Dado por muerto
y acabado, Nicolas Sarkozy es un cadáver político cada vez con mejor color.
Cinco meses después de su derrota frente a François Hollande en las elecciones
al Elíseo, la figura del ex presidente francés, objeto de amores tan
apasionados como odios tenaces, está recuperando a una velocidad insólita la
atención y la mirada benevolente de una parte importante de la sociedad
francesa. Su efervescente resurrección, un fenómeno probablemente coyuntural –y
para sus intereses, prematuro–, es tanto más visible cuanto que coincide con el
descalabro de su sucesor, cuya popularidad ha caído vertiginosamente hasta
situarse hoy –según diferentes sondeos– en una franja entre el 41% y el 43%.
La agitación mediática en torno a Nicolas Sarkozy recuerda
hoy la de los mejores tiempos de su quinquenato. La imagen del ex presidente
–que mantiene una desenfadada, pero bien cuidada, barba de tres días– puebla
las portadas de la prensa política, extremadamente atenta a sus intenciones, ya
que no a sus palabras. Mudo desde hace cinco meses, la figura de Sarkozy crece
con su silencio. Mientras, sus más cercanos amigos se encargan de atizar la
idea de una posible candidatura a la presidencia de la República en el 2017,
una revancha diez años después de su gran victoria.
La valoración que los franceses hacen hoy de Sarkozy al
trasluz de Hollande no puede ser más halagüeña para el ex presidente, a quien
la mayoría de los ciudadanos –según un sondeo de TNS-Sofres– perciben como más
dinámico, más capaz de tomar decisiones, más competente, con un verdadero
proyecto para Francia y una mejor comprensión de la situación del país que su
sucesor. Éste sólo sale mejor parado por su proximidad a la gente y su espíritu
unitario y de consenso.
En plena crisis, Hollande ha dado la sensación a sus
conciudadanos, en sus primeros meses de gobierno, de estar ausente, dubitativo,
inactivo. De ahí la pérdida de confianza de la opinión pública. Y de ahí,
también, la excitación del sarkozysmo: de los militantes y simpatizantes de la
UMP –los dos perfiles oficiales de Sarkozy en Facebook han atraído 130.000
nuevos adeptos en los últimos cinco meses, hasta rozar el millón–, y del propio
ex presidente, que de ser cierta una información publicada esta semana por Le Canard Enchaîné, habría confiado al ex ministro Bruno
Le Maire lo siguiente: “Viendo el desastroso estado en el que Francia puede
encontrarse dentro de cinco años, en el 2017 no tendré elección (...) La
cuestión no es si voy a volver, sino si tengo
moralmente la opción de no hacerlo”.
Nicolas Sarkozy parece deterninado a preparar el terreno
para tal eventualidad. Pero también a no precipitarse. La opinión va girando
poco a poco en su favor, pero aún le queda mucho trecho. Un 44% de los franceses, según un último sondeo de CSA recién
salido del horno ayer mismo, dice echar de menos a Sarkozy como presidente,
pero un 55% no lo añora en absoluto. Lo interesante, para el ex presidente, es
que más allá de los votantes de la UMP –que se adhieren a su figura en un 86%–,
parecido sentimiento expresa el 69% de los votantes del Frente Nacional (FN),
los mismos que le hicieron ganar en el 2007 y que precipitaron su derrota el
pasado 6 de mayo.
“Por el momento, esta sarkonostalgia no es real, es sobre todo un fenómeno mediático”, opina el politólogo Stéphane
Rozès, presidente de Conseils, Analyses et Perspectives (CAP), para quien “los
franceses expresan una decepción mayoritaria con Hollande, pero al mismo tiempo
esperan y observan”. “No hay, por ahora, una mayoría a favor del retorno de
Sarkozy”, añade.
El bullicio político-mediatico en torno a la figura del ex
presidente tiene, en todo caso, una consecuencia directa e inmediata, al
contaminar la batalla sucesoria al frente de la UMP. Tanto el ex primer
ministro François Fillon como el secretario general del partido, Jean-François
Copé, se ven forzados a situarse en relación con Sarkozy. El segundo es el que
ha jugado más fondo la baza del heredero, aún a costa de comprometerse a dejar
paso al amado líder si decide volver a presentarse al Elíseo en el 2017.
Desde su despacho del número 77 de la calle de Miromesnil, a
dos pasos del Elíseo, Sarkozy sigue de cerca la batalla interna pero trata de
no involucrarse personalmente. Para sus aspiraciones futuras, el mejor escenario
posible sería la elección de Copé, o en su defecto, la de un Fillon
convenientemente debilitado. Un nuevo líder con todo el partido detrás sería
una mala noticia...
Prueba de que el ex presidente deja conscientemente todas
las puertas abiertas es que, en contra de lo que él mismo había dado a
entender, la opción de reintegrar el despacho de abogados del que es socio
fundador –Claude & Associés– y dedicarse a los negocios privados parece de
momento aparcada. Sarkozy ha optado, por el contrario, por actividades
totalmente compatibles con su eventual regreso a la política activa: ha
integrado el Consejo Constitucional –del que es miembro nato en tanto que ex
jefe del Estado–, va a empezar a dar conferencias por el mundo –su estremo será
el próximo jueves en Nueva York– y prepara una fundación sobre los derechos
humanos.
Fuera del Elíseo, Sarkozy sigue cultivando sus relaciones
internacionales. Por su despacho han pasado últimamente numerosos políticos,
algunos de ellos retirados –como Tony Blair, José María Aznar o la ex ministra
israelí Zipi Livni–, otros en activo, como el primer ministro finlandés, Jyrki
Katainen, o los presidentes de Georgia, Mijail Saakashvili; Senegal, Macky
Sall, y Costa de Marfil, Alassane Ouattara, además de la oposición siria.
Una metáfora sobre la indestructible vocacion política de
Sarkozy es repetida de forma recurrente por algunos de sus más cercanos
colaboradores, de Brice Hortefeux a Claude Guéant, pasando por Patrick Buisson:
“Un tigre nunca será vegetariano”.
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