes de la emisión el colaborador de uno de
los contendientes, consciente de que los militantes no perdonarán al que desate
una guerra fratricida.
François Fillon –que abrió el debate por sorteo– y
Jean-François Copé eludieron en todo momento interpelarse directamente y se
negaron a seguir a los periodistas cada vez que éstos les empujaron a valorar
al adversario o subrayar sus diferencias. A falta de grandes divergencias
ideológicas en el fondo, cada cual se empeñó en marcar claramente su perfil y
su temperamento. Ambos rechazaron por igual, por ejemplo, la legalización del
matrimonio entre homosexuales. Aunque con un matiz: en caso de estar en situación
de hacerlo, Fillon acataría la ley llegado el caso y oficiaría la ceremonia,
mientras que Copé se negaría a hacerlo.
El ex primer ministro, en tono mesurado, se presentó como un
hombre de “experiencia” de gobierno tras cinco años en Matignon junto a Sarkozy,
capacitado para afrontar la crisis y “reagrupar a todos los franceses”, en un
espíritu de unión nacional, para llevar adelante un proyecto de “regeneración
de Francia”. Su palabra clave fue “esperanza”.
El secretario general de la UMP privilegió en cambio una
imagen de combatividad. Presentándose como heraldo de la “resistencia” frente
al poder socialista, defendió una “derecha desacomplejada”, poco amante del
“agua tibia” e inclinada a hablar sin paños calientes. “¿Es que hay que ser
siempre forzosamente agradable?”, se preguntó, miemtras apostillaba algunas
afirmaciones de su rival con el latiguillo “Yo iría un poco más lejos”....
El único episodio parecido a un amago de roce fue cuando
Fillon se desmarcó de las denuncias de Copé sobre la existencia de un “racismo
anti-blanco” en las banlieues. “Yo no lo hubiera dicho
así”, dijo el exprimer ministro. A lo que su oponente respondió: “¿Dónde está
el drama de hablar de racismo anti-blanco?”. El intercambio no pasó de ahí.
Fiel a una estrategia rodada, Copé se presenta como el
heredero político de Sarkozy –de quien no hace tanto tiempo fue un adversario
declarado–, adoptando un discurso radical en línea con el mantenido en los
últimos tiempos por el expresidente francés. Copé no duda en hacer tremendismo
al hablar del islam, denunciando por ejemplo la presunta agresión sufrida por
un escolar que comía un pain au chocolat por no respetar
el Ramadán...
Copé se dirige esencialmente a los militantes de la UMP, que
son quienes tienen la llave de la elección. Los sondeos dan repetidamente como
favorito a su adversario: en uno de los más recientes, de Harris Interactive,
Fillon aventaja claramente al secretario general de la UMP por casi cincuenta
puntos –71% a 23%– entre el electorado de la derecha. Pero, como advierte Copé,
no serán los simpatizantes sino los militantes los que van a votar.
Pero no se trata sólo de los sondeos. La hazaña de Fillon al
conseguir más padrinazgos de militantes para presentar su candidatura –45.000
frente a 30.000 de Copé– demuestra que hay una gran división de opiniones en el
seno mismo del partido, lo que hace presagiar un elevado grado de
participación. En sus diez años de existencia, la UMP nunca ha vivido un
proceso así. En el 2002, el año de su fundación, el ex primer ministro Alain
Juppé fue elegido con el 80% de los votos y Nicolas Sarkozy, en el 2004, por el
85%. Esta vez, las fuerzas están mucho más igualadas.
Con el fin de acabar de seducir a los sarkozistas –y al
propio líder, hoy temporalmente retirado–, Copé volvió a prometer dejarle el
camino libre si en el 2017 quiere intentar tomarse la revancha contra François
Hollande. Algo que Fillon acepta a regañadientes: “Yo apoyaré a quien tenga más
posibilidades de ganar”, dijo anoche, admitiendo incluso un eventual apoyo a
Copé y exigiéndole la misma reciprocidad. “Cero problema”, contestó éste.
En favor del secretario general de la UMP se han alineado
alguno de los más estrechos colaboradores y amigos de Sarkozy, como Brice
Hortefeux, Patrick Balkany, Roger Karoutchi o Nadine Morano. Pero no todos: el
exministro del Interior y ex mano derecha del presidente, Claude Guéant, o
Christian Estrosi, han preferido apoyar a Fillon.
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